Hace poco más de un mes, la Comisión Europea propuso el aumento de aranceles a los productos de los BRIC (Brasil, Rusia, India y China) dentro del territorio europeo, alegando que ya no eran considerados países que merecieran ventajas comerciales. Además, la reciente visita del Presidente chino a Europa para comprar deuda nos produce gratitud pero desconfianza a la vez.
El paso es ejemplarizante a la hora de ver la fuerza que están cogiendo estos países, política y comercialmente, incluso sirve para discernir el miedo que parece que empezamos a tener los europeos de las nuevas potencias emergentes. Pero ¿En serio deberíamos sospechar de ellos? ¿Tendríamos que cerrarnos en banda explotando nuestro proteccionismo económico y egoísmo político frente a los BRIC, o deberíamos de ir de la mano aunque ellos nos hagan mirar para otro lado, de vez en cuando, en temas de Derechos Humanos?
Para empezar, es necesario recordar que los BRIC no son una organización internacional, sino una denominación de un conjunto de países, por tanto y en principio, la UE no debería tratarlos como si fueran lo mismo. Aunque ya hay algunos expertos que pronostican que se convertirán en un grupo político cohesionado, la realidad es que actualmente hay grandes diferencias internas entre ellos, y sus intereses no son los mismos.
En realidad, esa denominación fue inventada hace diez años por un economista de Goldman Sachs para promover inversión. Cada uno tiene sus objetivos y sus aspiraciones, sus puntos fuertes y sus decadencias y, sobre todo, son muy dependientes de sus contextos culturales y sociales; y es básico que la UE sepa adaptarse a cada uno de ellos y buscar afinidades diferenciadas, no considerándolos como nuevos países que buscan su trozo de un pastel ya repartido.
La globalización ha transformado los mercados y los juegos de poder y es esencial comprender que estos países tienen el derecho legítimo de querer participar de una forma más activa en la toma de decisiones internacionales. Y eso hace que la UE tenga que aprender a adaptarse, tanto a nivel interno como externo, a dicha situación, centrándonos en nuestras ventajas competitivas normativas y morales.
No dejamos de escuchar la continua decadencia internacional del Viejo Continente, que es innegable, pero Europa sigue teniendo una posición de relevancia de la que todavía se puede sacar partido. Según EUROSTAT, la UE representa alrededor del 30% del PIB mundial, sobre el 60% de la Ayuda Oficial al Desarrollo y es el primer exportador del mundo y el segundo mayor importador. Aunque en la balanza de poder internacional los Estados emergentes han incrementado notablemente su presencia, la Unión continúa teniendo un peso fundamental. Y junto con la agricultura, las relaciones exteriores han sido uno de los principales ejes de actuación que más se ha desarrollado en la UE a lo largo de los años, aunque actualmente se dedica el 6% del presupuesto en actuaciones como actor global.
Europa, en posición de ventaja
Para clarificarlo, a principios de año se publicaron los resultados del complejo y ambicioso Índice Elcano de Presencia Global (IEPG) que permitía un análisis de la posición objetiva que ocupan los distintos países en el mapa de poder. Con él nos podemos hacer una idea de la posición de los BRIC y Europa en el mundo.
Estados Unidos, con una clara ventaja sobre el resto, es seguido por Alemania, Francia, Reino Unido y China, en ese orden. Así los países europeos siguen muy bien posicionados en casi todas las dimensiones gracias a los elevados índices de desarrollo de nuestros Estados. Como los mismos organizadores del IEPG explicaban, pese a la indudable aparición y rápido desarrollo en la escena global de los BRIC es interesante ver que, en términos absolutos, Austria aún atrae el doble de inmigrantes que Brasil, Dinamarca supera a Rusia en comercio de servicios, Eslovenia triplica los resultados de India en las competiciones deportivas globales, Luxemburgo despliega tantas tropas en el exterior como China o que Grecia supera ampliamente a Sudáfrica en publicaciones científicas internacionales.
Pero esta situación no implica poder saltarse todas las reglas. Si China sigue transformando su potencial interno en presencia externa será indudable que nadie podrá decidir nada sin él, pero para acompañar a China no deberíamos perder la ventaja competitiva de la UE. Porque la realidad es quela UE se muestra como ejemplo de determinadas normas y valores que, al contrario de lo que parezca en un principio, son la fuente de su influencia.
Si los gobiernos europeos abandonaran estos valores en búsqueda de beneficio económico a cualquier precio podrían poner en peligro la modesta influencia que aún disfruta la UE en el mundo. Los países europeos por razones históricas siempre han tenido grandes intereses en África y América Latina, pero la presencia del gigante chino está aumentando la competencia y provocando problemas en lo referente a la promoción de los Derechos Humanos o cooperación multilateral para resolver los problemas internos de estos países, así que tampoco hay que caer en el juego fácil del beneficio a ciegas.
