Cuando Naomi Fontanos se fue de vacaciones en 2002 no encontró a personas transgénero en hoteles, restaurantes u otras empresas de Boracay, el popular destino turístico del sur de Manila, Filipinas. Pero ahora ha observado un cambio.
Seis países europeos se encuentran en la lista de los diez países más visitados del mundo. El eje mediterráneo domina la clasificación, a la que se suma Alemania, Austria y Reino Unido. París sigue siendo la ciudad del mundo más visitada. En España, sobresale Barcelona mientras que Valencia y Baleares son las de mayor crecimiento. Sin embargo, en cuanto a amabilidad, los suizos les ganan la batalla a franceses e italianos.
Enemistadas desde tiempos de la colonia, las religiones católica y afrobrasileñas inician un proceso de mutua aceptación. A esta reconciliación histórica, el papa Francisco le puso gestos y palabras a un interés común: afrontar la expansión de credos evangélicos y neopentecostales.
En el avión que lo trasladaba de regreso al Vaticano, el papa Francisco ha insistido en que de momento la Iglesia no tiene previsto abrir las puertas del sacerdocio a las mujeres. Se ha mostrado partidario de realizar una profunda Teología de la mujer, pero «las puertas del sacerdocio están cerradas». Sin entrar en detalles, ha pedido una aceptación social de los gays.
Miles de polacos reunidos en Cracovia han celebrado desde la plaza del santuario de la Divina Misericordia, el anuncio de que esa ciudad organizará la próxima Jornada Mundial de la Juventud en 2016, respondiendo así a una invitación de los obispos de Polonia, que habían pedido a Francisco que las próximas JMJ se celebrarán en su país.
Un Papa solo no puede cambiar el mundo. Ni siquiera uno como Francisco. Por eso, un día antes de clausurar las Jornadas Mundiales de la Juventud (JMJ) en Río de Janeiro, Bergoglio se reunió con quienes -les guste o no- tienen el poder o la fuerza para hacer posible ese cambio: los políticos, la Iglesia y los jóvenes. Hubo pocos halagos.
De las playas de Copacabana al santuario de Cracovia
Los habitantes de las sucias riveras del río Manguinhos, al norte de Río de Janeiro, no suelen tener muchos motivos de celebración. Las precarias construcciones de madera y ladrillo rojo en las que viven más de 3.000 personas sin apenas infraestructura, dibujan un triste paisaje en el que la suciedad y el mal olor lo impregnan casi todo. Pero desde hace semanas, cuando supieron que el día 25 de julio el papa Francisco visitaría una de sus favelas, Varginha, festejan su buena suerte.