No hay kurdo en el mundo que no haya oído hablar de Media. Su primera experiencia en la zona fue en 1992, cuando esta enfermera había llegado de Alemania para visitar Midyat, una localidad kurda ubicada a 800 kilómetros al sudeste de Ankara.
Aquellas primeras imágenes se conservan vivamente en su memoria: «un tanque alemán disparaba sobre una aldea kurda. Había niños heridos y adultos civiles protegiéndose dentro de una iglesia cercada por soldados turcos».
Media nos recibe en el pequeño hospital situado en el macizo del Qandil, entre las fronteras de Irán, Iraq y Turquía. Tanto la posición estratégica como la abrupta orografía de estos valles los han convertido en el bastión principal del Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK), un movimiento armado que ha mantenido una guerra de casi tres décadas contra Ankara en pos de reconocimiento y derechos fundamentales.
«Mi primer contacto con los kurdos fue en el centro cultural que tienen en Hamburgo, mi ciudad natal», recuerda Media desde su pequeña sala de consultas.
«En Alemania hay muchos partidos revolucionarios, pero lo único que hacen es hablar. Sin embargo, entre los kurdos encontré a una gente salvajemente oprimida, pero que nunca perdía la esperanza», señala.
Entre 30 y 40 millones de kurdos viven hoy divididos por las fronteras de Iraq, Irán, Siria y Turquía, la mitad de ellos en este último país, donde decenas de miles han muerto y miles de aldeas han sido arrasadas desde los años 80.
En estos momentos hay un proceso de negociación en ciernes entre Ankara y los kurdos tras el alto el fuego unilateral declarado por la guerrilla en marzo. Es ya el noveno desde 1993.
Mientras tanto, Media asegura realizar una media de 30 consultas diarias, una cifra que, dice, se reduce durante el Ramadán, el mes sagrado de los musulmanes que se inició el miércoles 10. Junto con otros tres voluntarios, ofrece asistencia médica gratuita gracias a las aportaciones privadas que llegan desde el Kurdistán turco, iraquí y de Europa.
«Levantamos este hospital hace dos años. No recibimos ningún apoyo a nivel institucional, pero podremos seguir adelante siempre y cuando no lo bombardeen», explica la enfermera. En 2008, la aviación turca redujo a escombros el centro sanitario que habían instalado en la pequeña localidad de Lewzha, a escasos kilómetros de aquí.
La fortuna quiso que Media se encontrara entonces impartiendo un curso de formación a futuro personal paramédico en otra localidad.
Inyecciones de moral
Durante las últimas dos décadas, Media ha atendido a un número incontable de guerrilleros y lugareños atrapados en el fuego cruzado.
Debajo de unos dibujos pegados en la pared dedicados por niños de la región, se aprecian unas fotos que recuerdan a Aisha Ali, una campesina que murió bajo las bombas mientras agitaba una sábana blanca con la que intentaba convencer a los pilotos de que no eran combatientes.
También a su espalda están las fotos de la joven Beijal, muerta tras pisar una mina, y Sozan, quien perdió su pierna el día que bombardearon el antiguo hospital de Lewzha.
«Esta es una guerra cruel ante la que la comunidad internacional cierra los ojos mientras se firman suculentos contratos armamentísticos con Turquía», denuncia Media, quien confiesa no sentirse «demasiado optimista» ante el actual proceso de paz.
«Una parte, la kurda, da siempre pasos hacia la paz, mientras que la otra se empeña en sabotear todo intento de acercamiento», afirma.
No se han registrado bombardeos desde el anuncio del alto al fuego en marzo, «únicamente se han visto drones que sobrevuelan la zona siguiendo el repliegue de los guerrilleros kurdos llegados desde Turquía», apunta Daryan, otra de las voluntarias del centro.
Esta joven ha trabajado durante cinco años con Media, que la introdujo en el mundo de la medicina para completar después su formación como dentista en la Región Autónoma Kurda de Iraq.
Daryan tenía solo siete años cuando huyó de Mardin, 300 kilómetros al sudeste de Ankara, hace ya 30 años. Hoy es plenamente consciente de la importancia de este pequeño hospital. «En Lewzha hay un centro de salud nuevo gestionado por la administración kurda de Iraq. Son seis empleados, pero siempre está cerrado, por lo que los lugareños siguen viniendo hasta aquí», explica.
La voluntaria kurda de Turquía asegura que muchos de sus pacientes llegan desde Rania, a 50 kilómetros de distancia, en el valle, o incluso desde Suleymaniya, 260 kilómetros al noroeste de Bagdad, debido a las «constantes irregularidades» en el sistema de salud de la Región Autónoma Kurda de Iraq.
«Hace poco atendimos a una mujer a la que le habían hecho hasta 12 radiografías del mismo hombro», apuntan las voluntarias. «También hemos atendido a gente a la que han medicado e incluso operado sin necesidad, otros afectados por infecciones debido a una mala praxis...», detalla.
«La corrupción en el Kurdistán de Iraq es terrible y, a menudo, los pacientes son víctimas de unos médicos que solo buscan lucrarse a su costa», sentencia.
No obstante, puede que la labor desinteresada de las voluntarias durante estos años haya ido más allá de la mera atención médica.
Hiwa Zagros, combatiente del PKK, lo resume así: «Gestos como el de Media nos transmiten el calor y la solidaridad que echamos en falta desde Occidente; son una auténtica inyección de moral para seguir luchando por nuestros derechos», explica este otrora profesor de secundaria en Kurdistán bajo control de Teherán. Cambió su bata blanca por el uniforme verde oliva hace ya 12 años.
Media sonríe, restando importancia a su apuesta vital. Aparentemente, no es la única aquí que abandonó el confort del mundo rico para ayudar a las víctimas de un conflicto que parece no tener fin.
«Cada vez viene más gente a ayudar desde Alemania, Holanda, Escandinavia... tanto aquellos que tienen ascendencia kurda como los que han descubierto al pueblo kurdo ya de adultos», explica.
«Tan solo este mes han llegado tres más aquí, a Qandil», apunta.