Pero la población de Ceuta prefiere mantener el silencio y no llamar la atención sobre otro fenómeno que sucede allí. En la frontera misma se erigen enormes vallas para bloquear los intentos diarios de los migrantes africanos que buscan escapar del hambre, la desesperación y, con frecuencia, los conflictos armados en sus países de origen.
Ese silencio se rompió drásticamente a principios de mayo, cuando una máquina de rayos X en la aduana fronteriza detectó a Abu, un niño de ocho años oriundo de Costa de Marfil, dentro de una maleta que su padre pretendía que entrara a España.
Esa es una de las últimas estrategias, más o menos ingeniosas, que utilizan los migrantes agolpados en los bosques marroquíes junto a la frontera española con el fin de traspasar la llamada «fortaleza europea». Ceuta es uno de los principales y escasos «portales» que conducen, desde el norte de África, al territorio de la Unión Europea (UE).
Ese portal ha estado cerrado desde fines de los años 90, cuando las autoridades españolas comenzaron a construir alrededor del enclave dos vallas paralelas de seis metros de altura rematadas con alambre de púas, además de puestos de vigilancia y una calle en el medio de ambas con cabida para las patrullas policiales. Lo mismo sucede en Melilla, el otro enclave español en África.
Aunque no llamen la atención de los medios de comunicación, como ocurrió con Abu, todos los días jóvenes inmigrantes africanos, casi todos entre 15 y 30 años, intentan llegar al territorio español de maneras tanto o más peligrosas que el método elegido para Abu.
La gran mayoría lo hace por mar, ya que Ceuta está situada en la península Tingitana, en la orilla africana del estrecho de Gibraltar, y está bañada al norte, al este y al sur por el mar Mediterráneo. Principalmente se embarcan en lanchas o escondidos bajo los botes inflables que suelen usar los niños en la playa. En febrero de 2014, 15 africanos murieron tratando de superar la cerca a nado, cuando los guardias fronterizos les dispararon balas de goma en el agua.
Otros intentan cruzar la frontera escondidos en compartimentos secretos bajo automóviles, y algunos incluso tratan de escalar las cercas.
Lo que más llama la atención sobre Ceuta son sus sorprendentes contradicciones. La ciudad, con poco más de 80.000 habitantes en 18,6 kilómetros cuadrados, y orgullosamente española desde 1668, da la impresión de querer vivir como si los migrantes africanos y sus intentos de entrar en ella no existieran.
Cuando los medios de comunicación de todo el mundo le dedicaban sus titulares al caso de Abu, la noticia más destacada en la página web de uno de los dos diarios de Ceuta era el resultado de una encuesta de opinión sobre las próximas elecciones administrativas.
El Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes, donde son alojados todos los migrantes africanos que logran entrar, es una estructura enorme que está prácticamente oculta y es imposible de ver desde cualquier lugar de la ciudad o desde las colinas detrás de ella.
El radar funciona en silencio y sin cesar desde la cima del monte Hacho en Ceuta, con el fin de identificar a los migrantes que intentan llegar, pero muchos de los habitantes de la zona aseguran que nunca han visto las enormes vallas que se levantan entre las colinas, apenas a cuatro o cinco kilómetros del centro de la ciudad.
El enclave es singular desde el punto de vista demográfico ya que el 50 por ciento de la población es marroquí o de origen marroquí que se divide en algo similar a un sistema de castas, firmemente establecido y bastante rígido.
La mayor y más rica de las comunidades es la española, cuyos integrantes suelen ser muy conservadores, religiosos y aferrados a las tradiciones. El conservador Partido Popular gobierna la ciudad desde hace décadas y se opone a todo cambio del statu quo. De esta manera, por ejemplo, el idioma árabe no se enseña en las escuelas.
El segundo grupo es el de los ceutíes marroquíes, integrado por súbditos españoles de origen marroquí o por súbditos marroquíes con residencia y permiso de trabajo. Algunas de estas personas amasaron grandes fortunas gracias al contrabando de mercancías por la frontera, pero muchos más viven en el barrio empobrecido de El Príncipe, donde las fricciones con la población española son ocasionalmente graves.
Este último subgrupo incluye a un pequeño pero importante número de niños apátridas que nacieron en el enclave español de padres marroquíes. Como consecuencia del vencimiento de los permisos de residencia de sus progenitores, estos quedaron en una situación de ilegalidad en el territorio español y no han tenido la posibilidad de registrar el nacimiento de sus hijos en Marruecos.
Ninguno de estos niños o niñas tienen acceso a la escuela pública, aunque la ley española establece el derecho a la educación de todos los niños en el territorio español, más allá de su nacionalidad o situación jurídica.
El tercer grupo es el de los transfronterizos, los marroquíes que residen mayoritariamente en el fronterizo pueblo de Fnideq y que cruzan la frontera todos los días para trabajar en Ceuta o comprar y vender productos en el mercado negro. Un acuerdo firmado por los gobiernos de España y Marruecos en la década de 1960 estipula que aquello que una persona pueda cargar sobre sus hombros está exento de derechos de aduana.
Un cuarto grupo es el de los llamados «negros», la casta de migrantes que la ciudad trata de ignorar, sin tomar en cuenta que son la fuente de sus principales ingresos, los fondos que el Estado español y la UE destinan a las autoridades locales, y cuya presencia justifica numerosos puestos de trabajo en los sectores público y de seguridad.
Ceuta es, más que nada, un puesto militar. La cantidad de policías, guardias civiles y soldados que patrullan o simplemente pasan por los pocos caminos de la ciudad es impresionante, así como el número de ejercicios de entrenamiento militar que se realizan en el territorio.
El mar está discreta pero constantemente patrullado por las lanchas de goma del ejército y la policía de España y Marruecos.
Aquí, el espectro de la muerte, la muerte de muchas personas que intentan cruzar esta frontera, persiste incluso en el nombre de la montaña marroquí más cercana a Ceuta, Jebel Musa, también conocida como Mujer Muerta