Aquel día se liberó a la atmósfera material radioactivo 200 veces mayor que el expulsado conjuntamente por las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki en 1945, las que pusieron fin a la Segunda Guerra Mundial. La nube radioactiva afectó a grandes áreas de la antigua URSS, Asia y parte de Europa. El número de víctimas directas e indirectas alcanza los 200.000 muertos, según la Academia de Ciencias Rusa, y los 165.000, según la aseguradora Swiss Re. Todavía hoy, 28 años después, casi dos millones de personas viven en áreas contaminadas.
Desde aquel día, los opositores a esta forma de energía mencionan la seguridad como uno de los mayores argumentos de su postura. Chernóbil es la réplica más usada. Según Ecologistas en Acción, el accidente de Chernóbil, a 90 kilómetros de Kiev, demostró que la inseguridad de las centrales nucleares no solo afecta al país que se aprovecha de su energía sino que los efectos de un accidente pueden afectar a territorios y personas situados a miles de kilómetros, lo que todavía convierte en más peligroso el intento de extender la energía nuclear en el mundo. En la actualidad, la central de Chernóbil supone una amenaza dado el mal estado en que se encuentra el sarcófago, que ha sufrido derrumbes y amenaza con dejar al descubierto el combustible gastado con la consiguiente fuga de radiactividad. La construcción de un nuevo sarcófago que cubra al actual costaría unos 1.000 millones de euros y se demoraría hasta más allá del año 2020.
«Las empresas aseguradoras se niegan a cubrir los 1.200 millones de euros que los convenios internacionales fijan como responsabilidad para las centrales nucleares, alegando falta de capacidad suficiente», sostiene Pedro Costa, ingeniero técnico de Telecomunicación y doctor en Ciencias Políticas y Sociología. Una postura que también defiende el catedrático de Física Aplicada por la Universidad de Alcalá Antonio Ruiz de Elvira, quien asegura que nadie asume el seguro del coste de un accidente como el de Chernóbil o como el de Three Mile Island, ocurrido en 1979. De hecho, tras estas catástrofes se produjo un parón en la construcción de nuevas centrales, motivado también por la crisis económica de 1973.
En este 2014 se cumplen además sesenta años de la puesta en marcha de la primera central nuclear. En esas seis décadas se han producido una treintena de accidentes, que alcanzan niveles de 3 a 7 en la escala INES de sucesos nucleares, que va de los niveles 0 (anomalía) a 7 (accidente grave). Según recuerda Ecologistas en Acción, los más graves y conocidos son el de Fukushima (Japón, 2011), que sigue provocando una muerte a la semana, Chernóbil (Ucrania, 1986), Three Mile Island (Estados Unidos, 1979) y Winscale (Inglaterra, 1954). A estos habría que sumar los recientes de Tokaimura en Japón, con al menos cuatro muertos, o el de Tricastin en Francia, con un trabajador fallecido. Además de estos accidentes, a lo largo de estos sesenta años se han producido miles de incidentes entre los niveles 0 y 2.