Las sanciones, aunque necesarias, son perjudiciales no sólo para Rusia, sino también para la economía de Europa. En cambio, permitir el florecimiento de la economía ucraniana beneficiaría tanto a Ucrania como a Europa.
Más importante aún es que las sanciones por sí mismas refuerzan el argumento de Putin de que Rusia es víctima de una conspiración occidental o anglosajona para privarla del lugar a que tiene derecho como gran potencia igual a los Estados Unidos. Todas las dificultades económicas y políticas de Rusia –sostiene la máquina de propaganda del Kremlin– han sido consecuencia de la hostilidad occidental.
La única forma de contrarrestar ese argumento es la de combinar las sanciones con un apoyo eficaz a Ucrania. Si esta última prospera, mientras que Rusia decae, ninguna propaganda podrá ocultar que la culpa es de las políticas de Putin.
Lamentablemente, los dirigentes de Europa han optado por una vía diferente. Tratan a Ucrania como a otra Grecia: un país con dificultades financieras que ni siquiera es un Estado miembro de la Unión Europea. Se trata de un error. Ucrania está experimentando una transformación revolucionaria y el gobierno actual probablemente sea el único que puede realizar ese cambio radical.
Cierto es que hay algunas similitudes importantes entre la «antigua Ucrania» y Grecia: las dos padecen una burocracia corrupta y una economía dominada por oligarcas, pero la nueva Ucrania está decidida a ser diferente. Atando corta a Ucrania financieramente, Europa está poniendo en peligro el progreso de ese país.
En cierto modo, no es de extrañar que Europa no reconozca el nacimiento de una nueva Ucrania. Los levantamientos espontáneos ocurren con frecuencia; la «primavera árabe», por ejemplo, se propagó como una ola por todo el norte de África y Oriente Medio.
Pero la mayoría de las rebeliones no perduran; su energía se agota rápidamente: como la «revolución anaranjada» de Ucrania hace un decenio. La Ucrania actual es uno de esos raros casos en que la protesta se ha transformado en un proyecto constructivo de creación nacional. Aunque he participado en ese proceso de transformación, confieso que incluso yo he subestimado la capacidad de resistencia de la nueva Ucrania.
Putin ha cometido el mismo error, pero en mucha mayor escala. Ha tenido tanto éxito al manipular la opinión pública, que no estaba dispuesto a creer que el pueblo podía actuar espontáneamente. Ése ha sido su telón de Aquiles.
Por dos veces ordenó al Presidente de Ucrania Viktor Yanukovych que recurriera a la fuerza contra la gente que protestaba en la plaza Maidan, la plaza de la Independencia de Ucrania, pero, en lugar de huir ante la violencia, la gente corrió hasta la plaza Maidan, dispuesta a sacrificar la vida por su país. La segunda vez, en marzo de 2014, cuando los manifestantes se enfrentaban a munición real, se volvieron contra la policía y fue la policía la que huyó. Semejante acontecimiento puede llegar a ser un mito fundador de una nación.
Putin sabe que él es el responsable de haber convertido a Ucrania de aliada acomodaticia a oponente implacable y desde entonces ha concedido máxima prioridad a la desestabilización de ese país. De hecho, ha conseguido avances considerables –aunque puramente temporales– en ese frente. Como Putin reconoce también que su régimen podría no sobrevivir dos o tres años más con un petróleo muy por debajo de los cien dólares el barril, su urgencia es comprensible.
Sus avances, apreciables comparando el acuerdo sobre el cese el fuego de Minsk II con el Minsk I, se pueden atribuir en parte a sus aptitudes para la táctica. Más importante es que, si bien está dispuesto a ir a la guerra, los aliados de Ucrania han manifestado con claridad que no pueden reaccionar con rapidez y no están dispuestos a arriesgarse a una confrontación militar con Rusia. Con ello han cedido a Putin la ventaja de llevar la iniciativa, porque puede pasar, si lo desea, de una paz híbrida a una guerra híbrida y vuelta a empezar. Los aliados de Ucrania no pueden superar a Rusia en la escalada militar, pero sí que pueden hacerlo en la esfera financiera.