Intereses comunes, intereses contrapuestos
Es verdad que China busca mercado en Europa,nuestras economías son claramente complementarias, y con los problemas de deuda y la reciente vista del Presidente chino Wen Jiabao, ha dado la sensación de que ahora somos nosotros los que necesitamos que nos salven. Hay que acompañarles, no ir contra ellos, y el ejemplo es como Lagarde, la candidata europea ya directora del FMI, ofreció a China la vicepresidencia. Pero eso tampoco debería permitirnos perder nuestra independencia en las exigencias con el gigante asiático, hay que evitar que se le "caigan los auriculares" cuando le hablan de Derechos Humanos al Presidente, como irónicamente ha ocurrido en Alemania, y hay que clarificar la gestión y reforma de la gobernanza mundial y el sistema financiero, donde parece que China se muestra reticente, junto con Estados Unidos, a hacer las reformas estructurales que Europa está pidiendo.
Además China, como otros países, muestra una percepción fragmentada de Europa porque tiene que tratar con instituciones, Estados y gobiernos en todos los asuntos. Así que si realmente se quiere establecer una estructura más asequible para terceros países habrá que trabajar para conseguir delimitar funciones de unos y otros. Y a simple vista parece que los nuevos tratados no hacen sino añadirle dificultad al asunto de la representación.
Por otra parte, la relación de Rusia con la Unión Europea se ejemplifica en la política energética y la estrategia que este país tiene con los Estados Miembros. Rusia es nuestro principal proveedor de petróleo, y uno de los principales en gas natural. Pero su forma de actuar se caracteriza por un continuo intento de división de los países europeos como bloque, y el mejor ejemplo es la relación de Rusia con Alemania. Este fomento de acuerdos bilaterales con los países por separado va unido con una posición rusa muy interesada en un juego de privilegios y castigos según su parecer, como ocurre con Ucrania. Así, el hecho de funcionar de manera dividida beneficia una posición rusa de privilegio, y que trabajando de forma unida no sería tan fácil lograr.
Y no hay que olvidar a Brasil, que ya se termina de perfilar como la potencia regional de América Latina. Este, lejos de encontrarse en una situación de crisis como en Europa, ha conseguido crecer estos últimos años a un ritmo bastante alto, pero es uno de los principales afectados por el proteccionismo europeo. Brasil depende tecnológica y financieramente del exterior y explota sus recursos en forma de exportaciones en el comercio internacional, por tanto todo freno a un comercio equitativo no les sienta especialmente bien.
Y aunque Brasil sea un socio preferente de la UE, la realidad es que no termina de aceptar el status quo, y así lo ha demostrado dedicando buena parte de sus esfuerzos a relanzar las relaciones Sur-Sur, sobre todo con África, y también con China. Aunque después de Asia, seguimos siendo el continente que más bienes importa a Brasil, así que Europa todavía no ha perdido su oportunidad.
Es una democracia fuerte con unos rasgos sociales envidiables, ha conseguido sacar en los últimos años a 30 millones de personas de la pobreza gracias a políticas públicas imponentes como la Bolsa Familia o el programa Cero Hambre. Además, es internacionalmente comprometido –sirva como ejemplo el intento que lideró Brasil hace unos años en la ONU para lograr, por primera vez, una condena de la Comunidad Internacional sobre la discriminación LGTB en el mundo-.
La realidad es que Brasil podría tener una relación muchísimo más estrecha con la UE, que beneficiara a ambos, y así desarrollar su figura de potencia regional y por ende la influencia de Europa en América Latina, pero es necesario que se clarifiquen los objetivos que ambas potencias tienen, y que Europa no se comporte como un viejo excéntrico que todo lo quiere y todo lo sabe, ya que Brasil solo pide una posición de equidad en las negociaciones, algo más que legitimo teniendo en cuenta la fuerza que puede llegar a tener. Y de paso, ideológicamente, la izquierda europea podría aprender mucho del Brasil de Lula en cuanto a qué hacer en un siglo dirigido por débiles políticas públicas.
De global payer a global player
En definitiva la UE debería de empezar a aprovecharse de sus nuevos sistemas de representación común a los 27 como la Alta Representante o el SEAE para aglutinar todo el potencial y las oportunidades que debe buscar con líderes regionales –como Sudáfrica- y así conseguir el objetivo que, como dijo Elmar Brok, la UE pase de ser un global payer a ser un global player. Y tiene que esforzarse por intentar desarrollar un sistema multilateral eficaz, buscando una sociedad internacional reformada económicamente, donde las instituciones internacionales cojan un papel clave en base al orden del Derecho Internacional, en vez de que el poder este en 1 o 2 países, sean de Oriente o de Occidente. Y si queremos estar en el mundo tendremos que dejar atrás las reflexiones que impiden acción, y empezar a escuchar las necesidades que estos países pueden tener, porque normalmente la UE tiene una visión de sí misma que no está en consonancia de cómo lo ven indios o brasileños.
En el famoso Informe del Comité de Sabios de Felipe González ya lo ponía claramente: «Los ciudadanos saben que nuestra política exterior ganará en peso relativo y en eficacia si somos capaces de presentarnos como un bloque en defensa de nuestros intereses y valores y no en orden disperso de protagonismos de épocas ya pasadas». Por tanto, y si ya parece que se ve lógico la importancia de funcionar internacionalmente como una UE cohesionada ¿Tendrá que ver su fiasco con que Alemania haya tenido un marcado desinterés en dirigir la política exterior común?