En 2008 había 11.844 personas que carecían de vivienda en España y en 2012 la cifra ascendió a 22.938, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), que tiene en cuenta las que han sido usuarias de centros asistenciales de alojamiento, por lo que no se descarta que el número sea mayor.
Fernando, con barba poblada, camina despacio arrastrando un carrito rojo que oculta dos cartones de vino y una botella de agua casi vacía. No quiere vivir en un albergue pese a que tiene las piernas enfermas y hace frío. Divorciado y con hijos mayores, pide limosna a los clientes de dos grandes centros comerciales de esta sureña ciudad de Málaga, donde las historias repiten las de los demás centros urbanos de España.
La mayoría recala en algún momento en algún albergue o comedor social, pero sí hay un pequeño porcentaje que elige estar al raso y rechaza la ayuda, explica Toñi Martín, miembro del equipo de la Unidad de Calle, un servicio del Ayuntamiento que atiende en la vía pública a las personas sin hogar.
Los motivos por los que terminan en la calle son múltiples. Un 45 por ciento cita la pérdida del puesto de trabajo, mientras otro 26 por ciento dice que no pudo pagar más el alojamiento, el 20,9 por ciento alude a una separación de pareja y el 12,1 por ciento, a un desalojo de su vivienda, según la encuesta difundida en diciembre por el INE.
Un nuevo perfil de los «sin techo»
«La crisis no ha afectado a las personas sin hogar, sino que ha hecho caer a los que estaban en la cuerda floja», advierte la directora del Centro de Acogida Municipal, Rosa Martínez. Son las personas que antes podían resistir, quienes vieron resquebrajada su red de apoyo familiar por los embates de la crisis. Martínez, quien dirige este centro de 108 plazas, afirma que en los últimos años creció el número de personas sin hogar y su perfil cambió. «Ahora se ven familias enteras, gente que no puede pagar el alquiler de sus casas», dijo.
«Se nota un aumento de familias, en su mayoría monoparentales (madres e hijos) que piden algún tipo de ayuda de nuestra red», revela un informe de Puerta Única, una institución pública que coordina en Málaga la atención a las personas sin hogar con una red diversificada de centros.
El desempleo afecta en España al 25,02 por ciento de la población económicamente activa y a la mitad de sus jóvenes, y este mes organismos internacionales han vaticinado que este año la situación económica será aún peor en el país que en 2012. Para hacer frente a la crisis, el gobierno de Mariano Rajoy ha aplicado duros recortes presupuestarios, pero es difícil dibujar un retrato nacional de cómo éstos han repercutido en los servicios asistenciales para las personas sin hogar.
Dado que la ejecución de los fondos se lleva a cabo a través de convenios con los distintos ayuntamientos del país, en algunos lugares «existe el compromiso firme de las administraciones y en otros está habiendo dificultades», dijeron fuentes de Cáritas, entidad de la Iglesia Católica que es referencia en la atención a la población en exclusión social.«En Málaga no va a haber reducción de fondos este año», asegura Martínez.
En los albergues hay tantos extranjeros como españoles
El INE indica que casi 46 por ciento de los sin techo son extranjeros, como Hans, un alemán corpulento que masculla algunas palabras en español. También es el caso de un latinoamericano que prefiere el anonimato y trata de enterrar un historial de adicción al alcohol y acusación de malos tratos a su pareja que le precipitaron a sus 51 años al albergue en el que hoy duerme. Y eso a pesar de que cuenta con estudios universitarios y ejerció un tiempo su profesión. Datos del INE señalan también que un 11,8 por ciento de las personas sin hogar tienen estudios superiores y el 60,3 por ciento alcanzaron la educación secundaria.
Muchos extranjeros sin hogar, sobre todo originarios de Marruecos, retornan a sus países debido a la precaria situación laboral, afirma la trabajadora social Paula de Santos, del Centro de Acogida Municipal. «No encuentran trabajo como antes en la recogida de la aceituna y las fresas», argumentó.
Un buen porcentaje son personas con problemas de drogas y alcohol, pero también hay otros sin adicciones, desempleados de larga duración que no encuentran trabajo y agotaron los subsidios de desempleo, relata Martín mientras recorre las calles a bordo de una furgoneta blanca. Con ella, dice Pepe, su conductor, buscan y atienden a los que llama cariñosamente «nuestros chicos». Fue Martín quien convenció a Dolores, de 61 años, de que viviera en el centro de acogida donde actualmente duerme y hace tres comidas al día. Así, dejó atrás a su pareja que la maltrataba y con la que compartía la adicción al alcohol. «Me he bañado yo solita. Apoyándome en el grifo porque me mareo», afirma orgullosa con una sonrisa que ilumina su rostro surcado de arrugas.
Un treinta y dos por ciento de las personas sin techo en 2012 perdió su vivienda ese año, mientras que el 44,5 por ciento llevaba más de tres sin hogar, según el INE. «Hay personas que han hecho de vivir en la calle una situación crónica, van subsistiendo y les cuesta cambiar de forma de vida», sostiene Martínez, la directora del centro de acogida. Respecto a estas personas difíciles de normalizar, «tratamos al menos de que mantengan un mínimo de higiene», agrega Martín.
Los que perdieron su alojamiento más recientemente son las que más usan los servicios asistenciales, observó la funcionaria. Jesús cumplió una condena de 10 años y cuenta, enfrente del albergue donde duerme, que lleva en la calle desde que quedó en libertad el 27 de diciembre.
El carácter itinerante de estas personas también juega en su contra porque el empadronamiento es un requisito para la percepción de algunas ayudas. «En ocasiones, dejamos que se empadronen en la sede del centro de acogida», narra De Santos.