Hablamos con Mehmet Koksal, belga de origen turco, periodista de 36 años
«Podemos decir que los manifestantes han ganado una batalla simbólica; pero estas protestas van más allá. Cuestionan el modelo de desarrollo propuesto por el primer ministro turco Recep Tayyp Erdogan», nos dice Mehmet Koksal, promotor de una resolución de la Federación Internacional de Periodistas, que estos días celebra su congreso trianual en Dublín, contra los métodos empleados contra los manifestantes en Turquía.
En esa resolución se deplora el uso de la fuerza y «la utilización masiva de gases lacrimógenos, el uso de vehículos blindados para que hagan de ariete en las barricadas, los tiros de granadas de gas a la altura humana, los cañones de agua a presión utilizados desde el 28 de mayo de 2013», día en que empezaran las protestas en torno a los proyectos urbanísticos sobre el parque de Taksim (Estambul).
Tres periodistas, Ahmet Shik, Ismail Afacan y Selçuk Samioglu, han resultado gravemente heridos por esas acciones policiales. Algunos manifestantes también han atacado a los periodistas, por considerarlos demasiado próximos al Gobierno; mientras Erdogan decía que Twitter es «una amenaza para la sociedad».
«Erdogan sigue un modelo de crecimiento económico en el que no hay mejora de la calidad de vida, sino entrega absoluta al mundo empresarial. Un ejemplo es el proyecto de construcción de un nuevo puente para unir la parte europea de Estambul con su lado asiático. Dicen que para aliviar el tráfico. Pero en esa idea oficial se incluye la tala de un millón de árboles y una doble reconversión urbana de las dos zonas que uniría el puente. Es un proyecto que ambiciona el mundo de los negocios más cercano a Erdogan. Para esos sectores, él significa 'estabilidad y crecimiento'. Y el primer ministro sigue siendo una especie de alcalde en la sombra de Estambul, que es el cargo que ocupó antes de convertirse en jefe del gobierno».
Recep Tayyp Erdogan, en efecto, fue alcalde de la principal ciudad de Turquía en los años finales del siglo XX (hasta 1998).
La juventud que se manifiesta en Taksim no tiene en cuenta solo la tendencia autoritaria creciente del gobierno islamista «moderado», sino también otros detalles, como el hecho de que Estambul sea una ciudad europea sin apenas zonas peatonales, que sea una ciudad sin bicicletas, ni pistas para ciclistas. «Hay una generación que quiere un Estambul verde», nos dice Mehmet.
«Es erróneo comparar a Turquía con los modelos de Irán o China, por ejemplo. Sin embargo, Erdogan es comparable a Putín en varios sentidos. Tienen en común su modelo de autoritarismo, su odio hacia la prensa y ser muy intolerantes ante las críticas ajenas.»
«También su nostalgia por la grandeza del país en el pasado. Y ambos quieren ejercer de alcaldes en la sombra, uno de Estambul, el otro de San Petersburgo. Los dos han hecho cosas positivas, como enfrentarse a cierta oligarquía, Putin; Erdogan, a determinada burocracia kemalista y al poder de los militares. Pero ambos están dispuestos a controlar cada vez más los medios de comunicación.»
«Erdogan pareció apoyarse en valores europeos, de libertad, cuando estaba en la oposición. Ahora no tiene necesidad de esas referencias. Utiliza las normas y las leyes antiterroristas contra los que protestan contra él. En su punto de mira, pueden estar también los que no son creyentes, los kurdos o las minorías religiosas que le molestan», señala Mehmet Koksal.
Pero Erdogan sigue teniendo apoyo electoral y quiere aumentarlo, por ejemplo, para autorizar el pañuelo islámico en todos los espacios oficiales, mientras aumentan otros signos de reislamización acelerada. Sin embargo, Mehmet no cree que Turquía pueda ser un país muy islamizado: «Tiene demasiados socios externos con intereses mutuos para que le interese reconstruir una especie de Imperio Otomano. Cuando Turquía amenaza con buscar otros socios en Asia, es un farol de póker dirigido hacia Europa».
Hay dos Turquías, pero no representan necesariamente la de las ciudades contra la Turquía de las zonas rurales.
Para Mehmet Koksal, «contra Erdogan, están también los alevís (musulmanes liberales), una cierta izquierda, los movidos por las preocupaciones ecologistas. Por el contrario, le apoyan los que están en el partido del gobierno (el Adalet ve Kalkinma Partisi, AKP, Partido por la Justicia y el Desarrollo), que quieren seguir controlando los puestos oficiales y el empleo administrativo. En Turquía, hay un sector público fuerte y una gran burocracia también. El Gobierno centraliza muchas cosas. Muchos de los que están en puestos habilitados por burocracia temen hablar o votar contra Erdogan».
Asimismo, no pocos medios de comunicación y numerosos periodistas temen relatar el detalle de la nueva sociedad turca. Para Mehmet, «hay que preguntarse si los periodistas pueden permitirse hacer su trabajo. Hasan Cemal, periodista conocido del destacado periódico Milliyet, fue despedido porque dejó de halagar lo que hacía Erdogan. Otros periodistas conocidos han seguido el mismo camino. Los profesionales de los medios tienen que asumir grandes riesgos sobre su empleo o su vida familiar. Y solo si se apoyan entre sí, podrán enfrentarse a la necesidad de contar toda la verdad que perciben».
Un nuevo clientelismo se ha desarrollado en Turquía. Si un empresario espera ganar un concurso público, aunque no sea creyente, es mejor que se deje ver los viernes por la mezquita de su barrio. «Hay una islamización paulatina, visible, en las escuelas, en las empresas, en la prensa», señala Mehmet Koksal, «incluso se propone a los ciudadanos comer y beber como Erdogan.
Desde luego no el raki (aguardiente turco), que es la bebida nacional. El fundador de la Turquía moderna, Kemal Ataturk, bebía tanto raki que murió de cirrosis del hígado».