Los dirigentes europeos, en particular, no han sabido ver la importancia de Ucrania. Al defenderse a sí misma, Ucrania está defendiendo también a la UE. Si Putin logra desestabilizar a Ucrania, después podrá aplicar la misma táctica para dividir a la UE y ganarse a algunos de sus Estados miembros.
Si Ucrania fracasa, la UE tendrá que defenderse a sí misma. El coste, financiero y humano, será mucho mayor que el de ayudar a Ucrania. Ésa es la razón por la que, en lugar de alimentar con cuentagotas a Ucrania, la UE y sus Estados miembros deben considerar que la asistencia a Ucrania es un gasto de defensa. Concebida así, las cantidades que se están gastando actualmente resultan insignificantes.
El problema estriba en que la UE y sus Estados miembros están demasiado constreñidos fiscalmente para apoyar a Ucrania en la escala necesaria para permitirle sobrevivir y prosperar, pero, si se reorganizara la Asistencia Macrofinanciera (AMF) de la UE, se podría eliminar esa constrición. Ya se ha utilizado la AMF para prestar una asistencia modesta a Ucrania, pero se necesita un nuevo acuerdo marco para hacer realidad su potencial.
La AMF es un instrumento financiero atractivo, porque no requiere un desembolso en efectivo con cargo al presupuesto de la UE, sino que ésta toma prestados los fondos en los mercados (recurriendo a su calificación crediticia de triple A en gran medida no aprovechada) y se los presta a los gobiernos de los países que no son miembros. Un desembolso en efectivo con cargo al presupuesto de la UE se materializaría sólo si –y cuando– un país endeudado suspendiera pagos. Conforme a las normas actuales, tan sólo se cobra con cargo al presupuesto en curso el nueve por ciento de la cantidad prestada como desembolso no en efectivo para asegurar contra ese riesgo.
Un nuevo acuerdo marco permitiría recurrir a la AMF en mayor escala y de forma más flexible. Actualmente, se puede recurrir a la AMF para prestar apoyo financiero, pero no para brindar un seguro contra riesgos políticos y otros incentivos de inversión para el sector privado. Además, cada una de las asignaciones debe ser aprobada por la Comisión Europea, el Consejo Europeo y el Parlamento Europeo y por todos los Estados miembros. La tramitación de la contribución de la UE al plan de rescate del Fondo Monetario Internacional del pasado mes de febrero no estuvo lista hasta el pasado mayo.
La estrategia para Ucrania que propuse al comienzo de este año ha chocado con tres obstáculos. En primer lugar, la reestructuración de la deuda que debía ascender a 15.300 millones de dólares de los 41.000 millones del segundo plan de rescate encabezado por FMI ha avanzado poco. En segundo lugar, la UE ni siquiera ha iniciado la creación de un nuevo marco de AMF. En tercer lugar, los dirigentes de la UE no han dado señales de estar dispuestos a hacer «lo que haga falta» para ayudar a Ucrania.
La Canciller de Alemania, Angela Merkel, y el Presidente de Francia, François Hollande, están deseosos de velar por que el acuerdo Minsk II, que lleva sus firmas, dé resultado. El problema estriba en que la parte ucraniana negoció el acuerdo coaccionada y Rusia lo formuló con una ambigüedad deliberada. Pide negociaciones entre el Gobierno de Ucrania y los representantes de la región de Donbas sin especificar cuáles son dichos representantes. El Gobierno de Ucrania quiere negociar con representantes elegidos conforme a la legislación ucraniana; Putin quiere que el Gobierno de Ucrania negocie con los separatistas, que tomaron el poder por la fuerza.
Las autoridades europeas están deseosas de acabar con el punto muerto. Al adoptar una postura neutral sobre la ambigüedad de Minsk II y mantener atada en corto financieramente a Ucrania, los dirigentes de Europa han estado ayudando, sin querer, a Putin con miras a la consecución de su objetivo: la crisis financiera y política en toda Ucrania (por oposición a conquistas territoriales en el Este). La alimentación financiera con cuentagotas a Ucrania ha situado su economía al borde del colapso. Se ha logrado una estabilidad financiera precaria a costa de una acelerada contracción económica. Aunque las reformas económicas y políticas siguen en marcha, corren el riesgo de perder impulso.
