Van Rompuy sale además reforzado de su primer mandato porque asumirá una nueva tarea y no menor. Presidirá también a partir de ahora dos cumbres ordinarias anuales de los dieciesiete países que forman la eurozona. Se quiere así dar mayor visibilidad a lo que pretende ser un gobierno económico de la moneda única.
Al presidente del Consejo Europeo lo nombran los gobiernos de la UE para que los gobierne a ellos, tarea imposible en un club donde los protagonismos se hacen valer y el poderío económico y diplomático mandan. El cargo se instituyó por primera vez en el Tratado de Lisboa para que hubiera un presidente permanente del Consejo que sustituyera a las presidencias semestrales rotatorias. Entró en vigor el 1 de diciembre de 2009 y Van Rompuy fue el primer elegido.
Su nombramiento arrastró una gran cantidad de críticas por tratarse de un hombre «gris, sin carisma y sin currículum» que le avalara para dar cuerpo a una reforma institucional que, en ese momento, se pretendía decisiva para revitalizar a la Unión Europea. Se sospechó entonces que la elección del exprimer ministro belga estaba estudiada por los líderes comunitarios para que el presidente permanente no tuviera la fuerza de entorpecer las decisiones que los gobiernos tomaran, sobre todo, algunos. La canciller alemana, Angela Merkel, y el presidente francés, Nicolas Sarkozy, ya expresaron su apoyo a Van Rompuy el pasado verano en una carta, en la que decían que «hemos expresado nuestro deseo de que usted pueda asumir el cargo» de presidente de las reuniones del Eurogrupo.
Herman van Rompuy no ha sido un rompedor en estos dos años y medio. Sin embargo, recibe elogios unánimes entre los 27 por su buen hacer como mediador y en su papel de orientar las cumbres de jefes de Estado y de gobierno hacia posiciones de consenso. Incluso se le atribuyen iniciativas innovadoras que finalmente han sido aceptadas.
Siempre discreto y moderado, ha cumplido bien además su papel de presidente de la UE en las relaciones exteriores y tampoco se ha callado cuando correspondía meterse en terrenos resbaladizos de cuestiones internas. De formación democristiana, es un hombre culto y aficionado a la literatura japonesa, que desde el papel gris que se le adjudica ha intentado no levantar ampollas y poner algún cimiento al poco europeísmo que va quedando.