En 1958 arranca el milagro alemán. Han pasado 13 años desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Un joven fiscal descubre por casualidad, que antiguos jefes nazis viven como ciudadanos normales. Una denuncia le lleva a descubrir los horrores vividos por miles de personas en el campo de exterminio de Auschwitz. Investiga el caso y descubre, que la sociedad alemana ha corrido un tupido velo sobre esa realidad y lo que es peor... la propia justicia ha dejado olvidadas a las víctimas. 70 años después de la liberación del campo de concentración, el mundo rememora aquellos acontecimientos, mientras en Alemania han vuelto a la calle grupos, minoritarios, de neonazis. Una muestra de que la recuperación de la memoria histórica es un ejercicio social necesario.
Profesores, comerciantes, policias, panaderos, jueces, estibadores, abogados... eran algunas de las profesiones que ejercían centenares de exnazis que se incorporaron a la vida cotidiana de la Alemania de postguerra. Una vez celebrado el juicio de Nüremberg, Alemania había decidido pasar página sobre su pasado. No investigar sobre lo que había ocurrido en los campos de exterminio. Auschwitz ni siquiera había existido. Estos días se puede ver en las salas de cine, la película alemana «La conspiración del silencio», un thriller que muestra el secreto y el mutismo que la sociedad alemana mantuvo sobre los crímenes cometidos durante la II Guerra Mundial.
El director de la película, el italiano Giulio Ricciarelli, explica «me costó creer que los alemanes de finales de los 50 no hubieran oído hablar de Auschwitz, pero durante mi investigación me di cuenta de que era así. Fue un capítulo de la historia del que nadie quería hablar». Uno de los fiscales que llevó el caso, aún recuerda que «la gente pensaba que se había juzgado todo». Tampoco los aliados, ni el gobierno de Adenauer tenían ningún interés en investigar los casos.
Este martes representantes de 28 países, entre los que hay varios jefes de Estado y de Gobierno, (no estará el presidente ruso, Vladímir Putin) rendirán homenaje a las cerca de 1,1 millones de víctimas del campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau. 70 años después de que las fuerzas soviéticas liberaran a los 7.000 prisioneros que aún quedaban en sus instalaciones. Cuatro días antes, el 17 de enero de 1945, los responsables del campo habían trasladado a unos 56.000 prisioneros en marchas agotadoras, conocidas como «marchas de la muerte». La mayoría de ellos murieron por el camino.
Ida Grinspan, una superviviente, ha explicado en el Consejo de Europa el horror que vivieron desde el primer día que llegaron al campo, cuando les rasuraron todas las partes del cuerpo. «En el espacio de unas pocas horas, sin entender lo que nos estaba sucediendo perdimos cualquier tipo de identidad. Destrozaron nuestra humanidad, a partir de ese momento ya no tuvimos nombre, nos convertimos en un número tatuado en nuestro antebrazo». Los investigadores descubrieron cientos de miles de trajes, cerca de 800.000 vestidos de mujer y más de 6.000 kilos de cabello humano.
Muchos alemanes estuvieron en contra de investigar los hechos ocurridos en el centro de exterminio, consideraban que no era preciso remover el pasado. Se calcula que en la gestión y mantenimiento del campo participaron entre 6.000 y 8.000 miembros de las SS. A pesar de las dificultades, un reducido grupo de fiscales, entre los que había judíos, consideró que era necesario hacer justicia a las víctimas. No consiguieron sentar en el banquillo de los acusados al médico responsable de crueles experimentos con humanos, Josef Mengele, pero sí, que en 1963, se juzgara a 22 miembros de segunda fila de las SS. La mayoría fueron condenados a entre 3 y 14 años de prisión. Ninguno de ellos sintió arrepentimiento.
Auschwitz-Birkenau fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1979, y se ha convertido en uno de los principales símbolos del Holocausto en todo el mundo. El año pasado visitaron el museo 1,5 millones de personas.