Incluso los argumentos de David Cameron para permanecer en la UE están tan llenos de condicionalidad que refuerzan el ‘no’ de sus oponentes ideológicos cercanos (Boris Johnson y otros dirigentes conservadores, el UKIP, etc).
Otro factor que tiende a reforzar a éstos es la contradicción profunda de las filas europeístas. Porque ahí se sitúan tanto altos ejecutivos de la City como la mayor parte de la izquierda británica, en realidad ambos grupos muy enfrentados en todo lo demás.
Para colmo, como señala Lluís Bassets, «los partidarios del Brexit tienen la intención de abrir al día siguiente [si triunfara el 'let's leave', es decir, 'salgamos'] una negociación con Bruselas en la que se discuta el futuro estatus británico» (El País, 6 de marzo). Porque en ningún caso han dicho que quieran utilizar el artículo 50 del Tratado de Lisboa que determina el mecanismo preciso de cualquier estado miembro para salir de la UE. De modo que podemos pensar que –reférendum por medio- lo que quieren es sencillamente tener un estatus aún más privilegiado, distante, evitando todo aquello que nos les convenga; pero manteniendo voz y su voto en Bruselas.«Los conservadores se enfrentan a lo que podría describirse como un escenario escocés dentro de su propio partido: un referéndum que decisivamente no consigue resolver un problema, mientras la facción por el Brexit asciende, enfadada y determinada», dice Owen Jones (eldiario.es/The Guardian, 23 de febrero).
Ante esa confusión voluntaria del Brexit, habría que impulsar otras denominaciones. Se me ocurren rápido las siguientes: Neoconexit, Albionexit o incluso Englandexit. Porque estamos ante un nuevo delirio (uno más) de los conservadores, quienes -un día sí y otro también- nos inyectan su suero ideológico por todas las vías posibles. Brexit, reconozcámoslo, suena pop; mientras otras sinalefas –como Albionexit, por ejemplo- ilustrarían mejor su nacionalismo de niños ricos y consentidos.
Un debate histérico y vergonzoso sobre Europa
Jean Quatremer, ilustre corresponsal comunitario, ha hablado de «enésima crisis de histeria británica que tiene que ver más con el psicoanálisis que con el derecho» (Libération, 20-21 de febrero). El Reino Unido está ya fuera de varios mecanismos europeos (no sólo de Schengen). De modo que las concesiones que las instituciones europeas han hecho a Cameron para facilitarle su propio lío han sido vergonzosas. El freno de emergencia concedido para que el RU pueda reducir las prestaciones de los migrantes europeos, la prolongación de los plazos para que éstos puedan aspirar a recibirlas o la racanería referida a mínimos beneficios para los hijos de esos trabajadores, todo eso es indigno tanto de quien lo pide como de quien lo acepta. No es mi Europa.
José Ignacio Torreblanca ha recordado que «los trabajadores comunitarios no son más costosos para el erario público (británico) que los nacionales, al contrario: son más jóvenes, tienen una tasa de empleo mayor [en el RU], gozan de mejor salud y no llegan a completar los años necesarios para una pensión». La famosa discusión sobre las ayudas a los hijos de esos residentes-migrantes en Gran Bretaña apenas se refiere a 40.000 menores; hablamos de alrededor -o poco más de- cien euros al mes por hijo, apenas de un total de 70 millones de euros al año. La posición de Cameron convirtiendo eso en un elemento señalado de la negociación ilustra la desvergüenza dominante. «A Cameron le han puesto una pistola en el pecho [los suyos] y él nos la ha puesto a nosotros para que nosotros se la pongamos a los inmigrantes», concluye Torreblanca (El País, 20 de febrero). Quince millones de europeos comunitarios trabajan en un país que no es el suyo. 750.000 rumanos en España, donde viven 300.000 jubilados británicos. ¿Cómo les impactaría a todos ellos el Brexit?
Efectos perversos de la histeria conservadora
Un conglomerado de medios de prensa y audiovisuales (ay, Murdoch y la prensa tory) lleva décadas difundiendo una ideología chovinista, estúpida, simplista, que destila sus efectos en el debate actual. Las discusiones sobre el Brexit refuerzan la locura del capitalismo más salvaje y alimentan las filas de la extrema derecha europea.
Y cuanto más retrocede la Europa más social, abierta y plural, más se oye hablar de soberanía. Cameron ha obtenido su cláusula específica, digamos que de distancia soberana. «El Reino Unido no estará en ningún Super-Estado europeo, no adoptaremos jamás el euro, no participaremos en los componentes de la Unión que no funcionen», se permitió decir después del acuerdo de Bruselas (Le Monde, 21-22 de febrero).
El mero debate sobre el Brexit impulsa la histeria de otros (ultra) conservadores en Hungría o Polonia, donde ya están en el poder. De hecho, todos estos ya han empezado una escalada asfixiante y perversa. El húngaro Viktor Orbán ha dicho que organizará un referéndum para negar la acogida de personas que huyen de las guerras en Siria o Libia.
Demasiados dirigentes de algunos países europeos pretenden dar pasos hacia su propio reasentamiento particular en el seno de la Unión. Los xenófobos están de enhorabuena. Y el éxito del Brexit «sería un día de fiesta para los lepenistas», escribe Dominique Albertini (‘Libération’, 20-21 de febrero). Primero, los plebiscitos sustituyen a la democracia institucional en quiebra; después, pueden servir (sirven) a dirigentes autoritarios o potencialmente autoritarios. Que eso suceda en Europa central es especialmente inquietante. Y la idea de una Unión Europea Federal está de capa caída porque la UE diversa y plural está en franco retroceso, tanto social como institucionalmente.