La Asamblea General de la ONU ha aprobado el primer tratado sobre el comercio internacional de armas convencionales, con el voto a favor de 154 países, tres en contra y 23 abstenciones. Un lucrativo negocio que mueve anualmente unos 70.000 millones de dólares. Han sido necesarios seis años de negociaciones diplomáticas y más de una década de campañas.
Cuando la ONU decidió poner en su agenda un tratado para regular el comercio internacional de armas en 2006, sus miembros acordaron que la decisión final se adoptaría por «consenso». Eso implicaba que la decisión fuera aprobada por los 193 Estados que forman la ONU, aunque si algunos tenían dudas sobre el texto podrían plantear "reservas"
Pero retrocediendo incluso más atrás, a la década de 1970, cuando se adoptó la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar, el concepto de consenso entrañaba asimismo que cada Estado estuviera investido de un virtual poder de veto, una envenenada prerrogativa que ejercen desde hace décadas las cinco potencias con asiento permanente en el Consejo de Seguridad: China, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y Rusia.
Cuando tres países –Corea del Norte, Irán y Siria– quebraron la semana pasada la regla del consenso e impidieron así la adopción del tratado, el veto les rebotó como un bumerán a los cinco grandes, indignados con los tres disidentes que evitaron que 190 Estados refrendaran el texto final. Sin embargo, lo ocurrido no difiere mucho de las múltiples ocasiones en las que Estados Unidos, haciendo uso de su veto, ha impedido resoluciones que contaban con mayorías abrumadoras en el Consejo de Seguridad.
Para el profesor de política Stephen Zunes, jefe de estudios sobre Medio Oriente en la Universidad de San Francisco, «la hipocresía es evidente si consideramos las más de 75 veces que Washington emitió el único voto negativo en el Consejo de Seguridad, bloqueando el consenso con su veto». «Puesto que ha habido una gran cantidad de tratados para el control de armas, los derechos humanos y otros temas internacionales que han sido adoptados por la ONU aun sin consenso, me deja perplejo que este se haya pospuesto, en especial porque a los tres países en cuestión se les considera Estados renegados por buena parte de la comunidad internacional», agrega Zunes.
Sin embargo, hay una posibilidad inquietante que vale la pena investigar, advierte. «Ya que Estados Unidos ha intentado debilitar el Tratado y ha logrado varias veces posponer la votación, habría que preguntarse si ha jugado algún papel en la insistencia de mantener el consenso, para bloquear la adopción echándole la culpa a los tres renegados», abunda Zunes, quien ha escrito sobre el Consejo de Seguridad, sus conductas y votos.
El proyecto de resolución está auspiciado por más de 64 países, entre ellos Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña, y saldrá adelante por amplia mayoría. Washington ha sido uno de los defensores más firmes del consenso en este proceso y ha «justificado esa opción como una forma de proteger los intereses estadounidenses», explica la doctora Natalie J. Goldring, alta integrante del programa de Estudios en Seguridad de la Universidad de Georgetown .
Incluso la declaración emitida en 2009 por la entonces secretaria de Estado Hillary Clinton, en la que anunciaba el cambio de posición respecto de la administración de George W. Bush (2001-2009) sobre el tratado, ponía énfasis en mantener el consenso.
El problema, según Goldring, es que durante las negociaciones se equiparó consenso con unanimidad, incluso cuando no eran automáticamente equiparables. Goldring, representa al Acronym Institute, dedicado al estudio de armamento convencional y comercio de armas, ante la ONU. Considerar el consenso como si requiriera efectivamente unanimidad equivale a dar poder de veto a los países con las visiones más extremas, apunta.
La delegación estadounidense insistió en el consenso durante todas las negociaciones, subraya. Pero, irónicamente, eso se utilizó contra los intereses estadounidenses por los llamados escépticos –Corea del Norte, Irán y Siria–, que se han opuesto al Tratado, votando en contra. Aunque un estricto consenso es un resultado deseable, la ONU debe tener mecanismos para avanzar cuando este resulta imposible. Devolver temas a la Asamblea General es una opción que debería seguirse de forma más coherente que hasta ahora, agrega la experta.
Al concluir la conferencia la semana pasada, la mayoría de los países –incluso Estados Unidos– fueron muy duros contra los tres Estados rebeldes. En referencia a la «hipocresía» de las grandes potencias, Zunes subraya que ni Francia ni Gran Bretaña han ejercido el veto desde 1989, cuando se unieron a Estados Unidos para impedir dos resoluciones: una contraria a la invasión estadounidense de Panamá y otra contra el bombardeo, también estadounidense, a un avión libio.
En las dos décadas anteriores, París y Londres habían refrendado varios vetos estadounidenses a sanciones contra el régimen segregacionista de Sudáfrica y a otras resoluciones referidas a ese país, Namibia y Rodesia (hoy Zambia y Zimbabwe). En 1982, Estados Unidos sumó fuerzas con Gran Bretaña para vetar una resolución sobre las islas Malvinas, llamadas Falkland por los británicos, que aún hoy mantiene ese enclave colonial en el Atlántico Sur.
Y desde la crisis del canal de Suez, en 1956, los únicos vetos defendidos por París y Londres, sin Washington, fueron varios referidos al actual Zimbabwe, entre 1963 y 1972, y uno sobre una disputa de Francia con Comores sobre la isla de Mayotte. En este caso, «no creo en la teoría conspirativa. La delegación estadounidense dijo que no intentaba impedir el Tratado, y esa afirmación parece creíble», explica Goldring. Estados Unidos fue uno de los redactores de la resolución presentada por Kenia para llevar el tema a la Asamblea General, añade. «No necesitaban llegar tan lejos».
En su opinión, el texto actual del tratado es un excelente punto de partida. «La verdadera prueba será su implementación. Si los proveedores de armas cumplen sus reglas de buena fe, renunciarán a exportar a países con problemas importantes de derechos humanos». Concluye que incluso lograr que estos temas preocupen más a la hora de tomar decisiones es ya un gran paso adelante.