Por Francisco R. Pastoriza
Lo peor que le pudo pasar a Wagner, de quien este 22 de mayo se han cumplido 200 años de su nacimiento, es que a Hitler le gustara su música.
En cuanto se menciona el nombre de Wagner, en seguida se le relaciona con la ideología nazi, porque el nazismo se apropió de la música de este compositor a quien, a pesar de todo, se sigue considerando uno de los grandes de la música clásica. Desde su adopción por el nacionalsocialismo, un amplio sector de la cultura internacional ha venido calificando la obra de Wagner como inmoral, corruptora, venenosa, degenerada. Fascista. Incluso se ha llegado a justificar, con estos componentes, una maldición sobre los intérpretes de las obras de Wagner: la soprano Marie Wilt se suicidó después de interpretar el papel de Brunilda, el tenor Ludwig Schnorr murió con 29 años poco después de cantar Tannhäuser, Ander se volvió loco estudiando Tristán, y Scaria se murió, también demente, tras cantar Parsifal.
Frente a esta descalificación militante, otro sector defiende la obra de Wagner como una de las más excelsas que se hayan compuesto nunca. La polémica lleva arrastrándose casi un siglo, desde que la música de Wagner recibió el gran impulso del régimen nacionalsocialista, que la identificó con sus valores mucho después de la muerte del compositor.
Un libro esclarecedor
Sobre esta dualidad centra su tesis el profesor británico Bryan Magee en su obra «Aspectos de Wagner», recientemente publicada en España por Acantilado. Afirma Magee que la acusación de fascista sólo se produce por asociación: «Las obras de Wagner no tienen absolutamente nada que ver con rubios arios, botas altas o cámaras de gas en las que se aniquilan a los judíos... las implicaciones de El Anillo de los Nibelungos son completamente opuestas al fascismo». Ni siquiera su antisemitismo, ciertamente aberrante como se demuestra en su obra «El judaísmo en la música», se puede comparar al de los nazis, ya que tenía raíces culturales más que raciales o religiosas.
Según Magee, la identificación que se hace de la obra de Wagner con el nazismo es fruto de una perversión de sus aspectos fundamentales, como ocurrió, en otro ámbito, con la filosofía de Nietzsche. De hecho, los antecedentes de Wagner indican una personalidad alejada del espíritu totalitario: fue amigo de Bakunin y colaboró con él en la revolución de Dresde de 1849. Su personalidad le influyó hasta el punto de tomar al líder anarquista como modelo para su Sigfrido. Por otra parte, sus obras teóricas tienen, según Bryan Magee, una notable influencia de los escritos de Karl Marx.
La explicación del fenómeno a la crítica de la obra de Wagner la sitúa Magee en la importancia síquica del componente mitológico de la obra de Wagner, para quien la realidad se encuentra en la psique de cada persona antes que en el mundo exterior. Por eso, adelantándose a Freud y a Jung (para Wagner el cantante es la voz del yo y la orquesta sería la voz del ello), Sigfrido y Parsifal exploran la sexualidad edípica y sus óperas de madurez son como manuales de sicoanálisis, liberan material radiactivo de las profundidades de la personalidad de quienes las escuchan. La música de Wagner vendría a expresar contenidos síquicos reprimidos, razón de su efecto inquietante, por lo que a muchos les hace sentir por primera vez estar en contacto con lo más profundo de su personalidad.
El poder de conmover y el efecto perturbador de la música de Wagner tienen que ver con el hecho de llevar lo inconsciente a la conciencia. Y estas teorías no sólo las planteaba Wagner a través de su música sino también en su amplia obra ensayística (sus «Escritos y poemas completos» ocupan 16 volúmenes, sin contar la correspondencia, unas 10.000 cartas), sobre todo en «Arte y revolución». La mayor influencia que recibió Wagner para anteponer el sentimiento a la racionalidad fue la filosofía de Schopenhauer, sobre todo de «El mundo como voluntad y representación». La lectura de esta obra significó para Wagner lo que la caída del caballo para Saulo y supuso la mayor influencia en la vida creativa del músico de Leipzig. Frente a la perspectiva intelectualizada y racionalista de su juventud, dio rienda suelta a lo que acontecía en el plano inconsciente, intuitivo y emocional de su personalidad. En palabras de Bryan Magee, «el descubrimiento de Schopenhauer hizo que se aclararan muchas de las cosas en las que creía su corazón pero no su cabeza».
Una personalidad polémica
Wagner es uno de los personajes más populares de la historia universal de la cultura, incluso lo fue en su tiempo. El número de libros y artículos dedicados a su persona y a su obra superaba los diez mil antes de su muerte, más que los dedicados entonces a cualquier otro personaje de la historia, excepto Jesucristo y Napoleón. Ya en vida, Wagner era de los que provocaban adhesiones incondicionales y violentos rechazos. Thomas Mann lo idolatraba. Para Luis II de Baviera era un espíritu divino. Zola y Bernard Shaw concibieron algunas sus novelas siguiendo el modelo de las estructuras de las óperas de Wagner. Para Baudelaire, Wagner era su máxima pasión. Simbolistas y expresionistas le rindieron su admiración. Nietzsche era su supremo adorador, aunque al final de su vida se convirtió en su supremo detractor.
Además, Wagner influyó en importantes autores no sólo del mundo de la música. El «Ulises» de James Joyce surgió para hacer con las palabras lo que Wagner había hecho en sus óperas, según Edouard Dujardin, el inventor del monólogo interior. La poesía de W.H. Auden, Eliot o Gerard de Nerval están llenas de alusiones a la obra de Wagner. Marcel Proust tituló el segundo volumen de «En busca del tiempo perdido» en honor de las muchachas en flor del segundo acto de «Parsifal». El escritor y pacifista Romain Rolland admiraba sus óperas y Oscar Wilde convirtió a Dorian Gray en un adicto a Tanhauser, en quien veía la representación de su propia tragedia. Las adhesiones se produjeron de una manera más unánime en el mundo de la música. Mahler, Richard Strauss, Bizet, Schoenberg y Bruckner nunca ocultaron su fervor por Wagner. Debussy, como Nietzsche, pasó de la devoción al rechazo. Stravinski fue uno de sus más activos detractores.
Quienes fueron sus críticos acusaban a su música de provocar deseos incestuosos y un desmedido erotismo (efectivamente, en la música de Wagner es muy importante la sensualidad, el erotismo, la desmitificación del tabú: la expresión de lo prohibido). También odio, malicia, rencor, angustia, culpa, aislamiento y aprensión. Que era hostil a la civilización y que manifestaba esa violencia desenfrenada con la que se expresan las pasiones destructivas, lo que años más tarde justificó la creencia en su componente fascista. Los wagnerianos contraatacan afirmando que esas pasiones forman parte importante de la vida y sólo son una parte de la música de Wagner y no su totalidad.
A 200 años de su nacimiento, la figura de Wagner continúa tan intensamente controvertida como en su época. Siguen vivas las polémicas sobre su antisemitismo, su nazismo, su nacionalismo alemán, sus ideas sobre la sexualidad, su cristianismo o su posible ateísmo, su relación con Nietzsche... Pese a todo es indudable que es uno de los grandes compositores que han existido y que su concepto de la ópera como drama musical, que aúna la literatura de Shakespeare con la música de Beethoven y que combina todas las artes al modo como lo hiciera la tragedia griega (su objetivo era la Gesamtkunstwerk, la obra de arte total, a la que se acerca en «El anillo del Nibelungo»), constituye una de las más altas cumbres alcanzadas en el mundo de la música.