El filósofo Zygmunt Bauman arremete en su nuevo libro contra las grandes desigualdades de las sociedades contemporáneas.
Un informe reciente sobre la desigualdad en el mundo, «Gobernar para las élites», hecho público por la organización no gubernamental Oxfam, señala que la mayoría de la población cree que las leyes actuales están concebidas para beneficiar a los ricos. El vicesecretario general de organización del Partido Popular, Carlos Floriano, ha declarado recientemente que «la economía se está recuperando gracias al esfuerzo de los que más tienen». Así que, probablemente, los gobiernos deciden beneficiar a los ricos porque piensan que son ellos los que crean la riqueza de las naciones.
Estos datos podrían explicar algunas de las cifras que el filósofo Zygmunt Bauman (Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades) incluye en su último libro, titulado con una interrogante que ya provoca el debate en el que actualmente se encuentra la sociedad en crisis: «¿La riqueza de unos pocos nos beneficia a todos?» (Ed. Paidós).
Entre las cifras que Bauman incluye en su ensayo destacan las siguientes (se recomienda leerlas despacio y repetir la lectura, para mejor asimilarlas): El 10 por ciento de la población mundial posee el 85 por ciento de la riqueza. La riqueza de las 1000 personas más ricas del mundo es casi el doble que la riqueza de los 2500 millones más pobres. Las 20 personas más ricas del mundo tienen recursos iguales a los recursos de los mil millones más pobres... Así pues, con la connivencia de los gobiernos, cuyas leyes les favorecen, la mayor parte de los beneficios del progreso económico acaba en manos de quienes tienen ya rentas más altas.
Y no sólo eso. Dice Bauman que «los ricos, y especialmente los muy ricos, son cada vez más ricos, mientras que los pobres, y especialmente los muy pobres, son cada vez más pobres» (p.22). Esta es una realidad difícil de transformar en la actual situación porque, como consecuencia, el futuro de un niño está determinado más por la situación social de sus padres que por su propio cerebro, sus esfuerzos o su dedicación. Además, el coste cada vez mayor de la educación impide a jóvenes con talento tener la oportunidad de adquirir las habilidades que necesitan para desarrollarlo.
Bauman tiene una explicación para esta situación. Dice: «La desregulación de los bancos y de sus movimientos de capital permite a los ricos moverse libremente, buscar y encontrar los mejores terrenos para obtener los mayores beneficios, lo que les hará más ricos; mientras que la desregulación de los mercados de trabajo hace que los pobres no se puedan beneficiar de las mejoras y por tanto estarán condenados a empobrecerse» (p.51-52).
Para Bauman, la supuesta existencia de una mano invisible del mercado es otra falacia: «puede que sea invisible pero no hay duda de a quién pertenece esa mano y quien dirige sus movimientos» (p.51). Pero lo interesante es encontrar una respuesta al título del libro: si realmente la riqueza de esos pocos ricos beneficia a todos. Bauman dice que no, pero lo dice con argumentos de peso.
El que la desigualdad siempre se haya justificado (y así lo dicen los gobiernos) por el hecho de que los de arriba contribuyen más a la economía actuando como «creadores de empleo» ha caído estrepitosamente cuando en 2008 y en 2009 quienes habían llevado la economía al borde de la ruina se marchaban con cientos de millones de dólares de beneficios; es decir: no se podían justificar sus ganancias en base a la beneficiosa contribución a la sociedad que decían llevar a cabo. Porque la realidad es que las ganancias de los que ya son ricos no se reinvierten en la «economía real» sino que se reintroducen en grandes cantidades de dinero en el círculo de los muy ricos.
Por eso el enriquecimiento de los ricos no produce beneficios a los de abajo, ni siquiera a quienes están más cerca de las jerarquías de la riqueza y de la renta. Esto se ha visto cuando uno de los cambios que se han producido en estos últimos años ha sido la degradación de la clase media al nivel del «precariado». El dogma de que el enriquecimiento de los ricos acaba revirtiendo a la sociedad y de que pagar a los ricos altos salarios porque su «excepcional talento» beneficia al resto de la sociedad es, según Bauman una mezcla de mentira intencionada y de ceguera moral, porque un modelo económico que permite a los miembros más ricos de una sociedad acumular una parte cada vez mayor acaba siendo destructiva. El objetivo de esta política de beneficiar a los más ricos no es asegurar un beneficio público sino asegurar privilegios.
Realidades incuestionables
Zygmunt Bauman desmitifica algunas de las «realidades incuestionables» sobre las que se mueve la economía. Una de ellas es el crecimiento económico. Bauman dice que este concepto no es consustancial a los humanos y que tal crecimiento lo que asegura es la creciente opulencia de unos pocos frente a una caída del nivel de vida de gran número de personas. Porque, después de todo lo dicho, se ha demostrado que un incremento de la riqueza total revierte siempre en los más ricos y supone una profundización en la desigualdad social. Por lo tanto, la solución no está en el crecimiento económico sino en una mejor distribución de la riqueza.
Otra de esas «realidades incuestionables», el crecimiento continuo del consumo, es otra falacia de una sociedad que al aplicarla se ha escindido entre una masa de verdaderos consumidores de pleno derecho y una categoría de consumidores fracasados, para quienes no comprar constituye el estigma de una vida incompleta, la prueba de que no sirven para nada. El nivel social se mide ahora no por el prestigio ni por los valores humanos sino por la capacidad de compra. El éxito en la vida es poder comprar.
Nos definimos no por lo que hacemos sino por lo que compramos. Si el camino de la felicidad pasa por ir de compras (y algo de eso debe haber porque la primera consigna de George Bush tras los atentados del 11-S a sus conciudadanos fue: volved a ir de compras, mientras que el inconformismo social suele manifestarse en los asaltos violentos a las tiendas de productos de consumo), una gran parte de la sociedad es infeliz porque no puede comprar ni siquiera lo que necesita. Otras «realidades incuestionables», como la competitividad o la afirmación de que la desigualdad entre los hombres forma parte de la naturaleza son combatidas por Bauman con razonamientos de peso. Por lo tanto, en la actual sociedad lo importante no es la producción de la riqueza sino su distribución
Lo único que se ha demostrado es que el daño hecho hasta ahora por la desigualdad ha sido más desigualdad. Bauman transmite a la sociedad la urgencia de salvar al mundo de la ceguera en la que se encuentra y de sus consecuencias suicidas. Y advierte: la primera víctima de la desigualdad será la democracia. Lo está siendo ya.