Y «los que más saben», como el ministro de Defensa, Ehud Barak, dicen: «Si las sanciones no logran detener el programa nuclear de Irán, será necesario considerar una acción» militar. «Quien diga 'más tarde' puede encontrarse con que es demasiado tarde», advirtió la semana pasada.
La preocupación de muchos analistas, incluso israelíes, es que un ataque de Israel no solo desate una guerra terrible, sino que apenas retrase un par de años el programa nuclear iraní. «Sanciones severas y un frente diplomático unido son la mejor forma de arruinar el programa nuclear de Irán», sostuvo el viernes 3 un artículo editorial del diario estadounidense The New York Times.
Por otro lado, funcionarios israelíes de defensa alegan que, si la cuestión nuclear iraní no se aborda de un modo frontal -ya sea financiera o militarmente-, la región se hundirá en un caos de proliferación atómica que podría involucrar a otros estados. Tales son los parámetros del debate: o bien un ataque -con o sin la aprobación de Estados Unidos- o bien sanciones.
Sin embargo, hay alternativas: una zona libre de armas nucleares podría ser una estrategia para neutralizar el programa atómico de Irán. Los gobiernos israelíes han condicionado la concreción de esa zona a una situación de paz con todos los vecinos del Estado judío. Esto es prácticamente imposible, dado el carácter actual del régimen iraní. Y en el frente árabe no hay ningún avance hacia la paz.
De todos modos, activistas de la sociedad civil depositan sus esperanzas en la reunión de seguimiento que se celebrará este año en Finlandia, tras la Conferencia de Evaluación del Tratado sobre la No Proliferación de Armas Nucleares que se realizó en 2010. En esa reunión se discutirá un acuerdo para transformar Oriente Medio en una zona libre de armas nucleares y de cualquier otro armamento de destrucción masiva. El país anfitrión ha sido aceptado por todos los gobiernos, incluso por Israel e Irán.
«La mayoría de los israelíes ni siquiera saben que su país está dispuesto a contemplar la idea de una zona libre de armas nucleares», enfatizó Hillel Schenker, coeditor del Palestine-Israel Journal, con sede en Jerusalén y dirigido por expertos de los dos países. En octubre, el exportavoz del capítulo israelí de la Asociación Internacional deMédicos para la Prevención de la Guerra Nuclear coordinó una reunión entre activistas israelíes e iraníes.
Realizada en Londres bajo los auspicios de una iniciativa de la sociedad civil para crear una Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en Medio Oriente, la cita facilitó el desarrollo de áreas de mutuo entendimiento entre ambos pueblos. Pero esa reunión fue una excepción. El debate público está limitado en gran medida por la presión de las autoridades. Cuando el exjefe del Mosad, Meir Dagan, cuestionó el razonamiento de la solución militar que hacen los dirigentes de su país, Barak atacó su franqueza calificándola de «conducta grave».
Pese a lo abiertos que los israelíes suelen ser para el debate, tienden a considerar que la cuestión nuclear es un tabú, o un tema demasiado complejo para expresar discrepancias. La mayoría acepta que solo los altos jefes políticos y militares ejerzan ese derecho, y a puerta cerrada. La ausencia de debate también obedece a que, desde la creación de su propio programa nuclear a fines de los años 50, Israel sostiene una política de «ambigüedad»: la postura oficial es que «no será el primer país en introducir armas nucleares en la región».
Israel nunca firmó el Tratado de No Proliferación Nuclear. Irán sí. Pero ambos países rechazan y se abstienen de vincular sus respectivos desarrollos nucleares. El manto de secretismo que cubre los programas israelíes permite a sus ciudadanos sentir que participan en la defensa de su país sin tener que lidiar con la cuestión nuclear. «Si reflexionamos como sociedad acerca del armamento nuclear, lo hacemos sobre el iraní, que de hecho todavía no existe», subrayó la pacifista Sharon Dolev, de la campaña por el desarme de Greenpeace en el Mediterráneo. «Como el jorobado que no ve su propia joroba, nosotros no vemos nuestras propias armas».
Esa ambigüedad entraña que la comunidad internacional siga ignorando a Dimona, presunto centro neurálgico del programa nuclear israelí en el sur de su territorio, para preocuparse únicamente por Natanz, en el centro-oeste de Irán, considerada la sede del desarrollo nuclear perseguido por Teherán.
Irán también es ambiguo. Si bien la Agencia Internacional de Energía Atómica informó en noviembre que el estado teocrático llevaba a cabo actividades relacionadas con el desarrollo de armas nucleares, no hay ninguna prueba de que realmente haya decidido fabricar una bomba. Los funcionarios israelíes elogian la «ambigüedad», pues potencia la seguridad del Estado judío casi tanto como las armas de destrucción masiva.
Presumiendo que tal política es necesaria, activistas por la desmilitarización proponen un debate que respete los límites de no exponer la capacidad nuclear de Israel, y alegan que fortalecería el carácter democrático de su sociedad. «Es posible, e incluso obligatorio, debatir con seriedad la necesidad de las armas nucleares, los peligros que presentan para la región y el mundo, y las posibilidades de desarme», dijo Dolev.
Quienes buscan abolir la «opacidad nuclear» de Israel creen que llamar a las cosas por su nombre puede hacer que la región se abra gradualmente hacia el control de armas, si una zona libre de armamento atómico no fuera posible. «Pero si fracasa la prevención (de la capacidad nuclear iraní), es improbable que los israelíes vean el control de armas como una solución», pronosticó Avner Cohen, autor del controvertido «Israel y la bomba», de 1998. Con más razón, pues durante la Guerra Fría, el escenario de los diálogos de control de armamentos fue la existencia declarada de armas nucleares.
Además, entre los israelíes hay casi consenso de que la ambigüedad es un caso de fuerza mayor y el factor de disuasión más efectivo para lo que aquí se percibe como el «peligro existencial» constituido por Irán. Esta vinculación entre armamento de destrucción masiva y hostilidad extrema tiene preferencia sobre cualquier otra consideración, reconocen los pacifistas. Ante el supuesto de que Irán fabrique la bomba, «no sabemos qué estado nuclear se desarmará primero, (pero) sabemos cuál se desarmará el último: Israel», dijo Cohen.
Muchos activistas concluyen que probablemente ya es tarde para que los israelíes persuadan a sus gobernantes de que salir del búnker de la ambigüedad es la mejor forma de desactivar la bomba de tiempo iraní, que ya está peligrosamente encendida.