Utopía o desastre

La cumbre del clima de Copenhague se presenta como un punto sin retorno. Ahora o nunca, algunos tienen la responsabilidad de salvar el planeta o dejar que nos destruyamos en nombre del crecimiento económico. La visión cortoplacista de la Historia quiere imponerse, pero la presión global puede impedirlo.

El clima es lo prioritario pero también es la excusa perfecta para iniciar un cambio de vida, en el mejor sentido de la palabra, humano. Entre intereses contrapuestos, estadísticas, discursos y promesas, muchos tenemos la esperanza de que en esta cumbre el dinero sirva para comprar futuro.

Campaña Greenpeace

Planteamiento

Si nos creemos los datos y previsiones del Grupo intergubernamental sobre cambio climático de la ONU (IPCC), y nos los creemos, la subida de temperatura del planeta ha entrado en las últimas décadas en una inercia peligrosa que hace temer el aumento de 2º en pocos años y eso es la línea roja que desencadenaría todos los males, donde la realidad supera a la ficción. El objetivo para evitarlo es que se reduzcan las emisiones de gases de efecto invernadero entre un 25 y un 40% en 2020 sobre las emisiones de 1990.

Algo aparentemente tan simple, dicho y escrito así, reviste una extraordinaria complejidad porque supone cambiar el modelo industrial en el que vivimos, nuestros hábitos de consumo y, seguramente, nuestra calidad de vida. Al margen de negacionistas y estrámboticos, ¿alguien ha oído a alguna persona sensata negarse a hacer algo contra el cambio climático? Toda la clase política mundial, los economistas, los sociólogos y, evidentemente, los ecologistas llevan décadas pronunciándose a favor de medidas que eviten la destrucción del planeta. Desde hace mucho, la «etiqueta verde» vende más y la industria se ha apresurado a interiorizarla como un elemento más de su estrategia de ventas. Los políticos la han incorporado a sus programas electorales como prioridad y los líderes de opinión juegan en sus disertaciones entre susto o muerte. Hasta el Papa se ha sumado a los eslóganes y ha alentado a respetar las leyes de Dios en la naturaleza.

Que se haya llegado a la Cumbre del Clima de Copenhague entre tanta suspicacia, tanta reserva y tanta precaución sólo puede explicarse entonces por la resistencia de los grandes grupos económicos a hacer el gran cambio, lo que se viene llamando pasar de la revolución industrial a la revolución verde. Y como consecuencia, la dependencia de los líderes políticos del poder económico. Detrás de todo, no hay más que dinero. Según datos del ministerio español de Medio Ambiente, en 2020 se necesitarían 100.000 millones de euros al año para consolidar un modelo energético sostenible y mundial.

Nudo

China es el gran contaminante mundial, 1800 millones de toneladas de CO2, Estados Unidos, detrás, 1585 millones de toneladas y la UE, en tercer lugar, 1036 millones. Cada cual con sus argumentos llega a la cumbre de Copenhague intentando salvar la cara. La Unión Europea, en su papel de bueno de la película, apuesta más fuerte. Ofrece la reducción que pide la ONU o más, si los demás le siguen. Estados Unidos presenta una oferta que da la vuelta a los planteamientos de Bush, lejos aún de lo necesario, pero suficiente para que Obama pueda llegar al final de la cumbre y firmar algo que le permita hacer honor a su premio Nobel y China hace trampas con una propuesta de reducción de gases vinculada a su crecimiento económico, es decir, escasa y confusa en las cifras.

Al lado, países emergentes como India o Brasil, cuyas emisiones son ya altamente peligrosas piden que sean los países desarrollados los que asuman el coste económico para combatir el calentamiento global. Aquéllos que nos hicieron llegar a este punto de contaminación no pueden pedir ahora a los que quieren salir del subdesarrollo que frenen su crecimiento.

Y luego, en un papel muy muy secundario, los países pobres miran al cielo esperando que llegue el dinero o el diluvio universal. Todas las previsiones más negativas apuntan a África, Asia y las islas del Pacífico como los grandes destinatarios del desastre ecológico. Ellos, que nunca pudieron vivir en la abundancia, serán los que más sufrirán las consecuencias.

Y otra vez, detrás de todo, no hay más que dinero.

Desenlace

Hay tantos intereses en juego que la cumbre de Copenhague se abre con suspicacias, cuando no con chistes, sobre lo que se ha llamado «Climategate», e-mails robados a eminentes científicos británicos, sospechosos ahora de haber manipulado datos sobre el clima para exagerar su repercusión. No es baladí, porque según las encuestas el número de climaescépticos ha aumentado considerablemente desde que se difundió la noticia.

Aún así, la presión de la opinión pública es tan grande ante la cumbre que ya resulta imposible acabar sin un documento alentador. Se espera, al menos, un compromiso de todos que permita salir airosos a los más de cien jefes de Estado o de gobierno que estarán allí y a los delegados de 192 países. Que ese documento sea vinculante es la gran duda y ya se apuesta porque se firme de alguna manera y se pueda ir negociando en próximos meses hasta alcanzar un pacto manejable y realista.

La cuestión es que no sólo se trata de una cifra ni un compromiso estadístico. La responsable de cambio climático de WWF, Mar Asunción, argumenta que «para combatir el cambio climático es necesario cambiar el modelo de desarrollo hacia un modelo realmente sostenible, basado en el ahorro, la eficiencia y la equidad, pero sólo las tecnologías no bastan. Necesitamos también un cambio sociológico, donde nos percibamos los seres humanos como parte del sistema global».

Las ex presidentas de Irlanda y Noruega, Mary Robinson y Gro Harlem Brundtland, y la vicepresidenta de la Comisión Europea, Margot Wallström firmaron un documento el pasado verano en el que iban mucho más allá, al definir cómo debería ser una economía europea ecoeficiente y hablaban, sobre todo, de invertir en investigación y educación, hablaban de su repercusión en la justicia social, la igualdad de género, el comercio justo y unos mercados financieros globales al servicio de los ciudadanos. Es esa visión en la que la ingenuidad nubla la vista o el optimismo hace pensar que la utopía ya está aquí.

Este 7 de diciembre, 56 periódicos de 45 países publican un editorial común, algo sin precedentes, para hacer frente a la emergencia mundial: «Los políticos presentes en Copenhague tienen el poder de determinar cómo nos juzgará la historia: una generación que vio un reto y le hizo frente, o una tan estúpida que vio el desastre pero no hizo nada para evitarlo. Les rogamos que tomen la decisión acertada.»

Llenos de vergüenza propia y ajena nos sumamos a esa petición. euroXpress