Reviso de nuevo unas pocas referencias a la prensa y los medios moscovitas. La nueva guerra fría empieza a producir sus brotes literarios propios, con aparente imaginación. Y no puedo evitar aquí recordar la conclusión de mi entrada previa en Periodistas-es: «No será fácil creer lo que se vaya publicando sobre el asesinato de Boris Emtsov. Las intoxicaciones pueden llegar a ser múltiples; hasta opuestas entre sí e increíblemente creativas»...
«La oposición no tiene mucha influencia en la opinión pública de Rusia», confesó Boris Efimovich Nemtsov, en su última entrevista. Estaba ante un micrófono en la emisora Eco de Moscú (Ekho Moskvy), apenas tres horas antes de ser asesinado junto al Kremlin. En ese diálogo radiofónico, sus interlocutores y los oyentes tuvieron la impresión de que tenía prisa por reafirmar su discurso, antes de la manifestación prevista el domingo 1 de marzo. Impaciente por reafirmar sus ideas. Dicen que apenas dejó hablar a sus entrevistadores.
En el juego diplomático y de la geopolítica, se puede ganar o ceder; pero nunca conviene dar la impresión de que se busca la humillación del otro. La historia prueba lo peligroso que es. Y justificada o injustificadamente, eso es lo que parece percibir Vladimir Putin ante un Occidente que lo culpa (al cien por cien) del conflicto que desgarra Ucrania y Europa. Vale la pena reflexionar sobre ello a la hora de la iniciativa Merkel-Hollande.
«Il est cinq heures/ Paris s'éveille/ Paris s'éveille/ Les journaux sont imprimés/ Les ouvriers sont déprimés». decía la canción de Jacques Dutronc. Parece que a esa hora alguna gente ya hacía cola. Y poco después de las siete de la mañana, cuando nosotros llegamos al quiosco, nada de nada. Charlie Hebdo está agotado en los 27.000 puntos de venta de prensa de Francia. Otras varias publicaciones impresas también.
«Ahora nos toca seguir luchando contra el odio todos los días», nos dice Robert Bandinter, quien fuera histórico ministro de Justicia y principal impulsor de la supresión de la pena de muerte en Francia (en 1981). Se ha parado a hablar con mi grupo de periodistas-manifestantes, que hemos empezado juntos la jornada, hacia el mediodía, entre el Sena y la estación de Austerlitz. Le doy las gracias a Badinter por su defensa de las libertades, por haber dicho que las víctimas de Charlie Hebdo son «héroes de la libertad».
En Moscú, no sé si la nueva guerra fría se deja entrever, pero no parece demasiado visible. Incluso el frío meteorológico es menor que ayer este sábado 22 de noviembre. Y al anochecer, las calles me parecen mejor iluminadas que en el pasado. Tampoco percibo la pobreza que era patente a primera vista hace años. En la pantalla de un televisor cualquiera, escenas de soldados en el este de Ucrania que nos recuerdan que allí el alto el fuego es más bien retórico. Constato unos precios que parecen menos terribles que hace seis o siete años: el rublo se ha devaluado.
Petro Porochenko confirma la victoria de una mayoría que se aleja de Rusia; pero si sólo los ingenuos creyeron que Maidan albergaba la certidumbre del progreso europeo, de nuevo la esperanza puede ser dañina. La guerra se estabiliza (aunque disminuya de intensidad) en el límite de choque entre los imperios: Washington-Bruselas, por un lado; Moscú, más allá. Nuestra Roma contra su Constantinopla.