Yo, ciudadano informado (presuntamente), me levanto y me tiro al quiosco cibernético para enterarme de cómo los líderes europeos han resuelto mi crisis. Leo que hay una solución global a la crisis financiera y pienso que algo me tocará del pastel. Leo más y llego a la conclusión, y me ha costado, de que no me tocan ni las migas del pastel.
Para empezar, la quita. ¿Qué quita? Tras consultar al diccionario, aprendo que eso viene a ser perdonar parte de la deuda a Grecia. Pobrecillos los griegos, pienso, se lo merecen. Aunque he leído que Grecia nunca cumplió los requisitos para entrar en el euro, luego falsificó las cuentas que presentaba a la UE y además que sus gobiernos han vivido por encima de sus posibilidades durante décadas. Borro malos pensamientos y me solidarizo con el hermano griego. Pero yo, ciudadano mosqueado, no puedo evitar reflexionar por qué a mí nunca nadie me perdona una deuda, ni una parte, ni nada.
Para seguir, la recapitalización bancaria. Dicen que una banca solvente es garantía de estabilidad y que había que evitar el contagio de la crisis de deuda. Eso, que yo podría aceptar sumisamente, me cabrea cuando me entero de que consiste en que hay que sacar de la chistera 106.000 millones de euros. Y si la chistera no es la propia, será la mía, porque el Estado tiene preparada la ayuda que necesiten. A ver, a ver, me digo, si cuando yo invertí aquella vez y perdí no me ayudó nadie, por qué a estos señores que tienen beneficios multimillonarios hay que salvarlos. Soy tonto, recapacito. De ellos depende que mis ahorritos sigan ahí y que les dé la gana darme un crédito. Claro, hay que ayudarlos por propio interés. Qué va. Ya he oído decir a Rajoy y a los banqueros que el acuerdo europeo a lo que conduce es a que se recorte el crédito. Cagoenlá. Yo, ciudadano más que indignado, me pregunto íntimamente qué encanto tendrá Botín y sus colegas que yo no tengo.
Para rematar, la reforma del Fondo Europeo de Estabilidad Financiera. Ahí confieso que los conceptos me han confundido y las cifras me han bailado. Yo, ciudadano estudiado, no he entendido un carajillo. Un billón de euros en garantías, una búsqueda de chinos que quieran invertir, un vehículo financiero que dé préstamos. Ni en secundaria, ni en bachillerato, ni en el bar me hablaron nunca de nada de eso. ¿Ignorante yo? No señor. Es que la economía se basaba hasta hace nada en dos y dos son cuatro. Ahora se basa en darle al ratón y cambiar de manos millones de euros sin que se entere (casi) nadie. Yo, ciudadano anónimo, nunca tendré acceso a un fondo de rescate.
Llegados a este punto informativo, me concentro creyendo que ahora viene lo que a mí me afecta directamente. Y yo, ciudadano ingenuo, caigo del guindo cuando veo que en dos líneas se acaba la madre de todos los acuerdos. Dice un señor belga con cara de pocos amigos que manda en la UE que la cumbre ha sido un éxito. ¿Qué pasa con los 20 millones de parados que hay en Europa? ¿Los pequeños negocios sin cuantificar que han cerrado en un par de años? ¿Los recortes en educación o sanidad? ¿La congelación de salarios y pensiones?
Yo, ciudadano demagogo, según mi amigo de cuello blanco, tengo dos opciones: o me voy a la cola del paro o analizo con más éxito por qué el Levante va el primero en la Liga.