La lucha contra el VIH/sida, el ébola, la malaria y la tuberculosis en África han eclipsado al cáncer, un asesino silencioso que avanza en el continente sin recibir la misma atención que esas enfermedades. La expansión del cáncer en la región preocupa a la OMS y demás autoridades, que temen que el continente no esté preparado para otra crisis sanitaria. En 2020 habrá unos 16 millones de casos nuevos de cáncer en todo el mundo, con el 70 por ciento en el Sur en desarrollo. África no es una excepción.
«El continente está en una encrucijada ante el incremento de los casos de cáncer, ya que la enfermedad demuestra ser más letal que el VIH/sida y está empeorando en un momento en que el continente padece una grave escasez de especialistas», nos dice Menzisi Thabane, un oncólogo de Sudáfrica. «África y sus dirigentes no han sabido reconocer al cáncer como un problema de salud prioritario, a pesar de los millones de personas que sucumben ante la enfermedad», añade.
La mayoría de los más de 2.000 idiomas que se hablan en África no tienen una palabra para el cáncer. La idea generalizada en los países industrializados y en desarrollo es que se trata de una enfermedad del mundo próspero, donde las dietas ricas en grasas y comidas procesadas, el alcohol, el tabaquismo y la vida sedentaria provocan el crecimiento de los tumores.
Si bien muchos tipos de cáncer están relacionados con dietas insalubres y el tabaquismo, otros, y en particular en África, tienen su origen en infecciones como la hepatitis B y C, que pueden provocar cáncer de hígado y el virus del papiloma humano (VPH), que causa casi todos los cánceres de cuello uterino o cervical.
La vacuna contra el VPH cuesta 350 dólares por un tratamiento de seis meses en la mayoría de los países de África subsahariana, mientras que una sesión completa de radioterapia cuesta entre 3.000 y 4.000 dólares en Zimbabwe, por ejemplo.
Un estudio publicado en 2011 concluía que desde 1980 el número de casos de cáncer de cuello uterino y de muertes derivadas se redujeron sustancialmente en los países industrializados, pero aumentaron drásticamente en África y otras áreas pobres del mundo. En general, el 76 por ciento de los nuevos casos de cáncer cervical se encuentran en el Sur en desarrollo, y África subsahariana ya tiene el 22 por ciento del total mundial.
En este contexto, Zimbabwe solo tiene cuatro oncólogos a los que corresponden más de 7.000 pacientes con cáncer a cada uno de ellos, según cifras del Ministerio de Salud y Cuidado Infantil de ese país. «La escasez de médicos especialistas en cáncer es un impedimento para el tratamiento integral y la atención a los pacientes», confirma Prosper Chonzi, director de Servicios de Salud en Harare.
En 2014, el diario nigeriano The Vanguard informaba de que había unos 60 oncólogos para atender a más de 300 millones de personas en África occidental. En Nigeria, con 160 millones de habitantes, los especialistas son menos de 20. Ghana tiene solo siete oncólogos para 24 millones de personas, Burkina Faso dos y Costa de Marfil solamente uno. Sierra Leona tiene más de seis millones de personas y ningún especialista en tumores, añadía el diario.
En Kenia, el cáncer mata a 18.000 personas cada año. Los tipos más comunes entre los hombres son los de próstata y de esófago, y en las mujeres los de mama y cuello uterino. «Muy poca gente, ni siquiera el gobierno, considera que el cáncer sea una amenaza real para el sistema sanitario», se queja Agnes Matutu, directora de la no gubernamental Alianza contra el Cáncer en Zimbabwe.
Melody Hamandishe, una nutricionista jubilada, atribuye la incidencia de cáncer a los alimentos transgénicos. Esto contribuye a la enfermedad, al igual que el abuso del alcohol, que provoca cáncer al hígado, asegura. «La gente muere de cáncer en grandes cantidades aquí en Zambia mientras que el gobierno está absorto en la lucha contra el VIH/sida», explica Kitana Phiri, una activista de Lusaka que sobrevivió al cáncer.
El cáncer también causa estragos en Tanzania. Un informe del Instituto del Cáncer Ocean Road, el único centro oncológico de ese país de África oriental, concluía en enero de 2014 que hay 100 pacientes nuevos por cada 100.000 personas, en una población de 45 millones.
En Namibia, los trabajadores de la mina de uranio Rössing, propiedad de la transnacional Rio Tinto y una de las mayores de África, muestran tasas elevadas de cáncer y otras enfermedades. «La mayoría de los obreros declaran que no se les informa acerca de sus condiciones de salud y no saben si han estado expuestos a la radiación o no. Algunos... consultaron a un médico particular para obtener una segunda opinión», indican investigadores de la organización Earthlife Namibia y el Instituto de Recursos e Investigación Laborales, que colaboraron en un estudio sobre el tema.
«Los obreros de más edad afirman que conocen mineros que murieron de cáncer y otras enfermedades», señala el estudio. «La epidemia mundial del cáncer es enorme y seguirá creciendo», advierte Elize Jourbert, directora de la Asociación del Cáncer de Sudáfrica, en el Día Mundial contra el Cáncer, celebrado este 4 de febrero. «En Sudáfrica se diagnostica la enfermedad a más de 100.000 personas por año», explicaba.
Ellen Awuah-Darko, de 75 años y fundadora de la Fundación Jead para el Cáncer de Mama, con sede en la capital de Ghana, dice que su propia experiencia la obligó a actuar. La mujer se encontró un bulto en el pecho y tuvo que pagar por un tratamiento en Estados Unidos. «En Estados Unidos tuve que poner sobre la mesa 70.000 dólares antes de que me hablaran siquiera. Tuve suerte porque pude pagarlo con el dinero que mi marido me dejó al morir. Pero '¿por qué yo sí recibo tratamiento y otros no pueden?' me pregunté», recuerda.
Ahora, todos los miércoles, Awuah-Darko acompaña a enfermeras especializadas en sus visitas a la Región Oriental de Ghana para hacer exámenes de mama a las mujeres interesadas. No se trata de mamografías de alta tecnología ni ecografías, sino de un sencillo reconocimiento y de lecciones de cómo se lo pueden hacer ellas mismas.
«La detección temprana puede salvar su vida. Quiero que todos lo sepan. No es algo de qué avergonzarse», concluye la activista.