Cercano, dialogante, simpático así es Javier Solana. Durante diez años ha sido Secretario General del Consejo de la Unión Europea, Mr. Pesc, la persona encargada de la Política Exterior y de Seguridad común,un cargo que prácticamente se tuvo que inventar y que llenó de contenido.
Sus amigos, los diplomáticos europeos y de América, la del Norte, le llamaban siempre Xavier. Les resultaba imposible pronunciar la rotunda jota hispánica de su nombre.
Solana llegó a la cartera de Exteriores desde Educación en 1992. Todo era nuevo. En un día hacía la ruta aérea Madrid-Berlín-Copenhague-Luxemburgo. En el avión preguntaba si los daneses eran OTAN y UEO o sólo OTAN.
Había pasado de la física del estado sólido, su especialidad, a la diplomacia moderna en estado «líquido». Pero pronto tomó las riendas del asunto. Su mente científica le permitía analizar los problemas de otra manera, sistemática.
Tras su típico abrazo efusivo, entraba en materia directamente con su interlocutor, de manera cálida, como si le conociera de toda la vida.
Poco sorprendió que tras cuatro años, en 1995, fuera designado secretario general de la OTAN. Su tono dialogante, su búsqueda de consenso, gustaba en Washington. Lo de la vieja oposición a la Alianza, el «OTAN NO», de antes de la caída del muro, era cosa del pasado. Pasó de caminar tranquilamente por una calle de una ciudad del sur de Alemania, con su homólogo federal, a ser arropado por el impresionante equipo aliado, con jefe de prensa norteamericano, claro. Lo que mas le impresionaba era el sistema de vigilancia mediante satélites. «Lo saben todo», decía.
Pero en ese cargo vivió, quizá, sus horas más difíciles, la primera agresión bélica de la OTAN contra la todavía Yugoslavia, un Estado soberano, para detener el conflicto de Kosovo, cuya escalada habría podido acarrear serias consecuencias para la seguridad de la región. Hubo un coste político para la Alianza, por las víctimas civiles de los ataques aéreos, la falta del permiso explícito de la ONU, y las grietas abiertas en las relaciones con Rusia. Solana justificó la intervención de los aliados en Kosovo por razones humanitarias.
Su prestigio ante los gobiernos de la OTAN, buena parte miembros de la Unión, permitió que fuera elegido en 1999 para el novísimo puesto de Alto Representante de la Política Exterior y de Seguridad Común, Mr. Pesc.
Y se tuvo que inventar un cargo, inexistente hasta entonces, que ahora ha dejado. Y tuvo que hacerlo sin los reforzados poderes que da a ese cargo el nuevo Tratado de Lisboa, ahora al frente de un cuerpo diplomático común. Con Lisboa hubiera sido más fácil su tarea. La hasta entonces Europa de los mercaderes comenzaba a tener una voz unida en el mundo. Solana hablaba con el presidente ruso, con el primer ministro chino, con el vicepresidente norteamericano. Negoció días y días en sesiones de cuatro horas el programa nuclear iraní. Ha abierto el camino a su sucesora, Catherine Ashton, la nueva «ministra de exteriores» de la Unión.
Bajo su dirección y desde 2004, la Unión Europea ha lanzado 22 operaciones, seis de ellas militares, en regiones amenazadas.
Javier Solana se ha despedido del cargo recordando que es fundamental que la Unión trabaje unida en un mundo globalizado. El proceso iniciado por la UE, asegura, debería ser un modelo para otras regiones, porque somos un posible gobierno global y hoy no hay más que soluciones globales. Ni el estado más grande puede resolver los problemas por si sólo. Los países tienen que usar su soberanía de manera responsable, porque sus decisiones afectan globalmente. Las transferencias de soberanía son absolutamente necesarias.
Nunca prescindió de su sencillo reloj de plástico, sus modestos zapatos, sus trajes discretos. No era diplomacia de formas, sino de cabeza. La prensa tenía que esperar media hora en el aeropuerto de La Guardia de Nueva York, porque se iba a hablar con el móvil al fondo del corredor. «Es que era Colin ( Powell)», se disculpaba.
Te lo encontrabas en un vuelo en Canadá en ruta hacia el G-8 y te contaba la próxima gira frenética por el Asia central. Venía desde Nueva York hasta Portugal, a una reunión de los ministros de Defensa de la UE, y regresaba a las Asamblea General horas después.
En lo negativo, no ha conseguido que avance el proceso de paz israelo-palestino, clave para el Oriente Próximo. «Hay que hablar con calma, en el momento apropiado», asegura. Aunque esa calma exaspera a los palestinos.
Sus amigos de Bruselas reconocían unos días antes de que dejara el cargo que estaba algo melancólico, porque iba a echar de menos muchas cosas. Ya no podrá llamar a Hillary, «muy buena amiga», dice, para intentar resolver un conflicto.
Puede que vaya como asesor internacional de un gran grupo español, que monte una alta escuela de diplomacia en Barcelona. Pero nosotros, los que le hemos tratado durante tantos años, también vamos a echarle de menos. Daniel Peral para euroXpress