La Unión Europea, un espacio heterogéneo difícil de definir
En Gran Bretaña, el país en el que reside Montserrat Guibernau, se escucha a menudo comentarios que hablan de una Europa difícil de definir, quizás por el notable escepticismo con el que la ven. «Cuando [los ingleses] vienen a España dicen que van a Europa ––comenta ella––. ¿Pero qué es Europa?». Según la politóloga, es una geografía sobre la cual hay más o menos acuerdo. Por ejemplo, nadie cuestiona que París, Londres o Barcelona forman parte de la Unión Europa pero cuando se habla de Estambul las opiniones se dividen. Más allá de las extensiones territoriales, la Unión Europea también representa un sistema supranacional y una comunidad identitaria en pleno proceso de construcción.
Esta dificultad para definir a Europa se debe también al hecho de que su constitución política se haya generado esencialmente con la iniciativa de las elites, es decir de arriba abajo, sin la participación activa de las masas. De ahí viene una problemática de identificación y de falta de consciencia debido a la ausencia de los pueblos en la construcción activa de este espacio. Es innegable que, a nivel jurídico, Europa ha crecido mucho en los últimos años y que tiene, hoy en día, un marco muy bien definido. Sin embargo, los nexos entre pueblos siguen siendo débiles y conceptos como la solidaridad siguen teniendo una vaga representación. Por eso, Montserrat Guibernau sostiene que es necesario recordar los valores sobre los que se sustenta la Unión Europea para entender el significado de los avances de los últimos años. «Es un espacio en el que han tenido una particular influencia los valores judeo-cristianos, pero también han tenido mucho peso la ilustración francesa y la revolución industrial».
El proceso de construcción de la Unión Europea
La Unión Europea nace tras la segunda guerra mundial, cuando los líderes de las democracias buscan una reconciliación duradera y tratan de evitar que Alemania quede aislada. El plan de Robert Schuman en 1950 permite, pese a ciertas reticencias, la creación de una comunidad franco-alemana del carbóny del acero. De ahí parte la idea de una cooperación integradora en la que los lazos económicos acercan a los gobiernos europeos y evitan la sombra de nuevos enfrentamientos.
El deseo de esa Europa pacífica y estable se ve esencialmente respaldado por las elites del continente que abanderan la formación de un espacio moral de justicia social. Ellas también son las que imponen una agenda en la que se discuten temas de federalismo o de unión política. Más que todo, se trata de generar vínculos y compromisos a través de distintas organizaciones que han conducido al tratado de Maastricht y la creación del euro. Esa constitución se topa, sin embargo, con la constante expresión de un deseo de soberanía de las distintas naciones que la conforman.
Retos de la Unión Europea
Los antagonismos entre europeístas convencidos y los defensores de las identidades nacionales han llegado a su paroxismo con la crisis económica. Ahora, se percibe, más que nunca, el poco arraigo del sentimiento europeo y su clara función utilitarista. «En España, por ejemplo ––se pregunta Monsterrat Guibernau––, cuando se deje de percibir subvenciones: ¿cambiarán los sentimientos hacia la UE?». Con estas reflexiones, la catedrática española indaga en el compromiso que se ha generado en las últimas décadas, quizás demasiado enfocado en cuestiones económicas.
Otro problema ligado a la reciente inestabilidad es la falta de liderazgo político. «Si Europa tiene líderes mediocres, no podrá tener un futuro sólido», sostiene Montserrat Guibernau. Según ella, Jacques Delors fue el último europeo carismático capaz de establecer serias propuestas para el crecimiento de Europa. Ahora, la Unión se enfrenta a uno de sus momentos más delicados. «Pienso que hay un peligro de que se reduzca el espacio de la Unión», manifiesta. Es una idea que circula en Gran Bretaña y que contribuye al debilitamiento de la imagen de la Unión Europa.
Un punto crucial para el desarrollo de los próximos años es la cuestión identitaria. «Los Estados-naciones no han promovido la idea de un sentimiento europeo. Se usa a Europa como un chivo expiatorio para todo lo que no funciona», afirma la politóloga española. Así pues, la debilidad estructural de la Unión puede explicarse por la poca movilización de las poblaciones o, simplemente, porque sus fundadores quizá pensaron que era imposible luchar contra el nacionalismo de cada Estado. Aún así, Montserrat Guibernau considera que sesenta años de paz y prosperidad representan un logro incuestionable que hemos de saber valorar:«Aunque el sentimiento de identidad es poco apreciable, el resultado global es satisfactorio».