Los venezolanos vuelven este domingo a las urnas para elegir al sucesor del fallecido presidente Hugo Chávez. La opción es entre su heredero político y favorito en las encuestas, el izquierdista Nicolás Maduro, y el líder de una oposición con renovados bríos, el centrista Henrique Capriles. En estos comicios presidenciales que abrirán la era post-Chávez, los 18,8 millones de habilitados con derecho a voto deberán optar entre dar continuidad al proyecto identificado como «Socialismo del siglo XXI», que ahora lidera Maduro, o avalar la fórmula que Capriles anuncia como «progreso» económico y social.
Con ese trasfondo, la campaña electoral ha estado dominada por la figura de Chávez y la poderosa onda emocional que originó su fallecimiento el 5 de marzo, 21 meses después de que se le diagnosticara cáncer en el abdomen. Maduro fue minsitro de exteriores entre 2006 y 2012, vicepresidente desde octubre pasado y, en marzo, cuando Chávez viajó a Cuba para seguir su tratamiento, se hizo cargo de la Presidencia.
El candidato del gobernante Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) «no ha tenido el tiempo de construir imagen y liderazgo propios, se ha disuelto en el legado, y su estilo es una especie de copiado y pegado del que tenía su líder desaparecido», explica la experta en comunicación política Mariana Bacalao. El analista Manuel Malaver, de tendencia opositora, sostiene que «la contienda se da entre un gobierno muy poderoso con un pésimo candidato y una oposición débil con uno excelente». «Creo que si la campaña fuese más larga, Capriles podría perfectamente ganarle a Maduro, pero la brevedad favorece mucho a este último», añade. El politólogo Nicmer Evans, afín con el gobierno, respondió que «hay tres actores en pugna: Maduro, Capriles y también Chávez, quien de manera transversal sigue siendo el candidato principal en estas elecciones, pues lo que se debate es si se acepta o no lo que propuso al país».
Chávez ganó en las elecciones de octubre un nuevo mandato presidencial de 2013 a 2019, con casi 8,2 millones de votos, que equivalen a 55 por ciento de los votantes. Su principal competidor, el mismo Capriles, candidato de la coalición Mesa de la Unidad Democrática (MUD), obtuvo 6,6 millones de sufragios, o 44,3 por ciento del total. La Constitución de Venezuela dispone que, en caso de fallecimiento del presidente dentro de los primeros cuatro años de mandato, la ciudadanía debe ser convocada a los 30 días para elegir a su reemplazante. Esa obligación dejó apenas 10 días a los aspirantes para hacer campaña a lo largo y ancho de un país de 916.000 kilómetros cuadrados, 24 estados y 333 municipios, con 30 millones de habitantes.
Tanto Maduro como Capriles se han desplazado a velocidad de vértigo de un extremo a otro del país, visitando hasta tres ciudades en un solo día, para galvanizar, en primer lugar y sobre todo, al electorado fiel que se manifiesta en un marco de polarización. Los candidatos atraen concentraciones tanto o más multitudinarias que las de la campaña de 2012, lo cual presagia de nuevo una alta asistencia a las urnas, aunque los expertos pronostican que no se llegará al 81 por ciento registrado en octubre, un récord en este país donde el voto es voluntario. «Si Capriles incrementa algo su votación y parte del electorado chavista se abstiene (algunos estudios señalan que uno de cada cuatro no quiere a Maduro), la opción para la oposición es muy real», explicaba el coordinador de la campaña de Capriles, Carlos Ocariz, a corresponsales de la prensa extranjera al inicio de la campaña.
Todas las encuestas conocidas hasta el pasado fin de semana, con estudios de campo realizados en marzo, señalaban que Maduro recogía la mayor cantidad de adhesiones, en un arco de entre siete y 18 puntos porcentuales de diferencia con Capriles. «Ninguno de nuestros escenarios contempla una posible victoria de Capriles», coinciden los encuestadores Germán Campos, de Consultores 30.11, y Jesse Chacón, de GIS XXI. Alrededor del 57 por ciento de los entrevistados por Consultores 30.11 dijeron que votarían a Maduro, mientras que la investigación de GIS XXI concluye que puede repetirse el resultado de octubre, 55 a 44 por ciento.
Las empresas encuestadoras más tradicionales, como IVAD y Datanálisis, también mostraron tras sus estudios de marzo una cómoda ventaja de Maduro, pero, como otros, descartaron informar de nuevas consultas una vez iniciada la campaña. La ley electoral prohíbe la difusión en el país de estimados en la semana previa a los comicios. Horas antes de que entrase en vigor esa prohibición, las firmas Datincorp y Datamatica apreciaron un avance de Capriles, con tendencia a que se crucen la línea ascendente a su favor con la descendente del aspirante oficialista, según sus responsables.
La brecha Maduro-Capriles que registraban algunas empresas de opinión tradicionales se redujo a la mitad cinco días antes de las elecciones. Ambos candidatos, por la brevedad de la campaña, se han comportado con gran contundencia frente al rival, acentuando la aguda polarización que ha marcado la política en Venezuela desde que Chávez ganó por primera vez la Presidencia en 1998. «Caprichito, burguesito», llama Maduro a su rival. «Mentira fresca», le dice su opositor, en medio del cruce de denuestos, ofensas, críticas al arbitral Consejo Electoral y llamamientos a la población a permanecer alerta ante presuntas trampas y supuestos planes de desconocer los resultados por parte del perdedor.
Maduro, de 50 años, un exconductor de autobuses y casado con la también dirigente del PSUV, Cilia Flores, se mofa de la soltería de Capriles, de 40 años, en tanto que este último se burla de fallos del otro en geografía venezolana y de su afirmación de que una mañana sintió la presencia de Chávez en un pequeño pájaro que le cantaba. «Es lamentable el lenguaje que los dos principales candidatos a la Presidencia vienen usando, apostando a la polarización que tanto daño ha causado», deplora Marino Alvarado, de la organización humanitaria Provea. «En un país sacudido por la violencia en todos sus ámbitos, tenemos una clase política que no da ejemplo. Un lenguaje que no contribuye en nada a la concordia y a la solución pacífica de los conflictos».
El analista, Jesús Seguías, de Datincorp, insiste «ojalá la victoria de quien triunfe sea clara, no por una diferencia mínima, para beneficio de la tranquilidad en el país». Por su parte, Chacón sostiene que, «si la brecha es muy grande, el gobierno de Maduro puede iniciarse más cómodo, porque tiene el desafío de ser más eficiente o el pueblo comenzará a pasarle factura», en tanto en la oposición sobrevendría un reacomodo. Para Malaver, «si el resultado es ajustado, aunque gane el oficialismo, permanecerá el estado de confrontación, como si estas elecciones fuesen un primer round a la espera de uno definitivo, pues la parte del país que no aceptó la política de concentración de poder, militarista y estatista de Chávez, la aceptará menos de Maduro».