Escepticismo, temor a opinar y una pizca de esperanza conforman el cóctel de respuestas de los colombianos consultados sobre las posibilidades de que el diálogo entre el gobierno y la guerrilla de las FARC, iniciado este lunes en La Habana, ponga fin a la guerra civil.
«Ojalá, Dios quiera. Pero lo veo difícil, porque con la guerrilla nada es fácil. Por supuesto que si se alcanzara la paz sería un logro muy grande, porque muchos campesinos volverían a sus tierras, se acabarían tantas bombas y el país crecería», explica María Jaramillo, de 40 años, mientras pasea por la céntrica plaza de Bolívar, en Bogotá. Más escéptica, la estudiante de ciencias políticas, Elizabeth Núñez, no cree en las intenciones de paz de las insurgentes FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), «aunque nada es imposible». «Hasta ahora, por lo que dice la guerrilla, es lo mismo de siempre. Como si no tuvieran intención de acatar el diálogo».
El comienzo formal de las conversaciones en La Habana es la culminación de seis meses de acercamientos secretos entre el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, y dirigentes de las FARC, la insurgencia izquierdista creada en 1964 en el departamento de Caldas por campesinos rebeldes frente al abandono del gobierno y la injusticia de entonces.
Santos anunció en agosto las posibilidades de diálogo con la guerrilla tras los avances logrados en esos encuentros, realizados con apoyo de los gobiernos de Cuba y de Noruega, constituidos ahora en garantes del proceso, y de Venezuela y Chile, como acompañantes. De esas instancias surgió el «Acuerdo general para la finalizaación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera» que básicamente propone que las FARC abandonen la lucha armada y que el gobierno se avenga a implementar, entre otras demandas, un ambicioso plan de desarrollo agrario integral.
Sobre la base de un temario que abarca el programa rural, e incluye la sustitución de cultivos de drogas ilegales, el modo de participación política legal futura de la guerrilla, el fin del conflicto armado y la atención a las víctimas, se inició en octubre, en Oslo, la Mesa de Diálogo de Paz.
Sin embargo, el contenido de cada tema no está definido, lo que evidencia diferencias radicales. Por ejemplo, el Programa de Restitución de Tierras, bandera del gobierno de Santos y considerado por este un avance del primer punto, es cuestionado y calificado por la guerrilla como una trampa que beneficia a empresarios y firmas transnacionales.
¿Por qué el escepticismo?
En paralelo, muchos colombianos se mantienen al margen y escépticos o prefieren el silencio en un país polarizado. Ante las consultas hechas al azar por IPS, una decena de personas se negaron a responder, argumentando no tener tiempo pese al ambiente solaz que presenta este domingo, la Plaza de Bolívar, rodeada por la iglesia catedral y las sedes del parlamento, la Corte Suprema de Justicia y la alcaldía de Bogotá.
Pero otras muchas sí respondieron. «¡La paz!, la paz es un proceso que nos debemos hace 20 años. Se hubieran evitado tantas muertes de soldados, guerrilleros y civiles. Por eso quiero que este proceso no tenga interferencias», respondió un hombre de unos 50 años y que dijo ser profesor de una escuela secundaria. «Pero también conocemos los intereses económicos que hay detrás de la guerra. La paz le quitaría recursos al ejército y terminaría el negocio de los otros (la guerrilla), que también es lucrativo. Creo que este conflicto se va a demorar unos cuantos años más», sentencia.
El profesor universitario y experto en opinión pública, Armando Ramírez, cree que «un factor es la polarización que acrecentó el presidente (derechista) Álvaro Uribe en sus dos gobiernos consecutivos (2002-2010), impulsando odios radicales». «A esto se suma el desconocimiento generalizado, desde la escuela hasta la universidad, del significado real de democracia, opinión pública o sociedad civil... y los medios de comunicación contribuyen con la desorientación al potenciar algunos argumentos». «En radio y televisión, la mayoría de espacios políticos tratan el tema como la farándula: hay anécdotas, apuntes curiosos, textos breves y sin contexto, mientras que las notas y columnas, con más criterio de los periódicos se dirigen a expertos, académicos o estudiosos, no a la gente común».
Andrés Felipe Ortiz, integrante dela ONG Observatorio de Medios en Derechos Humanos, Medios al Derecho, coincide con Ramírez. «Se depende de la información para opinar, pero no hay claridad en la prensa, se incentiva la polarización y por tanto la gente concluye que el proceso no conducirá a nada». «Santos llamó a la prudencia, y es válido, pero otra cosa es ocultar. Es evidente que los medios no contribuyen al entendimiento de situaciones de interés masivo. Tampoco ha habido nunca pedagogía sobre derechos humanos ni sobre el Derecho Internacional Humanitario. Los periodistas registran, no explican», enfatiza.
Tampoco falta en la Plaza de Bolívar quien entienda que a este diálogo de paz deberían sumarse las desmovilizadas Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), la organización paramilitar de extrema derecha creada por terratenientes en la década de 1980 para combatir a la guerrilla. «Es obvio que deberíamos darnos la oportunidad de la paz. Pero también es obvio que en este proceso debería darse la representación de las AUC, porque su desmovilización fue autónoma y voluntaria», cuestiona el abogado Carlos Blanco, asesor de «una organización que defiende a desmovilizados» de las fuerzas paramilitares.
Las AUC «fueron creadas como una plataforma política que colapsó, porque las reglas de juego inicial se alteraron y los jefes fueron extraditados», señala Blanco, en referencia a la petición de participación en el diálogo de La Habana, que hizo Salvatore Mancuso, un exlíder de esa organización hoy encarcelado en Estados Unidos.
Ismael Rodríguez, de 31 años y empleado de una aerolínea, lo resume en una frase. «Lograremos la paz cuando las partes cedan, y víctimas y victimarios se sienten de frente y se perdonen».