¿Qué lecciones debemos aprender de quienes se aventuran a lugares donde se exponen a los peligros de la vida silvestre?
La isla francesa de Reunión, en el océano Índico, parece constituir un idílico paraíso tropical para sus 800.000 habitantes. Pero las apariencias engañan.
Más rica que sus vecinos, Reunión tiene casi la mitad del producto interior bruto por persona de Francia. La producción de azúcar ha dominado durante mucho tiempo la economía local, pero el floreciente sector turístico atrae a 400.000 visitantes anuales.
El paraíso tropical se ha visto sacudido por cinco encuentros mortales con tiburones desde 2011. En el más reciente, el 15 de julio, un tiburón toro mató a un adolescente francés. Las autoridades prohibieron entonces nadar y practicar surf, excepto en algunas lagunas más llanas, y autorizaron la matanza de 90 tiburones toro y tigre.
Estos incidentes trágicos, si bien raros, se convierten en titulares de prensa. Pero los accidentes ocurren cuando las personas entran en el hábitat de animales peligrosos que son capaces de defenderse y están dispuestos a hacerlo.
Pongamos en perspectiva los ataques fatales de tiburones que ocurren cada año en el mundo, y que rondan entre 10 y 15. En el mismo período, 50 personas mueren por contacto con medusas, y las enfermedades transmitidas por mosquitos matan a 800.000.
Australia, que encabeza la lista internacional de ataques de tiburones, advierte a su población que considere el océano como si fuera el desértico e inhóspito interior del país y ha desarrollado códigos de buenas prácticas.
De las 1.000 especies existentes, el gran tiburón blanco (Carcharodon carcharia), el tigre (Galeocerdo cuvier) y el sarda (Carcharhinus leucas) son las tres a las que se atribuyen la gran mayoría de los ataques a humanos. El tiburón sarda, a veces mencionado erróneamente en español como tiburón toro, es conocido por su ferocidad para defender su territorio y frecuenta aguas llanas y turbias.
El tiburón ballena (Rhincodon typus) y el peregrino (Cetorhinus maximus), enormes y de aspecto impactante, son gigantes tranquilos que se alimentan de plancton.
La Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) clasifica el 17 por ciento de las especies como amenazadas, lo que conduce a la siguiente conclusión sobre las interacciones entre humanos y tiburones: es mucho más probable que estos últimos sean los más perjudicados.
A comienzos de este año, se informó de que la caza anual de tiburones, de pesquerías específicas y de capturas incidentales, excedió los 100 millones de ejemplares. Las aletas de tiburón se usan para elaborar una sopa considerada un manjar en Asia, tanto que se sirve en banquetes de bodas y en otras ocasiones especiales.
Hubo reacciones indignadas cuando se supo que los cuerpos mutilados de los tiburones vivos se arrojan por la borda para que agonicen en el mar.
Muchos gobiernos y la Unión Europea respondieron prohibiendo la amputación de aletas y obligando a desembarcar los tiburones enteros en puerto.
Los incidentes de Reunión obedecen también a factores locales
La pesca excesiva ha reducido las presas naturales de los tiburones, obligándoles a desplazarse más hacia las costas en busca de alimento, lo que incrementa la probabilidad de que se encuentren con seres humanos.
La ciguatera, una toxina marina cuya ingesta con los alimentos envenena a las personas, se acumula en los tiburones en tanto «depredadores superiores», lo que ha interrumpido abruptamente la pesca de estos animales. Las investigaciones sobre este asunto son una justificación más para autorizar la matanza de estos peces.
La presencia de un establecimiento acuícola también puede haber afectado el comportamiento de los tiburones, y los surfistas comenzaron a adentrarse en el mar pese a las señales de advertencia colocadas en distintos lugares.
Los lugareños sostienen que el área protegida atrae a los tiburones, lo que hace más peligrosas las playas y el surf.
Las peticiones de que se habilite la caza y matanza de tiburones han desencadenado la polémica, en la que han intervenido los conservacionistas, y han dado pie a una serie de órdenes, apelaciones y evaluaciones judiciales.
Pero sacrificar tiburones puede acarrear consecuencias indeseables para la salud de los ecosistemas: al eliminar al máximo depredador, se multuplicarán otras especies situadas en escalones inferiores de la pirámide alimentaria, como las medusas.
Los tiburones ayudan a mantener sanas las poblaciones de especies que comparten su hábitat, porque eliminan a los animales débiles y enfermos y proporcionan alimento a las especies carroñeras.
Aparte de su rol ecológico, pueden generar enormes beneficios económicos: a lo largo de su vida, cada ejemplar de tiburón de arrecife puede contribuir con casi dos millones de dólares a la economía de Palaos, que se embolsa 18 millones de dólares al año (ocho por ciento del producto interior bruto de ese estado insular del Pacífico) gracias al buceo para avistarlos.
En la última conferencia sobre el tratado internacional que regula el comercio de biodiversidad, los gobiernos acordaron proteger varias especies de tiburones, mediante la exigencia de pruebas de que la medida no será perjudicial.
Esta decisión sucedió a la tomada por la Convención de las Naciones Unidas sobre la Conservación de las Especies Migratorias de Animales Silvestres, que incluyó más variedades de tiburones y rayas en sus apéndices de protección.
En el marco de la Convención también se abrió un acuerdo mundial sobre tiburones, que ya tiene 26 estados miembros y cuyo fin es desarrollar políticas que garanticen la supervivencia de las poblaciones de estas especies, en beneficio de los animales y de las poblaciones cuyo sustento y ambiente –a veces sin saberlo— dependen de la presencia del vilipendiado pez.