Las delegaciones de Estados Unidos, Japón y algunos Estados de la Unión Europea, boicotearon un minuto de silencio en la ONU que la delegación norcoreana pidió en memoria de su líder fallecido Kim Jong-il. Sólo un tercio de los países de la Asamblea General guardó el minuto de «protocolo» que solo duró 26 segundos. Una semana después de la muerte de su padre un importante periódico norcoreano llama a Kim Jong-un «comandante supremo». ¿La comunidad internacional debería aprovechar este momento de transición para abrir Corea del Norte al mundo?
r, analista de Foreign Policy in FocusWASHINGTON, (IPS) - En las últimas dos décadas, los presidentes de Estados Unidos han sido implacables con Corea del Norte, en un esfuerzo por precipitar un cambio de régimen o, al menos, minar su resistencia ante la constante presión internacional.
Cuando esta estrategia no ha dado los resultados esperados, los sucesivos gobiernos estadounidenses terminaron, aunque con reticencias, negociando con los inflexibles funcionarios de Corea del Norte.
El gobierno de Barack Obama no es la excepción en este juego de entrar como leones y salir como corderos. Hasta ahora ha hecho poco por continuar las negociaciones iniciadas por su predecesor, George W. Bush, en la última parte de su segunda gestión de 2001 a 2009.
En cambio, tras el segundo ensayo nuclear de Corea del Norte, Obama adoptó la táctica de la «paciencia estratégica», que equivalió, esencialmente, a ignorar a ese país en favor de otras prioridades de la política exterior.
Sin embargo, en los últimos meses los negociadores de Washington comenzaron a reunirse con sus pares de Pyongyang. Según la agencia de noticias Associated Press, Estados Unidos estuvo a punto de anunciar un paquete de ayuda alimentaria para Corea del Norte, a lo que habría seguido el anuncio de la contraparte de congelar su programa de enriquecimiento de uranio.
Pero la muerte del líder norcoreano, Kim Jong-il, ocurrida el sábado 17, impidió que se concretaran estos anuncios. Su hijo y sucesor, Kim Jong-un, todavía tiene que definir su posición sobre el incipiente acuerdo con Washington, así como sobre cualquier otro asunto relacionado.
Corea del Norte atraviesa 13 días de duelo por Jong-il, quien fue el segundo líder -el primero fue el padre de este, Kim Il-sung (1912-1994)- en la historia del país. En estos días se han filtrado rumores desde Pyongyang en cuanto a un posible viraje hacia un gobierno colectivo, con Kim Jong-un compartiendo el poder con los militares. Jong-il le dejó a su hijo un legado decididamente ambiguo. Por un lado, en el momento de su muerte el país es más pobre que cuando él asumió el poder, la población está desnutrida y el sistema político es autócrata y anticuado.
Por otro lado, el líder fallecido el sábado se las arregló para mantener a su régimen relativamente intacto, aun cuando las potencias extranjeras ayudaban a derrocar a los regímenes de Iraq, Libia y Serbia. Él preservó al país, por momentos de modo implacable, durante la hambruna y el colapso económico. En sus 17 años como gobernante soportó los virajes de las políticas estadounidenses, solamente para que los medios internacionales -y no los líderes de Estados Unidos-- lo llamaran «impredecible».
El líder norcoreano negoció cuando esa vía estuvo disponible, congelando su programa nuclear durante el gobierno de Bill Clinton (1993-2001) e incluso iniciando el desmantelamiento del mismo durante los posteriores años de Bush. Pero también desarrolló un programa secreto de enriquecimiento de uranio como segundo camino hacia la bomba. Y al realizar dos ensayos con armas atómicas en 2006 y 2009, Kim Jong-il hizo que su país ingresara al club nuclear.
Quienes observan la situación desde afuera se esfuerzan por hacer predicciones sobre cómo será la era post-Kim Jong-il. Durante mucho tiempo, los analistas de Washington se desesperaron por la falta de una inteligencia sólida respecto de Corea del Norte, hecho que quedó en evidencia cuando la noticia de que Kim Jong-il había muerto tardó 48 horas en conocerse.
Esta falta de información se extiende a Kim Jong-un, sobre quien se sabe poco más allá de su edad (menos de 30 años), sus antecedentes académicos (estudió un tiempo en Suiza) y algunos de sus intereses personales (el baloncesto). Pero se sabe aun menos sobre cómo encajará el joven nuevo líder en el orden político de Pyongyang. Como su padre, tiene una relación cercana con las Fuerzas Armadas. Kim Jong-un fue designado general cuatro estrellas pese a que no se le conoce ningún antecedente de servicio militar o experiencia bélica.
Bien podrá escuchar los consejos de su tía y tío político, incluso al punto de convertirse en algo más que un títere. El sistema norcoreano, presidido por una gerontocracia, no está diseñado para adaptarse a un joven con osadas ideas reformistas, aunque Kim Jong-un se inclina en esa dirección. Al mismo tiempo, una elite de tecnócratas formados en Occidente espera desde hace años la oportunidad de dar un nuevo rumbo al país. También surgió una nueva clase media que hace acuerdos de negocios con China, opera la telefonía móvil, disponible desde hace poco tiempo, y también conduce automóviles particulares, además de atestar los nuevos restaurantes de Pyongyang. Hasta ahora, Kim Jong-un se ha mantenido en silencio, sin manifestar si se alinea con la elite de tecnócratas o con la nueva clase media.
En cuanto al gobierno de Obama, tras haber echado por la borda su paciencia estratégica para negociar de buena fe con Corea del Norte, ahora ha vuelto a la táctica de esperar y ver. El Departamento de Estado señaló que los debates sobre asistencia alimentaria todavía están en marcha, pero que es improbable que se produzcan más avances antes de Año Nuevo. Washington no debería dejar que se le escape esta oportunidad de poner a prueba al nuevo gobierno norcoreano. Al ser 2012 un año electoral, es probable que Obama no se arriesgue a que sus rivales republicanos lo acusen de «contemporizador con el enemigo» a causa de una apertura hacia Pyongyang.
Además, el gobierno ya invirtió cierto capital político y asumió riesgos al enviar a la secretaria de Estado, Hillary Rodham Clinton, a Birmania. Pero la ubicación estratégica de Corea del Norte y su misterioso programa nuclear requieren que Washington preste atención. Cuando Kim Il-sung falleció en 1994, el gobierno de entonces de Bill Clinton continuó las negociaciones para un acuerdo que congelara el programa nuclear de Corea del Norte. Sin embargo, la resistencia del Congreso legislativo hizo que no cumpliera con el compromiso diplomático y económico que había anunciado.
Así se perdió efectivamente una oportunidad de poner fin a la guerra fría con Corea del Norte. Ahora el gobierno de Obama tiene una oportunidad similar de usar la muerte de Kim Jong-il para inaugurar un nuevo capítulo en su relación con Corea del Norte.