Hace año y medio ya que se lanzara la iniciativa «Una nueva narrativa para Europa» y la movilización que debería haber provocado para definir los objetivos hacia los que nos dirigimos brilla por su ausencia. Tres, cuatro debates de las élites intelectuales y políticas, algunas aportaciones individuales en la web de la Comisión y para de contar.
Y sin embargo es más necesaria que nunca. En un primer momento la narrativa europea giraba en torno al poder de atracción de palabras como paz y progreso; no en vano arrancaba de la nefasta experiencia de las dos guerras mundiales vividas casi exclusivamente en nuestro territorio. Tuvo después un nuevo impulso con la caída del Muro de Berlín, la desaparición de los bloques y las unificaciones alemana y europea. Sin duda un excelente soporte para apalancar el trampolín hacia el futuro con palabras igualmente atractivas y propicias para relanzar proyectos como amistad, solidaridad, cooperación. Pero a estas alturas, para las nuevas generaciones europeas, esto es historia y difícilmente se pueden identificar con esta narrativa.
Y llegó 2008 y el estallido de la burbuja, la crisis económica y financiera y, con ella, cifras de parados nunca vistas, aumento de la desigualdad y depauperación creciente de amplias capas de la población. La fe ilimitada en la capacidad de autorregulación de los mercados o la especulación como moneda de uso, chocó bruscamente con la realidad. Y también esos valores, querámoslo o no, formaban parte del tejido de la narrativa europea. Difícil escenario para atraer otra vez a los jóvenes, difícil escenario para crear, para inventar, para motivar. Y sin embargo es más necesario que nunca.
Claro que la crisis económica y financiera, luego la crisis del euro, ha puesto en entredicho el modelo político e institucional europeo. La crisis apareció simultáneamente a la entrada en vigor del Tratado de Lisboa y nos dimos cuenta una vez más de que en Europa no sabemos hacer prospectiva, porque el flamante tratado hacía aguas por bastantes sitios. Teníamos moneda, pero no una auténtica Unión Económica y Fiscal. Un argumento más para encontrar esa nueva narrativa, nuestra razón de ser como europeos.
Europa, como estado de ánimo
El comité cultural del proyecto define Europa como un estado de ánimo y una responsabilidad moral y política común de los ciudadanos de todo el continente. Si es un estado de ánimo, habrá que colegir que en este momento está ciertamente por los suelos. Y es nuestra responsabilidad levantarlo. Pero está claro que eso requiere dirigentes valientes –tal vez otros- y exige compromisos insobornables de la ciudadanía.
La cuestión fundamental es poner sobre la mesa –aunque sea la mesa de debate-soluciones a los principales retos del siglo XXI. Hoy por hoy parece difícil imaginar que Europa tenga capacidad para afrontarlos y, claro está, cunde la desconfianza. Y especialmente en ese 25 % de jóvenes parados –más del 50% en España y Grecia-. Pero, sobre todo, la cuestión fundamental es poner los pies en el suelo. Hay que pensar en valores que espoleen a los jóvenes y devuelvan la ilusión a los mayores; sí, está claro.
Cuestión primordial es que esos valores alumbren de verdad, sin eufemismos, las políticas europeas; y algo más que las políticas, los procedimientos. Políticas innovadoras, de claro contenido social, que pongan a las personas en el centro de sus objetivos. Y procedimientos democráticos, exquisitamente democráticos y participativos, que reconcilien a los ciudadanos con la res pública y los sitúen en lugar privilegiado en la toma de decisiones. Democracia representativa sí, pero también mecanismos de participación política que dinamicen la vida pública y activen la corresponsabilidad social.
Realidad y retórica
De nada vale disponer de una retórica que nos permita componer bellos discursos si la realidad nos desmiente. De nada vale que se nos llene la boca de solidaridad, si Lampedusa o el estrecho de Gibraltar siguen siendo la sepultura de sueños y vidas de África. De nada vale que hablemos de estímulos económicos si en realidad no hemos abandonado la senda de la austeridad por encima de todo y de todos. De nada vale que anunciemos una y otra vez la garantía juvenil si estamos rodeados de ninis, de jóvenes desesperanzados que ni estudian ni trabajan, o tenemos a nuestros hijos en casa porque el sueldo de miseria que reciben no da ni por asomo para independizarse.
«The mins and Body of Europe» es el título del último libro presentado en octubre en el marco de esta iniciativa de construcción de una nueva narrativa. Parafraseando el título, Europa, en este momento, debe tener mucho más cuerpo que alma, mucha más materia que espíritu, muchos más proyectos y realidades que ideas inspiradoras. Debemos poner nuestra historia y nuestra herencia filosófica, artística y científica –nuestra alma- al servicio de un nuevo cuerpo político que sea capaz de armonizar valores y realidades, que sea eficaz y que tenga capacidad y sensibilidad «superar todos los retos y dificultades a los que se enfrentan los ciudadanos europeos actualmente y a los que se enfrentarán el día de mañana. Del desempleo juvenil al cambio climático, de la inmigración a la seguridad de los datos, la lista es larga y la urgencia es aún mayor». (Documento «Un nuevo relato para Europa», redactado por el comité cultural del proyecto)
El documento de este grupo de artistas e intelectuales europeos está razonablemente orientado. Ahora se trata de que las ciencias encuentren respuestas innovadoras, de que la tecnología sea capaz de transformar la creatividad social en realidades que hagan la vida mejor y más sostenible. Se trata de que la imaginación artística se comprometa y alíe con el deseo de emancipación. Se trata también de reconocer el valor de un patrimonio cultural forjado por múltiples generaciones, comunidades y territorios y que ha terminado por configurar un sentido de pertenencia entre los ciudadanos europeos.
Dirigentes imaginativos, ciudadanos comprometidos
Pero para ello necesitamos materia prima. Y materia prima en este proceso es una ciudadanía europea consciente y activa en la defensa de los valores que han dado sentido a este proyecto común que sea capaz de impulsar esos valores más allá de nuestras fronteras, convirtiendo a Europa en un socio global fiable, respetuoso y respetado. Un referente ético permanente y no de conveniencia que es la única manera de que nuestra voz no sólo se oiga, sino que se escuche. Y materia prima es también una dirigencia política valiente, imaginativa, lúcida y con un punto de osadía rompedora siempre necesaria en tiempos de apatía política e intelectual.
La crisis no es sólo económica, es también la conciencia de Europa la que está en crisis. Y esa es la tarea a la que los ciudadanos europeos estamos convocados: a regenerar esa conciencia movilizadora que dé sentido a nuestras iniciativas, que nos permita alumbrar planes y proyectos para alcanzar objetivos reconocibles y motivadores. No se trata, pues, de bellas palabras que iluminen discursos y convenciones, palabras que a fuer de repetirlas se conviertan en un mantra adormecedor; se trata de inspirar políticas concretas comprometidas, solidarias y armónicas con esos valores que entre todos estamos impulsando y que el sentido común dice que son esos y no otros los que nos llevarán por un camino cuando menos transitable.
Es tarea de todos, pero muy especialmente de la nueva Comisión Europea, aprestarse a construir e implementar esa nueva narrativa, armonizando en perfecta simbiosis ideas y políticas. Lo que no está muy claro es si tienen huecos en la agenda para este nuevo cometido.