Esta frase, pronunciada por uno de los protagonistas de «El héroe discreto», la última novela de Mario Vargas Llosa, podría definir mejor que cualquier otra sentencia la nueva obra del Nobel peruano. Esta frase y muchas de las letras de los valses criollos de Cecilia Barraza, a los que tan aficionado es uno de los protagonistas.
Porque, efectivamente, la estructura de la historia que aquí se cuenta, entre el thriller policiaco y el drama de situación, combina el interés y la emoción de la trama, que se mantienen hasta su desenlace final, con la intensidad narrativa de la obra de aquellos grandes maestros.
«El héroe discreto» cuenta, en paralelo, los avatares de dos ciudadanos peruanos que la casualidad hace que finalmente confluyan en una misma historia. Mientras en Lima Don Rigoberto, viejo personaje conocido de los lectores de Vargas Llosa (no es el único protagonista de anteriores novelas del escritor que reaparece en estas páginas) ve alterado su sueño de acceder a una dulce jubilación después de largos años de trabajo, en la localidad de Piura, el empresario Felícito Yanaqué ve turbado su empeño de hacer crecer su empresa de transportes, conseguida con su esfuerzo honrado y su sacrificada dedicación, a causa de los problemas de delincuencia que siempre vienen aparejados al progreso económico.
Pero las novelas de Vargas Llosa son siempre algo más que la historia que cuentan, aunque además, como esta, sea una historia muy aleccionadora. Aquí se entremezclan, entre las acciones de los personajes y el funcionamiento de las instituciones, algunos de los conflictos a los que se enfrentan las sociedades de nuestro tiempo, y que van ilustrando los pasajes de la narración: la presencia del crimen organizado y las mafias en la marcha de una economía emergente, el papel de la religión y de los fenómenos pararreligiosos en una sociedad que se va desprendiendo de la ortodoxia, el intrusismo de la prensa y los medios de comunicación en la vida privada de las personas afectadas por historias morbosas («la función del periodismo en esta sociedad no era informar sino hacer desaparecer toda forma de discernimiento entre la mentira y la verdad».p.202)... y cómo las actitudes de enfrentamiento al chantaje y a la injusticia no siempre provoca sentimientos de admiración hacia quienes se atreven a mantener firmemente sus ideales contra todas las adversidades.
«El héroe discreto», escrito en un idioma «peruano», en un lenguaje popular, musical, que llega a alcanzar momentos de gran belleza poética y que tiene registros diferentes para cada personaje, es también un recorrido por el paso del tiempo, no tanto a través de los cambios en los protagonistas conocidos (Don Rigoberto, su esposa Lucrecia, el sargento Lituma) y en los escenarios revisitados (la Casa Verde) sino en el de los paisajes, fundamentalmente de los paisajes urbanos.
Cómo han cambiado con los años las calles y los barrios, cómo se han transformado las casonas y cómo han desaparecido los descampados y en su lugar se han alzado torres de edificios y hay ahora mansiones, fábricas, empresas y centros comerciales antes inexistentes. El cambio del paisaje de la ciudad como metáfora del avance inexorable del tiempo en la existencia de los personajes que se encuentran de pronto en los viejos escenarios.
No nos damos cuenta de cómo cambian las ciudades en las que vivimos como tampoco somos conscientes de cómo cambia nuestra fisonomía día a día. Pero de pronto, cuando visitamos una ciudad o un pueblo después de una larga ausencia, es como cuando nos encontramos con un amigo o un familiar al que no veíamos hace muchos años y apreciamos de golpe el paso de todo ese tiempo. Hay que resaltar también una estructura literaria en la que a veces en un mismo diálogo se manifiestan distintas conversaciones, no siempre simultáneas, de personajes situados en lugares y tiempos diferentes, sin que en ningún momento se pierda el hilo narrativo.
«El héroe discreto» no es seguramente la mejor novela de Vargas Llosa, pero ni los lectores más exigentes se verán defraudados con su lectura. Mantiene un alto nivel literario y consigue interesar y emocionar. Las referencias a obras literarias (de Thomas Mann a Fray Luis de León), artísticas (Tamara de Lempicka), musicales... salpica el texto literario de connotaciones culturales que lo hacen más atractivo.
En este sentido, tan sólo me ha asaltado una duda cuando don Rigoberto, preocupado por la ausencia de una cultura bíblica en la educación de su hijo, le recomienda la lectura de los libros sagrados, «para entender el arte clásico y la historia antigua» (p.102). Para mi sorpresa, le aconseja leer el Nuevo Testamento.