En una visita reciente, me encontré con un contraste preocupante entre la realidad objetiva, que está deteriorándose claramente, y el celo reformista de la «nueva» Ucrania. Cuando el Presidente, Petro Poroshenko, y el Primer Ministro, Arseniy Yatsenyuk, cooperan –por lo general, siempre que se puede obtener alguna financiación exterior (las condiciones del programa encabezado por el FMI, por ejemplo, se cumplieron en dos días)–, pueden persuadir a la Rada (Parlamento) para que los siga.
Pero semejantes oportunidades están empezando a escasear. Además, Poroshenko y Yatsenyuk serán competidores en las elecciones locales que se celebrarán el próximo mes de octubre, en las que los partidos de la oposición, asociados con oligarcas, podrían lograr, según las actuales encuestas de opinión, ventajas considerables.
Sería un contratiempo, porque en los últimos meses ha habido avances considerables para impedir que los oligarcas roben grandes cantidades de dinero del presupuesto. El Gobierno venció, en una dura confrontación, al peor y más poderoso delincuente, Igor Kolomoisky, y, aunque un tribunal austríaco no concedió la extradición de Dmytro Firtash a los Estados Unidos, las autoridades de Ucrania están confiscando ahora algunos de sus activos y frenando su monopolio de la distribución del gas.
Además, aunque aún no se ha recapitalizado el sistema bancario, que sigue siendo vulnerable, el Banco Nacional de Ucrania está ejerciendo un control eficaz. También ha habido algunos avances en la introducción de la administración digital y la transparencia en los contratos públicos. Lamentablemente, los pasos dados para reformar la judicatura y aplicar unas medidas eficaces contra la corrupción siguen siendo decepcionantes.
La piedra angular de la reforma económica es el sector del gas. Un cambio radical podría garantizar la independencia energética de Rusia, erradicar las formas más onerosas de la corrupción, taponar las mayores pérdidas del presupuesto y hacer una contribución importante a un mercado del gas unificado en Europa.
Todos los reformadores están decididos a pasar lo más rápidamente posible a una fijación de precios conforme al mercado. Para ello, es necesario introducir subvenciones directas a los hogares necesitados antes de que comience la próxima temporada de uso de la calefacción. Los errores y los retrasos en el registro de los hogares podrían provocar un diluvio de reclamaciones y arruinar las posibilidades de la coalición gubernamental en las próximas elecciones locales.
Se podría eliminar ese peligro asegurando al público que todas las solicitudes serán aprobadas automáticamente durante una temporada de uso de la calefacción, pero para ello puede hacer falta un apoyo presupuestario suplementario. Peor aún: muchos miembros del Gobierno son reacios a avanzar hacia la fijación de precios conforme al mercado, por no hablar de los oligarcas que se benefician de las disposiciones actuales. Poroshenko y Yatsenyuk aún no han aceptado la responsabilidad compartida ni han vencido a todos sus opositores. El celo reformista de Ucrania podría debilitarse.
En vista del deterioro de la realidad exterior, el agotamiento de las reformas en Ucrania resulta mucho más probable, si la UE persiste en su actitud actual. La reforma radical del sector del gas podría descarrilar, con lo que sería difícil de evitar una nueva crisis financiera y la coalición gubernamental probablemente perdería el apoyo popular.
De hecho, en el peor caso hipotético, no se puede excluir la posibilidad de una insurrección armada, de la que se ha hablado a las claras. Hay más de 1,4 millones de desplazados internos en Ucrania en la actualidad; más de dos millones de refugiados ucranianos podrían invadir Europa.
Por otra parte, la «nueva» Ucrania ha sorprendido repetidas veces a todo el mundo por su capacidad de resistencia; puede volver a sorprendernos, pero los aliados de Ucrania –en particular, la UE– podrían actuar mejor. Revisando sus políticas, podrían velar por que la nueva Ucrania triunfara.