Numerosas lideresas de países insulares del océano Pacífico aclamaron el acuerdo alcanzado en la COP21 para frenar el cambio climático, por considerar que refleja un momento sin precedentes en materia de solidaridad mundial en torno a un tema caracterizado por la fractura entre las naciones en desarrollo y las industrializadas.
Pero para esos países, que consideran al recalentamiento planetario como la principal gran amenaza a su existencia, solo será un éxito si a las palabras le siguen acciones concretas.
«Es un gran avance y no creo que hubiera sido posible sin las voces de los indígenas de los países insulares del Pacífico, agrupados y reclamando acción y justicia», nos dijo la activista y poeta Kathy Jetnil-Kijiner, de Islas Marshall. «Soy muy optimista respecto del futuro», añadió Jetnil-Kijiner, quien participó en la COP21, realzada en París del 30 de noviembre al 12 de diciembre.
La COP21 se caracterizó por intensos compromisos y negociaciones por parte de los 195 países, además de la Unión Europea (UE).
Dame Meg Taylor, secretaria general del Foro de las Islas del Pacífico, dice que «si bien no se incluyeron todos los asuntos identificados por los países de la región en el documento final, hubo avances sustanciales».
Por ejemplo, «el reconocimiento de la importancia de continuar los esfuerzos para limitar el aumento de temperatura a 1,5 grados centígrados, la inclusión de daños y pérdidas como un elemento separado en el acuerdo, así como un acceso simplificado y ampliado a los fondos para el cambio climático», detalló Meg Taylor.
Claire Anterea, de la Red de Acción Climática de Kiribati, un atolón de unos 110.000 habitantes, agregó que el resultado fue «bueno, pero no perfecto», y destacó que el nuevo objetivo respecto del aumento de temperatura y el llamamiento a mejorar los fondos para el clima fueron particularmente importantes.
La Organización Meteorológica Mundial pronosticó que 2015 será el año más caliente de que se tenga registro, con un aumento de temperatura global que promediará un grado por encima de la era preindustrial.
Mientras, los países del Pacífico se preparan para que en este siglo haya un mayor aumento de la temperatura y del nivel del mar, para la acidificación de los océanos y el blanqueamiento de los corales. El aumento máximo del nivel del mar podría ascender a 0,6 metros en muchos estados insulares, según el Programa Científico de Cambio Climático del Pacífico. En el mejor de los casos, Kiribati y Papúa Nueva Guinea podrían registrar un aumento de temperatura de 1,5 grados, pero con emisiones contaminantes elevadas, podría llegar a 2,0 grados en 2090.
El recalentamiento planetario podría hacer que la producción de boniato, un alimento básico en muchos países, disminuyera más de un 50 por ciento en Papúa Nueva Guinea e Islas Salomón para 2050, según estimaciones del Banco de Desarrollo Asiático. El peso de perder la producción agrícola recaerá sobre los hombros de la población femenina de los países insulares, principales responsables del cultivo, la producción de alimentos y la búsqueda de agua.
Los pobladores de los estados insulares encabezaron una campaña en París en 2015 para fijar un nuevo límite al aumento de temperatura de 1,5 grados. Eso es fundamental, arguyeron, para frenar futuros golpes climáticos y mitigar los desplazamientos forzados, pues las islas se vuelven cada vez más inhabitables por la pérdida de alimentos, agua y tierra.
En una señal del cambio de opinión en los países industrializados, los estados insulares contaron con el apoyo de numerosas naciones en desarrollo y ricas en una Coalición de Gran Ambición, que surgió en la segunda semana de la COP21. Entre los países que expresaron su solidaridad se destacan Alemania, Brasil, Estados Unidos, México, Noruega y la UE.
El acuerdo final de París, que busca limitar el aumento global de temperatura por debajo de los dos grados y «perseguir esfuerzos» para reducirla otros 0,5 grados fue un logro de la coalición.
El límite de «1,5 grados ni siquiera estaba en la mesa antes del inicio de la conferencia, por lo que la primera vez que escuché que se había colado en el texto lloré aliviada. Dicho eso, la redacción imprecisa definitivamente me preocupó y sé que requerirá de una presión continua de todos nosotros para que efectivamente se logre», subrayó Jetnil-Kijiner.
Eso no disminuirá los enormes desafíos que ya afronta la región para adaptarse a un clima extremo, al que no podrán hacer frente las pequeñas economías insulares sin acceso a fondos internacionales.
Los gobernantes de la región llamaron a la comunidad internacional a honrar su compromiso de reunir 100.000 millones de dólares al año para 2020 para financiar la adaptación en los países en desarrollo, un objetivo fijado por primera vez en la COP15, realizada en Copenhague en 2009. Las evaluaciones desde entonces sobre cuánto se logró reunir varían, pero el Banco Mundial mantenía en abril que faltan unos 70.000 millones de dólares.
Taylor cree que «es positiva la perspectiva de los fondos climáticos para después de 2020, pues el artículo 9 del Acuerdo de París identifica que, para los pequeños estados insulares en desarrollo, los fondos para la adaptación tienen que ser públicos y basados en concesiones». Se ha debatido sobre si mecanismos financieros, como el Fondo Verde para el Clima, deben otorgar fondos libres o préstamos con condiciones.
Anterea señala que, para ser efectivos, los fondos «necesitan llegar a la gente de a pie a través de un método simple de procesamiento». El reconocimiento de las pérdidas y los daños causados por el clima extremo y los desastres naturales en el acuerdo final también fue todo un logro, añadió la secretaria del Foro de las Islas del Pacífico, aunque eso no habilita a las naciones vulnerables a reclamar ninguna deuda o compensación a los grandes contaminantes, aclaró.
La mayor esperanza radica en los compromisos vinculantes contraídos por las naciones para fijar objetivos de reducción de emisiones y someterse a un largo proceso de control y revisiones, una medida que acelerará la transición global hacia las energías renovables y dificultará más la viabilidad de la quema de combustibles fósiles, el mayor responsable de las emisiones contaminantes.
«Necesitamos una revisión de cinco años como paso fundamental para que los gobiernos se hagan responsables de nuestros objetivos y metas», remarcó Jetnil-Kijiner. Si no se alienta a las naciones a mejorar cada vez más sus objetivos, el planeta podrá continuar hacia un aumento de temperatura devastador de unos 2,7 grados o más, concluyeron los especialistas.
La cuestión más acuciante, después de que se diluyó la euforia por el acuerdo global alcanzado en París, es ¿cómo se implementarán esas nobles promesas? Los habitantes de los países insulares del Pacífico dependen de ello.