En la última cumbre del Grupo de los Ocho (G-8) países más poderosos, los líderes mundiales se comprometieron a aportar 3.000 millones de dólares a una nueva alianza para la seguridad alimentaria y la nutrición. Su objetivo es sacar de la pobreza a 50 millones de personas en los próximos 10 años.
El Foro está diseñado para promover compromisos entre los líderes africanos, alentando inversiones ad hoc y apoyo político para aumentar la productividad agrícola y los ingresos de los cultivadores africanos, principalmente mediante métodos ambientalmente sostenibles e innovadores modelos de finanzas agrícolas.
El presidente del Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), Kanayo F. Nwanze, abordará estos temas en el foro de Arusha, participando en un panel que se centrará en cómo hacer que funcionen los mercados nacionales y regionales africanos.
El reciente crecimiento agrícola de Tanzania es un ejemplo de que eso es posible, según los organizadores del foro. En el distrito de Kilombero, en Morogoro, los rendimientos del maíz de algunos pequeños agricultores han aumentado de 1,5 a 4,5 toneladas por hectárea. Y los del arroz pasaron de 2,5 a 6,5 toneladas por hectárea.
Que los pequeños cultivadores tienen la llave para desarrollar el potencial agrícola de África es un concepto ampliamente reconocido, y los representantes de organizaciones no gubernamentales esperan que el foro «explore nuevas vías de aportar recursos, superar los desafíos y mejorar los rendimientos para los millones de agricultores que trabajan menos de dos hectáreas de tierra en todo el continente».
Según Carlos Seré, estratega principal de desarrollo del FIDA, aumentar las inversiones agrícolas es un factor clave. «Desde la Revolución Verde no hemos invertido todo lo que deberíamos en agricultura, porque básicamente parecía que esto era algo de lo que se encargaría el mercado» (...) «Ahora nos damos cuenta de que tenemos reservas pequeñas. Las grandes, por ejemplo de cereales, que en el pasado mantuvieron las agencias gubernamentales, ahora se han reducido significativamente. Así que cuando una sequía en Estados Unidos o en Australia, o problemas en Rusia afectan a estos mercados, los precios suben rápidamente porque no hay nada que amortigüe estas existencias como ocurría en el pasado», agrega.
Las inversiones agrícolas tienen un enorme impacto directo sobre las vidas de los pequeños productores, que manejan una gran proporción de la tierra en el mundo en desarrollo. «Ellos necesitan más bienes públicos en términos de investigación, extensión y entorno político favorable», nos dice Seré.
«El FIDA está plenamente dedicado a ayudar a los gobiernos a hacerlo. Nuestro trabajo tiene que ver con aumentar el suministro de alimentos, y con ayudar a crear la resiliencia de los pequeños agricultores y de sus organizaciones para que se vuelvan más eficientes, usando la tierra de modo más eficaz, compartiendo conocimientos, organizándose mejor, y aumentando su producción de forma que sea más útil, haciendo llegar alimentos a las ciudades y mercados sin incurrir en altos costos de transacción», agrega.
Muchos de los más pobres del mundo gastan más de la mitad de sus ingresos en alimentos, lo que les hace vulnerables cuando aumentan los precios de estos. El índice de precios de alimentos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), que mide mensualmente los cambios de precios de la cesta básica de cereales, semillas oleaginosas, productos lácteos, carne y azúcar, indicó una media de 213 puntos en agosto, igual que en julio. Aunque todavía está alto, el índice de la FAO actualmente está 25 puntos por debajo de su tope de 238 puntos marcó en 2011, y 18 puntos por debajo del de agosto de 2011.
Según la FAO, el índice es tranquilizador, y aunque se necesita vigilancia, los precios actuales «no justifican hablar de una crisis alimentaria mundial». «Esta situación es muy diferente a la que tuvimos hace un par de años», apunta Seré que añade «Nos damos cuenta de que hay que vigilar esta situación cuidadosamente, pero claramente no vemos que sea tan seria como la que tuvimos antes».
Los expertos en seguridad alimentaria creen que ahora la comunidad internacional está mejor preparada para abordar las variaciones bruscas de los precios de los alimentos que en 2007 y 2008. «Tenemos mecanismos más fuertes para la coordinación, para el análisis y para compartir información», indica Seré. Todavía quedan muchos desafíos. «Es necesario que aumente la productividad, particularmente en los pequeños sistemas agrícolas, una agricultura mejor adaptada al clima, mercados integrados que funcionen mejor, e ingresos mayores y más estables para las mujeres y los hombres que viven en la pobreza», señala.
Todos estos asuntos deberían formar parte de una agenda continua, que vaya más allá de las instancias específicas de las subidas de los precios mundiales. Algunos expertos consideran que lo problemático es la falta de conciencia mundial sobre los resultados interconectados de la inseguridad alimentaria. Pero cuando el precio internacional de los cereales empezó a aumentar hasta llegar a niveles sin precedentes en junio de este año, tras una de las peores sequías en la historia de Estados Unidos -el mayor productor mundial de maíz y granos de soja- fue el envío de un fuerte mensaje sobre la necesidad de un sistema alimentario mundial interdependiente.
«Pienso que es vital establecer el vínculo entre la crisis alimentaria interna y lo que ocurre en el resto del mundo», dice Seré. «A menudo la gente no entiende claramente cuán interconectados están estos asuntos. Por ejemplo, los granos de soja para alimentar cerdos en Alemania llegan desde Brasil, (que está) afectado por la tala de sus bosques tropicales, y entonces hay empleos vinculados a la producción de estas materias primas en diferentes lugares», añade.
Solo un análisis integral del sistema alimentario puede conducir a soluciones mundiales concretas.