Los apóstoles de la desregulación globalizada de los mercados que predican la religión del máximo enriquecimiento posible, ocultando sus demonios especulativos y depredadores, nos anuncian el paraíso donde ya nos esperan quienes lo han alcanzado, entre santos y Monsantos. Siempre que no se lo estropeemos un poco, cuatro ignorantes alarmistas dedicados a asustar a la ciudadanía de este mundo.
¿Cómo puede ser malo un tratado que crearía el área de «libre» comercio más importante de la historia y de la actualidad, en volumen comercial, representando el 60% del PIB mundial? ¿A quién se le ocurre pensar en negativo, ante un crecimiento previsible del PIB comunitario de 120 mil millones de euros anuales y un aumento del valor del comercio transatlántico de medio billón de dólares al año? Y además con el añadido geoestratégico y geopolítico de hacer frente a otros paraísos emergentes como es el caso de China.
Pensar, si que pensamos que estas estrategias y macro-magnitudes extraordinarias, solo están a la altura de quienes las pueden digerir. Y experiencia sí que tenemos respecto a quienes se zampan todas las cifras del mundo mundial, engordando sin freno.
Y como simple consideración traigo a la memoria una cifra para algo de reflexión. Los defensores a ultranza del Tratado UE/EEUU argumentan en su favor la extraordinaria creación de nuevos empleos, algo fundamental estando tan necesitados en Europa y por descontado en nuestro país. Resulta que un Tratado que engloba la mayor parte de los sectores económicos, podría generar en las próximas décadas 400.000 nuevos puestos de trabajo en la UE. Aparte de las consecuencias en cuanto a nuevas regulaciones para los trabajadores, se antojan pocas expectativas laborales nuevas. ¿Sólo cuatrocientos mil? ¡Es una previsión oficial! ¿Tanto tratado para tan poco beneficio laboral y social? ¿Quién va a engordar entonces, zampándose las estupendas macro-magnitudes del Tratado? El conjunto de la ciudadanía no. Nosotros tampoco.
El sector agroalimentario es una parte pequeña dentro del conjunto de las negociaciones, pero esencial y estratégico para la ciudadanía pues está en riesgo la calidad y seguridad de nuestra alimentación diaria, están en juego un modelo alimentario y agrario sostenibles y de carácter social, la preservación del medio ambiente y rural, nuestra propia capacidad de decisión y por lo tanto el objetivo de soberanía alimentaria.
El sector agrario y alimentario resulta estratégico también por ser la nueva burbuja especulativa y depredadora de los grandes fondos de inversión, las grandes cadenas de distribución alimentaria y las multinacionales agroexportadoras y biotecnológicas, que presionan a los gobiernos a favor de políticas desregulatorias de los mercados mundiales, que les permitan operar a sus anchas, extendiendo su control y dominio absoluto sobre la producción y el comercio de los alimentos. Su presión es feroz a favor de TTIP, del Tratado Transatlántico.
Parece, en medio de la gran opacidad de las negociaciones, que quieren concluir el proceso negociador en el presente año 2015. Y parece que se están negociando en materia agroalimentaria incluso las líneas que responsables comunitarios consideran «líneas rojas». Es decir aquello que la ciudadanía, de manera ampliamente mayoritaria no aceptaría, se está negociando. Por ejemplo, los estándares de seguridad alimentaria europeos, muy superiores a los americanos y que deben constituir una línea de defensa que no se debe traspasar. Pues bien, si se negocian no es para imponérselos a los EEUU sino para acordar mayor «flexibilidad».
¿Están convencidos acaso los comisarios de la Comisión Europea, los presidentes y ministros del Consejo y los europarlamentarios del Parlamento Europeo, que los ciudadanos de la Unión están deseando que se abran nuestros mercados alimentarios a las carnes hormonadas con anabolizantes autorizadas en EEUU?, ¿o a los productos lácteos elaborados con leche producida con la inyección a las vacas de la hormona rBST, para multiplicar la producción, como se hace en América?, ¿o los pollos y otras carnes cloradas, para su higienización?, o ¿a la sarta de antibióticos inoculados a los animales, aquí prohibidos y allí autorizados?, ¿o a la entrada de un aluvión de productos transgénicos y la autorización masiva de su producción en Europa, tumbando el principio básico de precaución?, ¿ y también al recorte en nuestra normativa higiénico-sanitaria, de bienestar animal y de trazabilidad de los alimentos?
¿También desean los ciudadanos europeos que nuestras producciones de calidad diferenciada con Denominaciones de Origen, Indicaciones Geográficas Protegidas, Lábeles de Calidad y otras figuras, no sean reconocidas por EEUU y no se respeten sus códigos de calidad, sus normas y sus denominaciones en aquellos mercados, pudiendo fusilarlos a través de simples marcas sin condiciones, ni garantías?
Es decir, los responsables políticos e institucionales de la Unión Europea, ¿Consideran que los ciudadanos desean una deriva del modelo alimentario y de producción agraria, al servicio de los intereses mercantilistas y especulativos de multinacionales sin escrúpulos, en lugar de avanzar hacia una mayor calidad, seguridad, y sostenibilidad alimentarias?. ¿Qué los ciudadanos se traguen los anabolizantes mientras que un puñado de brokers de fondos de inversión se forran?. ¿O quizás van a ser tan falsarios e hipócritas de establecer un doble rasero?. Aquí, exigir producciones con los mayores estándares de seguridad y luego sálvese quien pueda en un mercado en el que todo vale.
Este Tratado se tiene que aprobar en el Parlamento Europeo y en cada uno de los 28 parlamentos de los países miembros. Veremos si los parlamentarios responden con su voto a los deseos y necesidades de la ciudadanía o por el contrario se entregan a otros intereses más poderosos y mucho más beneficiosos, para algunos. En nuestro país se retratarán en el Parlamento, los que ahora tan vehementemente levantan la voz en los innumerables mítines electorales, repartiendo promesas a diestro y siniestro. Vamos a ver, en Bruselas y aquí, que es lo que cumplen.