El proceso que se ha desarrollado hasta las elecciones catalanas del domingo 27 se antoja como una especie curiosa de DUI. Ha estado impelido por una pasión sin límites, ejecutada con audacia y encarando alto riesgo.
Por un lado, el resultado es evidentemente positivo para la coalición ganadora formada entre Convergència y Esquerra Republicana. Pero, por otro lado, cada uno por separado ha recibido menos votos que en las anteriores elecciones. La oposición contraria a la independencia reclama que el líder separatista Artur Mas y su coalición han recibido aparentemente el mismo número de votos que el «referéndum» especial celebrado el 9 de noviembre de 2013: 1.800.000 votos.
De ahí que los analistas críticos se hayan preguntado sobre la justificación de una operación de tal calado, que ha causado tanta alarma, incluso de repercusiones internacionales.
El continuado descenso de votos efectivos de Convergència ha sido enmascarado esta vez por la alianza con Esquerra Republicana. Así han escondido muy eficazmente los escándalos de corrupción que han aquejado al partido de Mas, entre ellos la caída de su exlíder Jordi Pujol. Pero la deriva independentista se ha pagado a un alto precio con la destrucción de Unió Democrática, cuyos desechos se han quedado insólitamente sin un solo escaño en el nuevo Parlamento catalán.
El gran ganador de las elecciones ha sido Ciutadans (Ciudadanos). Desde la nada hace un puñado de años, apenas un grupúsculo en el contexto catalán, que se concentraba en la reivindicación del castellano como lengua propia de los catalanes, ha pasado por un impresionante ejercicio de modernidad, juventud y atractivo de su liderazgo, a convertirse en segunda fuerza del Parlamento.
Inés Arrimadas, la joven sin experiencia colocada en esa posición por Albert Rivera, se podría convertir en jefa de la oposición parlamentaria, un espacio tradicionalmente reservado a los socialistas o al Partido Popular (PP).
El neto perdedor de este especial ejercicio democrático ha sido el PP. El presidente del gobierno español, Mariano Rajoy, líder de ese partido, deberá aprender la lección de cara a las elecciones generales de diciembre.
El PP respondió a la DUI con otra DUI (DrivingUnderInertia –conducción bajo la inercia). Ante las arriesgadas maniobras de Mas, Rajoy no supo más que contestar con artículos de leyes. No ha ofrecido ni una sola solución política.
En Cataluña, el PP respondió al reto de la nueva elección con la defenestración de su presidenta Alicia Sánchez Camacho, quemada en el caos del partido y la caída en barrena de los favores del electorado. La alternativa fue el nombramiento del exalcalde de Badalona, Xavier García Albiol, con un curriculum bien ganado de actitud antiinmigración e intolerancia.
Por su parte, el Partit dels Socialistes Catalans (PSC) apenas ha sobrevivido a su autodestrucción interna con la difuminación de la antes muy eficaz coalición de «españolistas» y «catalanistas», de intelectuales y trabajadores.
No le ha ido mejor a los restos de los antaño comunistas reciclados de Iniciativa-Verts, ahora en coalición con los similares de Podemos (cuyo futuro está en duda) en Cataluña.
Una serie de incógnitas revolotean sobre el panorama postelectoral. ¿Qué pasará con la coalición para formar gobierno, pues el «Junts pel si» no tiene la necesaria mayoría absoluta de escaños? ¿Cuál será la tajada que querrá sacar Esquerra para seguir colaborando con Mas?
Igual enigma despierta el papel del electoralmente número uno de las listas del «Juntspelsi», Raül Romeva, exmiembro del Parlamento Europeo, exmilitante de la variante catalana de lo que en Europa se llama ahora United Left, que engloba a los comunistas reformados.
¿Cuál será el precio de la Candidatura de Unidad Popular (CUP) para dar los votos necesarios de la investidura de Mas, o cualquiera de los líderes colocados en los lugares más altos de la lista colectiva de «Juntspel si»?
Habrá tentaciones de creer que después de unas negociaciones, al final no pasará nada sustancial. Lo cierto es que nada será lo mismo después de esta escapada bajo la influencia del entusiasmo independentista. Más o menos la mitad del electorado efectivo no dejará de estar afectada.
Depende entonces de que el gobierno español, liderado o no por el PP, o una coalición, deje su alternativa de su especial DUI (inercia) y opte por una estrategia innovadora de gran profundidad de reforma de las instituciones y de una oferta a Cataluña que ninguno de sus líderes pueda rechazar. No va a ser fácil.