«Noche de paz. Noche de amor. Ha nacido el niño Dios», reza uno de los villancicos más cantado en adviento y traducido a los diferentes idiomas del continente. Sin embargo, poca paz y tranquilidad pueden tener los niños que se han portado mal durante el año en Austria y Hungría. Krampus, un diablo navideño antagonista del mismísimo Santa Claus, les perseguirá para asustarles. Mejor suerte correrán los chiquillos italianos más traviesos, que como mucho recibirán carbón dulce de las manos de Befana, una bruja anciana y amigable parte del folclore italiano que rellena con dulces los calcetines de los pequeños la mañana del seis de enero.
Por otro lado están las hijas mayores de las familias suecas que, con la misma pulcritud de las antiguas vestales del imperio romano, se vestirán de blanco y coronarán sus cabezas con siete velas. Ataviadas de esa guisa se presentarán ante sus padres y familiares para ofrecerles bollos, café y vino caliente. Sí, vino caliente. Acostumbrados a los sabrosos caldos españoles con denominación de origen, se hace raro que en muchos países europeos, en especial Alemania, se pueda beber una especie de ponche muy codiciado en los mercadillos navideños denominado Glühwein. Vino aderezado con canela, clavo, cáscara de limón, cardamomo, jengibre y anís estrellado. Ahí es nada. Está muy rico y calienta.
A pesar de que estas fechas son sinónimo de buenos augurios y buenas esperanzas, los noruegos no parecen pensar lo mismo y deciden espantar a los espíritus a base de disparar al aire y esconder todas las escobas para conseguir ahuyentar a las brujas que rondan las casas en estas fechas. Retomando el sentimiento de bondad propio de la Navidad está el día 26 de diciembre en Inglaterra, donde se celebra el día de las cajas (boxing day). La tradición promueve la realización de donaciones y toda clase de regalos a las personas más empobrecidas. Además de Gran Bretaña, esta costumbre es hábito también en algunas islas británicas y a otras naciones como Australia que pertenecieron a su imperio.
El fuego es símbolo de vida y como tal es tratado en Portugal, donde encienden una hoguera delante de la iglesia de la localidad en la noche de Navidad (24 de diciembre). Esta llama debe ser avivada por todos los vecinos hasta la noche de Reyes (6 de enero). La comunidad se reúne en torno a la lumbre para cantar villancicos y hacer propicio ese lugar con el calor necesario para el niño Jesús.
Otro signo, más propio de cuentos de hadas como el de la Cenicienta, es el que viven las mujeres en la República Checa. Si ya es incluso temerario el lanzamiento del ramo en las celebraciones nupciales, las féminas de este país deciden averiguar el destino de su estado civil para el próximo año lanzando de espaldas contra la puerta uno de sus zapatos. Con el consiguiente riesgo de escalabrar a alguien que aparezca en ese momento bajo el umbral y si el preciado calzado llega al suelo, ya solo les queda observar si la punta señala hacia la puerta. De ser así, la improvisada atleta encontrará la «horma» que estaba buscando para desposarse el año próximo.
A pesar de que la República Checa está muy cerca de los cuentos Disney, nada como las pascuas en Suecia para vivir un momento especial ante la televisión. No estamos hablando del mensaje del Rey Don Juan Carlos I. Se trata del discurso de Kalle Anka y sus amigos, que no es otro que el Pato Donald. Un clásico de la animación ante el que se reúnen todos los años los suecos desde que fue emitido por primera vez en 1959. Porque no cabe duda que si hay algo que nos iguale en estas fiestas, aquí o en cualquiera de los países de la Unión Europea, es que su espíritu consigue sacar al niño que todos llevamos dentro.