Miles de italianos, laicos y religiosos, han pasado por su capilla ardiente, instalada en el Duomo de Milán, de donde Martini fue arzobispo durante dos décadas, para mostrar su reconocimiento por una figura que aspiró a ser Papa, pero no dudó nunca en denunciar públicamente lo que no le gustaba del Vaticano.
En la entrevista con Il Corriere se expresa francamente sobre las grandes cuestiones que afectan a los católicos y defiende posturas liberales, radicalmente opuestas a la doctrina de Benedicto XVI. Partidario de la eutanasia o del uso de condones para combatir el sida, apostó por modernizar la visión de la Iglesia sobre la familia. Pedía una actitud más generosa con los divorciados y señalaba que el problema no está en negarles o no la comunión, sino en cómo la Iglesia puede ayudar en situaciones familiares complejas.
Comentando los escándalos de pederastia protagonizados por curas católicos, Martini afirma que esos casos «nos obligan a emprender un camino de transformación». Pero no solo por eso, el cardenal en una frase expone una triste visión de la Iglesia católica de hoy: «Nuestra cultura se ha vuelto vieja, nuestras iglesias son grandes, pero están vacías. La burocracia de la Iglesia crece y nuestros ritos y las vestimentas que usamos son pomposos». Su consejo contra el cansancio de la Iglesia es «una transformación radical, empezando por el Papa y sus obispos».
Martini fue sacerdote jesuita. En 1979, Juan Pablo II le nombró titular de la archidiócesis de Milán, la más grande de Europa, y en 1983 fue nombrado cardenal. Ha sido una figura respetada dentro y fuera del catolicismo, intentando siempre el diálogo entre ateos y creyentes y entre fieles de distintas religiones. Een el año 2000, recibió el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales.
El papa Benedicto XVI ha enviado un telegrama de pésame en el que elogia su «competente y vigoroso» servicio, «abriendo cada vez más a la comunidad eclesial los tesoros de la sagrada escritura, especialmente a través de la promoción de la 'Lectio Divina'».