No sé si la Unión Europea ha avanzado en estas elecciones, pero la unidad de Europa -entendida en sentido amplio- parece lejos, más lejos que hace año y medio o dos años. En las listas electorales del domingo abundaban los cuadros de los combatientes, de las facciones de «voluntarios». Yuly Mamchur, coronel que rechazó abandonar su posición en Crimea, por ejemplo, ha tenido su lugar al sol en la lista del presidente Petrochenko. Éste rebajó su prédica más militarista, a medida que sus fuerzas perdían sobre el terreno ante los prorrusos (y rusos, de manera apenas encubierta). De modo que para evitar mostrar ese paso atrás, en los debates electorales se ha tendido a relativizar o se ha tratado de evitar mencionar lo que sucede en las provincias del Este. Hay menos choques, eso sí; pero tampoco se ha hablado demasiado de esas quiebras del alto el fuego firmado (forzado por las circunstancias) por Porochencho. Éste ha podido mantener así una cierta imagen de conciliador y unificador.
Por otro lado, los clanes de oligarcas no desaparecerán de la noche a la mañana, ni la corrupción que implica su sistema de poder se evaporará sin más. Cabe esperar, desde luego, que una mayor estabilidad ayude a mejorar la administración, las estructuras del Estado y el sistema judicial. Ahí puede colarse una cierta modernización, un cierto adecentamiento de la vida pública; pero todo eso es aún difícil e incierto. Algunos intereses, a un lado y otro del limes conflictivo, pueden tener incluso interés en mantener abierto un cierto nivel de choques armados, aunque sean de bajo coste y baja intensidad. Son el pretexto perfecto para quienes tienen poder real en la sombra. Y la burocracia, junto a ellos, tenderá a no mover sus propias ruedas en el barrizal.
¿Y la economía que se decía ya hundida del todo? ¿Los saqueos de las propiedades del anterior presidente, Viktor Yanukovich, lo resolvieron todo? Es fácil suponer que no.
No hay que ser un experto para suponer que un año de continuación de la crisis y el añadido de la guerra, no habrán servido para mejorar las cosas. Ucrania ha perdido ya Crimea; hoy, Lugansk y Donestk están también más cerca de Moscú y más lejos de Kiev. Su dependencia energética se incrementa al dejar de controlar esas zonas productoras de recursos y energía. Los grifos del gas ruso están cerrados desde junio. Ucrania ha pedido a la UE con urgencia 2.000 millones de euros (más, a añadir a la cuenta). Putin, con o sin alto el fuego, exige el pago de los atrasos (3.500 millones de euros). La UE ha prometido ayudas por 11.000 millones de euros en varios plazos (en varios años). Y el préstamo de 17.000 millones de dólares concedido por el FMI en abril podría ser insuficiente. Hay un acuerdo Putin-Porochenko sobre el precio (300 € por cada mil metros cúbicos de gas). Incluso si se cumpliera, ese pacto llega sólo hasta el final de este invierno. Las reservas de gas de Ucrania son muy limitadas y en vísperas de la jornada electoral (domingo 26 de octubre) volvió a ver los termómetros bajar de 0 grados. La devaluación de la divisa de Ucrania (la grivna) amenaza con apretar aún más los cinturones (y el frío en las casas) antes de la llegada del invierno. Los préstamos de la UE y del FMI podrían no bastar para contener el descontento social, que tenderá a renovarse a medio plazo.
Y no hay que olvidar los daños del conflicto, su impacto humanitario. Según el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los refugiados, a finales de octubre había 430.000 desplazados en el interior de Ucrania, otros 387.000 ucranianos refugiados en Rusia, además de algunos pocos (unos 7.000) que han pedido asilo en la UE y en Bielorrusia.
Petro Porochenko ha ganado estas elecciones por las razones expuestas más arriba, pero también -entre otras cosas- porque el voto prorruso de Crimea ya no es posible y las provincias rebeldes del Este no enviarán (o no podrán enviar) a Kiev a los 26 diputados que les corresponden (o corresponderían). Quizá es un alivio para la mayoría presidencial, que aparece así con mayor claridad en una cámara que tendrá 424 diputados y no los 450 que habría tenido en circunstancias «normales».
Es legítimo seguir desconfiando de las certidumbres que parecen alumbrar algunos titulares de nuestro lado. Para entender lo que sucede en el limes, tenemos que seguir desconfiando de lo que anuncian los portavoces imperiales. En Roma y en Constantinopla.