El informe «La nueva era demográfica en América Latina y el Caribe: la hora de la igualdad según el reloj poblacional», de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), confirma que en este siglo hay menos hijos por matrimonio y más adultos mayores, lo que comienza a cambiar el paisaje de ciudades y pueblos en la región.
«El envejecimiento de la población es una buena noticia en la medida que aumenta la expectativa y la calidad de vida», dice María Julieta Oddone, directora del Programa Envejecimiento y Sociedad de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales.
Durante el siglo XX, a América Latina la caracterizó el crecimiento, de 161 millones de habitantes en 1950, a 512 millones en 2000. Pero en este siglo se calcula que la población alcanzará los 734 millones en 2050, para luego descender a 687 millones en 2100, según el informe divulgado en noviembre por la Comisión, en su sede en Santiago.
La Cepal lo atribuye a que la expectativa de vida ha aumentado 23 años en la región, al pasar de 55,7 años en el periodo 1950-1955 a 74,7 años en 2010-2015. En el primer quinquenio esa esperanza de vida era 10 años inferior a la media de los países industriales, y en el quinquenio actual la diferencia es de cinco años.
El otro factor determinante es la caída de la tasa global de fecundidad que ha pasado de ser una de las más altas del mundo, con casi seis hijos, a 2,2 hijos por mujer, inferior incluso al promedio mundial de 2,3.
«Siempre hubo viejos en las sociedades. Pero ahora es la primera vez que en la historia del mundo, las viejas son las sociedades», subraya Oddone, quien prefiere decir «personas viejas» porque «vejez no es igual a decrepitud y muerte. Hoy mayoritariamente los viejos son personas activas, sanas, con mucha potencialidad».
El envejecimiento latinoamericano, que ámbitos académicos y científicos siguen negando porque «todavía prevalece la idea de que seguimos siendo una sociedad joven», requiere «una mirada diferente», según la también investigadora del argentino Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas.
Primero en su comprensión, y después en la adopción de políticas públicas en salud, previsión social, protección, educación, recreación, actividades comunitarias, dirigidas a estos nuevos «viejos jóvenes», explicó.
«Las familias han cambiado, familias que a principios del siglo XX tenían abuelos que tal vez llegaran a los 50, hoy tienen abuelos, bisabuelos y hasta tatarabuelos», sostiene. «El hecho de pasar más de la mitad de la vida como persona vieja (y que tendremos un horizonte de 30 años como jubilados), implica fuertes cambios sociales», señala.
Oddone cita como ejemplo medidas sanitarias que contemplen no solo enfermedades típicas de niños o jóvenes, sino las crónicas o degenerativas, que sufrirán muchos más. «El aumento de la población vieja no necesariamente es una hecatombe en el sistema de salud, eso es parte de los mitos, pero debemos estar prevenidos».
Las políticas públicas, considera, tendrán que contemplar la nueva realidad de familias que necesitan más apoyo para cuidar a sus familiares longevos, o la de los ancianos que tienen un papel más activo cuidando a sus nietos.
Recuerda que muchos se empobrecen y se vuelven más vulnerables, porque al vivir más tiempo y tener menos hijos o ninguno, a veces tienen que vender sus viviendas para costear sus gastos. «Creo que no se ha tomado conciencia de la magnitud de cambios que implica que la sociedad haya decidido ser vieja... cuando ha sido un deseo de la sociedad lograrlo», subrayó.
Andrés Hatum, especialista en «Comportamiento humano en organización» de la IAE Business School, tiene una visión más pesimista, ante una noticia que considera «preocupante». «Con menos gente joven, envejece la población activa, significa menos productividad, menos talentos, menos ingenieros y ejecutivos con experiencia», nos dice. «Tendríamos que tener un crecimiento demográfico más expansivo para permitir el crecimiento económico».
En términos educativos, Hatum dice que habría que reformular la distribución presupuestaria. Por ejemplo, en vez de abrir tantas universidades para los jóvenes, creando más unidades académicas para actualizar a los adultos mayores.
En su informe, la Cepal ve una gran oportunidad para mejorar la educación. La reducción de la población infantil y juvenil facilitará extender a todos en estos dos grupos «los beneficios de una educación de alta calidad de la que antes solo se beneficiaba una pequeña minoría», asegura.
Hatum también cree necesario aumentar los topes de la edad de jubilación para que no «exploten» los sistemas de pensión, y pensar en esquemas laborales flexibles, con variables que «tengan sentido también para el empleador». «Tal vez una forma sea que se trabaje menos a medida que se avance en edad, para que también disfruten del tiempo de ocio».
Para Hatum, las fábricas tendrán que adaptarse ante una nueva fuerza laboral de más de 45 años, por un lado con más experiencia, paciencia, y perfeccionismo, pero por el otro, con deterioros de menor flexibilidad, fuerza y vista. El experto considera «anticuado», el modelo empresarial que «supone que la gente debe obtener aumentos de salario y ascensos sobre la base de la edad y luego irse cuando llega el momento del retiro», lo que alienta a los empleados más viejos a un retiro temprano.
«Hay muchos países en los que la gente se queda sin trabajo antes y les cuesta reinsertarse. Nosotros (los latinoamericanos) estamos en esa transición que cruje», observa. Oddone considera que el tema es complejo. Recuerda que en países como Argentina, dos tercios de las personas en edad de jubilarse, se quiere jubilar, y que la robótica, por ejemplo, no solo expulsa a lo más viejos del mercado, sino que impide que muchos jóvenes consigan trabajo.
«En épocas de flexibilización en el mercado de trabajo empieza la discriminación de edad más temprano», señala. «De todas maneras creo que el mercado de trabajo va a tener que encontrar formas de mantener por más tiempo, o por lo menos de utilizar a buena parte de estas personas, que con sus capacidades y experiencias pueden aportar algo», reflexiona.
Personas activas y con renovados deseos, como la argentina Silvia Schabas, que a los 75 años, con buena salud y un gran bagaje cultural, cree que podría aplicar más que nunca sus conocimientos. «El mercado laboral está muy limitado, solo quieren a gente joven si se trata de empleo formal», nos dice esta antigua docente que vive en la capital peruana.
Con sus nietos, Schabas comenzó a aprender informática, y a participar de las redes sociales. «Pasados los años, cuando descubrí que sin acercarme a ese mundo «desconocido y misterioso» quedaría «fuera del mundo» grite: Auxilio!», bromea.
Schabas propone, entre otras acciones, una «atención de la salud pública: oportuna, amable, personalizada, con especialistas en geriatría», o expandir actividades culturales y deportivas en parques.
Pero sobre todo pide que se entienda que ellos también fueron jóvenes.
«La juventud no dura toda la vida y nadie sabe cómo va a ser su vejez y por lo tanto nosotros somos un poco el espejo de su futuro de adultos mayores, tercera o cuarta edad o como se le quiera llamar eufemísticamente», sintetiza Schabas, quien dice integrar una nueva generación de «abuelitas que ya no hacen punto de cruz, sino punto.com».