Márquez realiza estas declaraciones junto a varios compañeros que protestan frente al control que la Guardia Civil mantiene en la frontera entre La Línea de la Concepción, y Gibraltar, un territorio autónomo de Gran Bretaña, de apenas 6,8 kilómetros cuadrados.
España reivindica históricamente su soberanía sobre este lugar, conquistado por los británicos a comienzos del siglo XVIII, pese a que sus habitantes han mostrado en reiteradas ocasiones su voluntad de seguir dependiendo de Londres. Las tensiones han aumentado en la zona en los últimos días después de que el gobierno español presidido por Mariano Rajoy, del Partido Popular, haya incrementado los controles en la frontera, provocando largas colas de hasta siete horas para cruzarla.
La situación es compleja. Por una parte está la cuestión de la soberanía reclamada por Madrid y, por otra, la difícil convivencia entre españoles y «llanitos», como llaman sus vecinos a los habitantes de Gibraltar, ubicada en un minúsculo saliente de tierra hacia el mar y cuya mayor parte del territorio la ocupa un peñón.
Aunque el gobierno de España señala que el origen del problema es el conflicto pesquero, que estalló a fines de julio cuando Gibraltar lanzó bloques de hormigón al mar para crear un arrecife, existe la sensación generalizada en la zona, especialmente entre los sindicalistas, de que Rajoy utiliza esta crisis para desviar la atención del escándalo de corrupción que le afecta y la crisis económica que asola el país.
Mientras, los más perjudicados son, precisamente, todos aquellos cuya subsistencia depende de cruzar la frontera diariamente para ir de su casa al trabajo. «Esto no sirve para nada. La Línea y Gibraltar siempre han tenido buena relación, es el gobierno el que debería de solucionarlo», se queja José Antonio García, que lleva más de una hora y media esperando en su automóvil para atravesar la frontera y cargar gasolina.
Es que en Gibraltar los precios son más bajos que en España debido a que el territorio no paga impuestos, lo que le ha llevado a ser calificado de paraíso fiscal, y que mantiene un régimen especial para los bancos.
«Estoy en paro (desempleado), tengo seis nietos y necesito darles de comer. Esperaré lo que haga falta, porque con un cartón de tabaco hago el día (de venta)», explica un hombre mayor de 70 años, pero que no quiere ser identificado. El contrabando de tabaco es uno de los negocios ilegales más lucrativos. Un cartón de 10 paquetes de cigarrillos, que habitualmente puede costar 40 euros en España, en Gibraltar apenas llega a la mitad. Por esa razón la ley de aduanas solo permite cruzar en la zona un cartón al día, aunque los grupos de personas sentados junto a la frontera, haciendo como que dejan pasar el tiempo, evidencian que el flujo de cigarrillos es constante.
Desde que Madrid decidió hace unos días incrementar los controles, tanto para entrar como para salir del Peñón de Gibraltar, el colapso es total en la frontera. Comenzó hace una semana y ha provocado que, intermitentemente, se registren aglomeraciones de hasta siete horas. Estas se ven agravadas por temperaturas que, en determinados momentos, pueden llegar a los 40 grados. «Pensaba estar el fin de semana con mi familia pero, tras recibir la noticia, me desplacé junto a varios compañeros a ayudar a quienes se encontraban esperando», explica Manuel Márquez .
Fuentes del gobierno autónomo de Gibraltar han confirmado que han llegado a repartir 11.000 botellitas de agua para hacer frente al calor, lo que no ha evitado que varias personas, especialmente de edad avanzada, hayan tenido que ser atendidas en hospitales cercanos.
En esta crisis, los peor parados son los trabajadores españoles que cruzan diariamente al territorio británico. «Este es un país de ideología fascista, donde el patriotismo da votos. Por eso ningún partido quiere solucionar el problema», argumenta Márquez, que ha trabajado toda su vida en el astillero de Gibraltar.
En la misma línea, Miguel Ángel Zoilo, enfundado en su uniforme de vigilante, insiste en la tesis de la «cortina de humo». «Esto es un visillo con los colores patrióticos, pero que provoca división». Luego Zoilo se dirige a pie hacia la frontera. En ese momento no hay cola pero, de esta manera, evita las posibles aglomeraciones. No se puede olvidar que al menos 7.000 vecinos de La Línea de la Concepción entran diariamente en Gibraltar para trabajar en la construcción o servicios. Un bálsamo para una población de 64.000 habitantes en la que al menos 11.000 están desempleados.
De este modo, los sueldos procedentes del peñón son básicos para su subsistencia. En estas circunstancias, los habitantes de Gibraltar tampoco entienden la posición de Madrid. «Es idiota. Están perjudicando a sus propios ciudadanos», cuestiona la gibraltareña Occa Harris, que remarcó que el peñón «nunca» pasará a soberanía española. En una conversación no es difícil distinguir a un «llanito», que se delata por un particular lenguaje que mezcla el castellano con el inglés.
La teoría de la maniobra de distracción llega incluso hasta los cuerpos policiales. «Desvían la atención, pero esto tiene que tener una solución política», comenta el secretario de organización de la provincia de Cádiz del Sindicato Unificado de Policía (SUP), José González. El SUP se concentró el miércoles 7 delante de la frontera para denunciar las presiones sufridas desde el Peñón de Gibraltar, donde se ha llegado a publicar una página web con fotografías de los agentes que trabajan en el paso fronterizo.
Por el contrario, los pescadores son, probablemente, uno de los pocos sectores que han cerrado filas con el gobierno español. Leoncio Fernández, patrón de la Cofradía de La Línea de la Concepción, argumenta su apoyo a las decisiones de Madrid e insta a Gibraltar a retirar los bloques de hormigón. Claro que reconociendo que, como mucho, apenas una decena de barcos pueden llegar a faenar en aguas gibraltareñas, que España reclama como suyas.
Londres, mientras tanto, ha anunciado que enviará un buque de guerra a la zona. Nuevos pasos en una escalada cuyas principales víctimas son quienes, como Márquez, reivindican una mesa en la que los principales actores se sienten y dialoguen.