Mimose Gérard se sienta en su tienda del campamento Gaston Margron, cerca de la capital de Haití, rodeada por grandes sacos llenos de botellas de plástico. Gana apenas unos peniques por cada una, pero eso es mejor que nada. Cuatro años después del terremoto del 12 de enero de 2010 todavía hay unos 300 campamentos de desplazados dispersos por la región de la capital, y en un nuevo gran tugurio sobre las laderas desérticas de fuera de la ciudad.