La idea nació en 2012 con una campaña en las redes sociales de la orgqnización ecologista Asociación Caatinga, que proponía al tatú-bola (Tolypeutes tricinctus) como mascota del campeonato que se celebrará entre el 12 de junio y el 13 de julio en 12 ciudades de Brasil.
La FIFA (Federación Internacional de Fútbol Asociado) aceptó y bautizó a la mascota con el nombre de Fuleco, acrónimo inventado de las palabras «fútbol» y «ecología». «Se trata de una especie exclusivamente brasileña, amenazada de extinción», explica el secretario ejecutivo de la Asociación Caatinga, Rodrigo Castro. «Vive en un ecosistema poco conocido y protegido (la caatinga) y tiene la increíble capacidad de cerrarse como una pelota cuando se siente amenazado, debido a su caparazón flexible».
La caatinga es el bioma semiárido del Nordeste de Brasil y cubre cerca del 10 por ciento del territorio nacional, entre 700.000 y un millón de kilómetros cuadrados. El Fuleco se ha multiplicado en millones de muñecos y otros productos con su imagen comercializada por la FIFA –generando además millones de dólares de ganancias—, exactamente al revés que le ocurre al pequeño armadillo, cada vez más raro en su hábitat.
En la lista mundial de especies amenazadas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), el Tolypeutes tricinctus está pasando de la categoría «vulnerable» a la de «en peligro». «Esto significa que si no se hace nada, el animal se puede extinguir en los próximos 50 años», explica la bióloga y veterinaria Flávia Miranda, del grupo conservacionista Proyecto Tamanduá.
El Tolypeutes tricinctus es una de las dos especies de armadillo con la facultad de enrollarse formando una bola. La otra es el Tolypeutes matacus, presente en varios países sudamericanos.
El tatú-bola puede medir hasta 45 centímetros y pesar un kilo y medio. Se alimenta sobre todo de insectos y su armadura está compuesta por tres capas dérmicas osificadas. Se estima que ya ha desaparecido un 30 por ciento de su población original. «Calculamos que ha perdido el 50 por ciento de su hábitat en los últimos 15 años», subraya Miranda, también consultora de la Asociación Caatinga.
La reducción del hábitat es la principal razón de peligro, apunta Castro, causada por la deforestación de la Caatinga y del Cerrado, la vecina ecorregión de sabana tropical que también habita. Pero no se puede ignorar la caza. «Se trata de una práctica cultural y tradicional de comunidades rurales», explica Castro. «Todos aprecian su carne. Inclusive muchos lo matan para venderlo porque cuesta unos 50 reales (unos 23 dólares)» por kilo, añade Miranda.
En vísperas del mundial, el Ministerio de Medio Ambiente lanzó un Plan de Acción Nacional para la Conservación del Tatú-Bola de cinco años, elaborado con la Asociación Caatinga. Se trata de un compromiso público con la preservación de la especie. «Vamos a trabajar asociados a universidades y organismos públicos y privados para disminuir la deforestación y la caza», explica Miranda.
El plan estimulará también la creación de unidades de conservación y de reforestación. Ugo Eichler Vercillo, coordinador general del Instituto Chico Mendes de Conservación de la Biodiversidad, explica que el plan permitirá crear una «fuerza de tareas» para combatir la caza. Además, se promoverán acciones para compensar la pérdida de recursos de las comunidades pobres que capturan al animal para subsistir, gracias a las proteínas de su carne.
Entre otras iniciativas, se les otorgará la Beca Verde, una ayuda económica mensual de 100 reales (unos 45 dólares) y se beneficiarian de otros programas sociales y de transferencia de renta para sectores en extrema pobreza. Son «poblaciones que viven de lo que recogen, plantan y cazan» en lugares como el interior de los estados de Bahia, Pernambuco, Piauí, Ceará y Rio Grande do Norte, explica Vercillo. Esos habitantes de pocos recursos en áreas de difícil acceso codician el tatú-bola «por no tener otras fuentes de proteína», señala.
En 2013 la Asociación Caatinga, la UICN y The Nature Conservancy pusieron en marcha el programa «Yo protejo al Tatú-Bola», destinado a reducir el riesgo de extinción. «Nuestro proyecto, estimado en 10 años, registrará las áreas de presencia natural e histórica y recolectaremos datos de amenazas para trabajar sobre ellas», explica Miranda.
Echar a rodar al armadillo brasileño en las canchas de la Copa FIFA busca convertirlo «en una especie de símbolo de la preservación de la caatinga, y de otras especies de la fauna y de la flora que la habitan», recuerda esta bióloga y veterinaria.La FIFA adoptó al tatú-bola como mascota por considerar que ayudará a «aumentar la conciencia en Brasil sobre la vulnerabilidad» de la especie. Pero Castro espera algo más de la FIFA. «Nuestra pregunta a la FIFA es simple: El tatú-bola dio vida al Fuleco, pero el Fuleco no está haciendo nada por el tatú-bola. ¿Por qué?».