¿Sería posible hoy una reunión entre los jefes de Estado de Reino Unido, Estados Unidos y Rusia?, ¿qué se dirían en primera persona David Cameron, Barack Obama y Vladimir Putin? ¿Hablarían de Ucrania, de Grecia, de la troika, del petróleo, de la deflación, de Cuba o de China?, ¿hablarían de Siria, del Estado Islámico, del pueblo kurdo o de la libertad de expresión?... Muchos posibles temas sobre la mesa. Hace 70 años, cuando el mundo era otro y las decenas de problemas geopolíticos se concentraban en la Segunda Guerra Mundial, tres antecesores de Cameron, Obama y Putin se reunieron para finiquitar el segundo conflicto internacional del siglo, pero abrieron uno nuevo: la Guerra Fría.
Winston Churchill, Franklin D. Roosevelt e Iósif Stalin, personalidades las tres que marcaron una época y la historia –«los Tres Grandes», les llaman-, se reunieron entre el 4 y el 11 de febrero de 1945 en Yalta, Crimea, actual escenario de los nuevos conflictos internacionales. La Alemania del Tercer Reich estaba a punto de ser derrotada y los Aliados cerraban acuerdos de cara al final definitivo de la guerra. En el verano de ese año, en Potsdam, cerca de Berlín, se cerró la derrota definitiva de Alemania.
Más que un fin, Yalta fue el inicio de la división de Europa, con Alemania como claro reflejo. El país quedó dividido en cuatro zonas: la británica, la estadounidense, la soviética y la francesa. Además, la Unión Soviética alcanzó el derecho a organizar la política de los países que había liberado con sus tropas: estaba naciendo la Europa Oriental, la Guerra Fría, que tendría su fin también en Alemania, con la caída del Muro de Berlín en 1989.
Pero Yalta dejó también elementos positivos, como los primeros pasos de la creación de las Naciones Unidas. «Roosevelt ni conocía a Stalin, ni advertía su juego y cedería en todo a cambio de su apoyo en la fundación de la ONU», ha escrito recientemente el historiador José Díez-Zubieta. El orden del día tenía tres puntos: adopción del plan de Dumbarton Oaks para la organización de las Naciones Unidas; condiciones para forzar la rendición de Alemania; y un trato reservado a Polonia y demás naciones liberadas, según explica el periodista estadounidense John T. Flynn, en el libro El mito de Roosevelt.
Todo ello según un diario de reuniones de un funcionario del Departamento de Estado de Estados Unidos que se publicó en The New York Times diez años después. Y es que, la información oficial sobre Yalta fue un escueto comunicado de nueve puntos en el que no se explicaba nada del desarrollo de las negociaciones: 1) La derrota de Alemania: desarme y desmilitarización. 2) La ocupación, división en zonas y el control de Alemania. 3) Reparaciones de guerra alemanas. 4) Conferencia de Naciones Unidas. 5) Declaración sobre la Europa liberada. 6) Polonia. 7) Yugoslavia. 8) Reuniones posteriores de los ministros de Asuntos Exteriores. Y 9) Unidad, tanto en la guerra como en la paz.
Nueve puntos como resultado de siete plenarias, además de reuniones de ministros y almuerzos de trabajo. Yalta, o la reunión de la «Santísima Trinidad», como la calificó la prensa de la época, marcó el futuro de unas relaciones internacionales en las que Europa tendría menos peso: rusos y norteamericanos definían los nuevos rumbos que duraron casi cinco décadas y cuyos ecos resuenan aún hoy: ¿No es acaso la situación actual de Crimea, de vuelta a la órbita rusa, una consecuencia de aquello?