Cincuenta y tres años. Treinta y cuatro metido en política. En un vertiginoso viaje político que le llevó a luchar desde el maoísmo contra la dictadura salazarista hasta llegar a ser Primer Ministro de Portugal, por el Partido Socialdemócrata, compuesto por conservadores y liberales y miembro del Partido Popular Europeo. José Manuel Durao Barroso vive ese galimatías de ideología y nomenclatura con naturalidad. Es un pragmático vocacional que puede prescindir hasta de nombre y apellido. En su primera comparecencia ante la Prensa como Presidente de la Comisión Europea, los periodistas anglosajones bromearon con la dificultad de pronunciar su nombre. Él no dudó la respuesta: «Call me Barroso, just Barroso».
Y así, Barroso lleva cinco años al frente del ejecutivo europeo con un discurso político europeísta básico que sirve para ir sorteando dificultades. No esconde sus postulados neoliberales en economía, pero se apuntó a las estrategias de izquierda para capear la crisis. Propuso que la difunta Constitución europea hiciera una mención a las raíces cristianas de Europa, pero aplaude las tesis más laicas y casi progresistas del nonato Tratado de Lisboa.
Y después de tanta curva política, de salvar mil y un obstáculos en su carrera política, un papel secundario en una simple foto le marcó para la Historia. Barroso fue el anfitrión de la tristemente famosa Cumbre de las Azores, posó con Bush, Blair y Aznar para dar el pistoletazo de salida a la guerra de Iraq, cuando la Unión Europea estaba viviendo una de sus peores crisis políticas por las diferencias de sus líderes a propósito de la intervención.
Para muchos, es el principal manchón en el currículum de Barroso, tantas veces defensor de la paz en sus discursos, del diálogo intercultural, de la ayuda al desarrollo, de la cooperación con el Tercer Mundo.
Quienes le apoyan no ven chaqueterismo en estos vaivenes tácticos, sino capacidad para estar al frente de la mayor organización económica y política de carácter plurinacional y para manejar, día a día, un equipo compuesto por 27 comisarios de 27 países que algo tienen que ver con 27gobiernos nacionales. Dicen de él que es un «workholic», un trabajador estajanovista y un negociador infatigable que se cree la idea de Europa. Habla portugués, inglés y francés perfectamente y más que bien español, italiano y alemán.
Un mandato, varias visiones
Sus críticos no le quitan esos méritos, pero resaltan que en sus esfuerzos prevalecen los beneficios industriales sobre los objetivos medioambientales, su proximidad a los «lobbies» católicos de Bruselas o su pleitesía ante los líderes europeos, con quienes ha sido hábil para entablar siempre buenas relaciones. Lo cierto es que el balance de su primer mandato al frente de la Comisión europea tiene claros y oscuros. Supo gestionar brillantemente la ampliación de la Unión hacia el centro y este de Europa, pero no sacar adelante lo que fue su gran prioridad, la llamada «Estrategia de Lisboa», por la que la Unión Europea debía ser en 2010 «la economía del conocimiento más competitiva y dinámica del mundo».
La crisis económica sirve ahora como coartada para echar al traste ese planteamiento tan ambicioso, pero ya antes de que los mercados financieros se hundieran, Barroso se lamentaba de que su proyecto no tenía eco en los gobiernos nacionales de la UE, los que tenían que poner la voluntad y el dinero para revolucionar las bases económicas y sociales de Europa.
Dicen que cree realmente en el proyecto y que su biografía avala esas inquietudes y esos compromisos. Se cuenta que a los doce años Barroso escribió su primer libro, «La escuela como medio de promoción social», a los 19 era un impetuoso activista estudiantil en la Universidad de Lisboa, donde estudió Derecho y colaboraba en el periódico «Luta popular», a los 23 se fue a estudiar política a Ginebra, luego a Georgetown (Washington), a Columbia (Nueva York), a Florencia, a Luxemburgo... De todo ese periplo volvió un Barroso preparado para luchar en política desde otros frentes, siempre políticamente correcto, siempre defensor de los valores tradicionales de Europa. Casado con su novia de la facultad, otra militante comunista, y hoy con tres hijos, se define políticamente como «moderado, de centro, reformista, anticonservador y antiestatista». Toda una declaración de principios, que puede servirle para estar otros cinco años al frente de la Comisión Europea.
El impulso de la victoria popular
La victoria del PPE en las elecciones de junio al Parlamento Europeo le decide a hacer pública una candidatura que venía trabajando desde hace meses en las cancillerías europeas. En el camino se quedan sus rivales, el holandés Rassmussen, el francés Lamy o el belga Verhofstadt. Barroso trabaja duro y mantiene su línea de actuación.
En el examen ante los jefes de Estado o de Gobierno de la UE, propuso reforzar la regulación del sistema financiero, como exigían Sarkozy y Merkel, pero evitar medidas proteccionistas en la economía, como pide Gordon Brown. Todos contentos, el Consejo Europeo acuerda su designación en la cumbre de Bruselas de junio y Barroso repite una y otra vez que se siente muy orgulloso por haber recibido el respaldo unánime de los 27, incluido el socialista José Luis Rodríguez Zapatero, quien también pasa por alto la ideología para garantizar una Presidencia española de la UE sin sobresaltos, en el primer semestre de 2010.
Pero ahora llega la reválida definitiva: la designación de Barroso por el Parlamento europeo. En su programa dicen que ha sabido contentar a casi todos cediendo en los asuntos sociales sin enojar a sus principales apoyos entre los populares. Socialistas y liberales le han exigido compromisos y no todos están por seguir con Barroso al frente de la Comisión. La izquierda más radical recuerda su falta de independencia; los Verdes, su falta de compromiso con una clara política medioambiental y otros, como el sesentayochista Cohn-Bendit, el «método camaleón», con el que define el trabajo de Barroso al frente de la Comisión.
En cualquier caso, entre los eurodiputados lo que más se critica es que Barroso haya acelerado el proceso de nombramiento, en lugar de esperar a que esté en vigor el Tratado de Lisboa. La diferencia no es baladí: ahora Barroso, siguiendo los mecanismos del actual Tratado de Niza, necesita sólo los votos de la mayoría de la Cámara para resultar elegido. Con el Tratado de Lisboa, serán necesarios la mitad de los diputados.
Sea como sea, el pragmático Barroso sabrá entusiasmar a unos, contentar a otros, hacer que bastantes se resignen y que unos cuantos protesten sin consecuencias. Dicen que este lisboeta que pasa por ser «el hombre tranquilo» suele citar una frase atribuida a Aznar: «el carisma se consigue en el ejercicio del poder». euroXpress