El primer ministro israelí ha dicho que los asentamientos judíos en Jerusalén no cesarán pese a las críticas de la UE. «Nos negamos a establecer restricciones en la construcción en nuestra capital. Del mismo modo que construyen en Londres o París», ha dicho Netanyahu. Responde así a las críticas de algunos de los líderes de la Unión Europea en relación con la decisión del Ministerio del Interior de Israel de construir 800 nuevas viviendas en Gilo. La Alta Representante de Exteriores, Catherine Ashton, que realiza una gira por Oriente Próximo, tendrá la oportunidad de comunicarle directamente al gobierno porque la UE se opone a ese expansionismo.
RAM, Jerusalén oriental, (IPS) - Ali Shuruf enciende las luces e ilumina una colorida sala de estar que contrasta con la vista exterior, todo gris. Su casa da literalmente a un muro, pero no a cualquiera sino a la barrera de hormigón de ocho metros de alto que separa a palestinos de israelíes. «Desde la sala se ve el muro. De la cocina, de la terraza, siempre el muro que nos encierra por el este, el oeste y el sur», dice Shuruf, un constructor palestino, señalando una jaula con un perico australiano que da saltos.
«Somos como pájaros enjaulados». «La libertad termina aquí». Desde el techo de la casona, nos muestra el resplandor de las luces detrás del lado este del muro. «Esta es la separación entre árabes y judíos» en Jerusalén oriental. Shuruf construyó la vivienda de tres pisos con sus hermanos, y cada uno ocupa uno de ellos con su familia.
El barrio judío adyacente, Neve Ya'akov, está ubicado dentro de los límites del municipio de Jerusalén, al igual que Ar-Ram. Pero el primero está dentro del perímetro del muro, y el segundo, afuera. Tras la ocupación israelí de Jerusalén oriental en 1967, la planificación urbana incluyó la construcción de centros comunitarios, comerciales, médicos y deportivos, así como escuelas, plazas y sinagogas para la población judía.
Debido a que barrios como Neve Ya'akov quedaron en la parte ocupada de la ciudad, también consideraron necesario un muro de protección. «Jugábamos al fútbol juntos. Ahora estamos desconectados», se lamenta Fadhi Hijazi, amigo de uno de los hijos de Shuruf. El muro de separación fue construido tras la segunda Intifada (levantamiento palestino de 2000 a 2005) para protegerse de posibles atacantes suicidas.
Diez años después, una barrera de 142 kilómetros de largo rodea la mayor parte de Jerusalén oriental, y solo cuatro kilómetros de su extensión total fueron construidos sobre la línea divisoria fijada antes de 1967. Soldados israelíes ocupan puestos de control a ambos lados del muro, y ninguno sobre esa línea.
La «frontera» no solo separa los barrios judíos de pueblos y ciudades de Cisjordania, sino que deja afuera a los barrios palestinos de Jerusalén. Muchos de sus residentes, como Shuruf, con tarjeta de residencia azul, quedan fuera de la ciudad. «Visitar a mi vecino de puerta me lleva una hora», contó Shuruf.
El muro no es solo una cuestión de seguridad, no solo impide la libertad de movimiento, sino que forma parte de la política para mantener una mayoría judía en Jerusalén. «El muro es una cosa racista que fomenta el odio», explica Mohammad Turman, cuñado de Shuruf. «El problema no son los israelíes en sí, podemos vivir en paz. No, el problema es quien controla la ciudad».
La batalla por Jerusalén es por quien controla el factor demográfico. En la parte oriental viven unos 200.000 israelíes y unos 300.000 palestinos. Pero barrios árabes enteros quedaron excluidos, de hecho, de la ciudad por el muro de separación. Ubicado en la carretera a la ciudad cisjordana de Ramalah, Ar-Ram con sus 10.000 habitantes es uno de esos barrios. Llegar hasta donde vive Shuruf en automóvil desde intramuros es un trayecto agotador.
Es necesario atravesar el barrio judío Pisgat Ze'ev a través del puesto de control de Hizme, o conducir unos 10 kilómetros a lo largo del muro hasta la entrada de Kalandia yendo hacia Ramalah, y luego dar la vuelta en u y regresar del otro lado del muro. «No tenemos los servicios municipales que nos corresponden, salud, educación», se lamenta Shuruf y explica que tuvo que inscribir a sus hijos en una «escuela local pobre debido al muro». «¿Qué le dice a sus hijos?», pregunta Hijazi. «Al Yahud, los judíos», ríe a pesar de todo Shuruf.
Los barrios palestinos sufren un abandono crónico, pero el muro no hizo más que exacerbar la deprimente realidad socioeconómica. Según datos de la Asociación para los Derechos Civiles en Israel, la pobreza alcanza al 78 por ciento de los residentes palestinos de Jerusalén oriental, el 84 por ciento son niños y niñas. Además, el 40 por ciento de los hombres y el 85 por ciento de las mujeres no tienen trabajo.
Cuando Shuruf sufrió un derrame cerebral hace dos años, «la ambulancia israelí no quiso venir por cuestiones de seguridad ni tampoco la Media Luna Roja, porque es un área controlada por Israel», recuerda Hijazi. Al final, él pudo contar con su familia para trasladarlo hasta el hospital más cercano.
En la década de los 90, el acuerdo de paz de Oslo dividió a Cisjordania en tres zonas: Área A, bajo la Autoridad Nacional Palestina; Área B, seguridad bajo control de Israel y autoridad municipal palestina, y Área C, bajo total control israelí. Al estar anexado de hecho por Israel, Jerusalén oriental quedó fuera de la división de Oslo. Los palestinos encerrados en barrios como Ar-Ram quedaron en el limbo.
El muro cercena más las relaciones vitales entre Jerusalén oriental y los centros económicos palestinos cisjordanos, como Belén, en el sur, y Ramalah, en el norte. Jerusalén oriental solía prestar servicios a Cisjordania, pero ahora es inaccesible para los palestinos sin un permiso expedido por Israel. «Nuestra vida estaba en Jerusalén, no en la parte palestina», explica Hijazi.
Si el objetivo del muro fue romper los lazos de la población palestina con Jerusalén, se logró exactamente lo contrario, empujarlos de vuelta hacia Israel. Los palestinos no quieren estar haciendo cola en los puestos de control. Quieren trabajar, aprovechar los servicios municipales y comprar del lado israelí de la ciudad. Shuruf alquila una casa del otro lado del muro solo para tener su carné de identidad de Jerusalén y recibir atención médica, ahora un privilegio, pero que le correspondía como jerosolimitano antes de la imposición del muro.
«Para nosotros lo que está en juego no es ser absorbidos por Israel, sino sobrevivir, aguantar bajo la ocupación israelí», explica Shuruf.