El año pasado, 28.631 personas pidieron asilo en Suiza, casi el doble de 2010. La mayoría llegaron de Eritrea, Nigeria y Túnez. La Oficina Federal de Migraciones (OFM), responsable del proceso, registró 44.478 a fines de marzo de este año. Las autoridades suizas tienen dificultades para alojar a todos los extranjeros. Pero es un problema creado por ellas mismas, pues en 2006 el entonces ministro de Justicia, Christoph Blocher, inició una drástica reducción de las infraestructuras destinada a ese fin.
Ante la falta de lugares de residencia, en marzo de 2012, el gobierno ordenó al Departamento Federal de Defensa, Protección de la Población y Deporte (DDPS) que acomodara a unos 4.000 solicitantes de asilo. El organismo controla a las Fuerzas Armadas, que tienen muchas dependencias sin uso. Pero los esfuerzos del DDPS se han demorado por problemas políticos, restricciones de los ayuntamientos y la no conformidad con los planes espaciales comunales, lo que ha llevado al parlamento a aprobar una resolución que permita sortear los procedimientos de permisos cantonales y comunales.
Los locales del ejército suelen estar ubicados en zonas alejadas, lo que agrada a muchos ciudadanos suizos. Este sentimiento es el resultado de más de una década de campañas populistas de derecha contra los extranjeros y, en especial, los solicitantes de asilo. Antes de ser distribuidos en los cantones, la OFM alojó a los solicitantes de asilo en sus propias dependencias colectivas. Pero la urgencia hace que a este organismo le parezcan adecuados los lugares alejados, aun si suponen problemas logísticos.
Uno de los centros provisionales abrió en octubre pasado, cerca del municipio de Sufers, en Los Alpes de los Grisones, a 1.400 metros sobre el nivel del mar. «Los solicitantes de asilo viven en un búnker viejo y desolado en un valle estrecho», describe Denise Graf, de la organización Amnistía Internacional, con sede en Londres, que ha visitado el lugar. «No hay casas cerca, solo árboles y un montón de nieve», apunta.
Como en todos los centros de la OFM, los refugiados solo pueden permanecer fuera entre las nueve de la mañana y las cinco de la tarde. Un barracón del ejército sirve de lugar recreativo y pueden irse los fines de semana. «Para compensar el aislamiento espacial, les dan billetes gratuitos de transporte para el fin de semana. Pero la estación de autobús más cercana está a varios kilómetros del búnker», apunta Graf.
El alcalde Thomas Lechner señala que «el contacto entre los 130 residentes de Sufers y los 80 solicitantes de asilo es escaso». «El lugar está ubicado a dos kilómetros y medio del pueblo». Al ser consultado sobre si un búnker es un lugar apropiado para alojar personas, el alcalde responde: «La gente permanece allí 35 días. Si lo usaron los militares creo que también es razonable que lo puedan hacer los solicitantes de asilo».
Como el centro de Sufers fue cerrado a fines de abril, IPS no ha podido entrevistar a ninguno de sus habitantes, aunque otras personas que residieron en otros centros alejados mencionaron el enorme aburrimiento, lo que a veces puede ser motivo de conflictos. «Es muy difícil vivir en búnkeres, en especial con limitada libertad de movimiento», relata Moreno Casasola, secretario general de Solidarité sans Frontières, que defiende los derechos de refugiados y solicitantes de asilo. «Como se puede ver de la experiencia de los soldados, perjudica rápidamente su psicología».
La OFM era consciente de ello por lo que se pidió a los residentes de Sufers que les ofrecieran trabajo. «Fue una situación beneficiosa para los solicitantes de asilo, así como para nuestra comuna», reconoce el alcalde Lechner. «Cortaron leña, arreglaron las veredas y limpiaron dehesas». «De hecho, muchos de ellos aplaudieron la oportunidad de trabajar. Mejoró su aceptación y su reputación local», señala Graf, de Amnistía Internacional. «Pero, apunta, no es solución alojar a estas personas en lugares montañosos alejados».
Debido al cierre del centro de Sufers, se abrirá otro temporal en el Paso de Lukmanier, que conecta el cantón de los Grisones con el de Tesino, donde se acomodará a 100 solicitantes de asilo cuando se haya fundido la nieve. «Decidimos darle una mano a la OFM», señala Peter Binz, alcalde de Medel, a la que pertenece el paso montañoso. La localidad tiene 400 habitantes y su principal pueblo, Curaglia, está a 15 kilómetros del Paso de Lukmanier.
Dentro de poco, la OFM anunciará la apertura de otro centro de alojamiento para solicitantes de asilo en el Lago della Sella, 2.256 metros por encima del nivel del mar. El lago artificial está ubicado cerca del Paso de San Gotardo, que conecta el norte de Suiza, germanófono, con el sur, italoparlante. El lago pertenece al municipio de Airolo, cuyo alcalde, Franco Pedrini, se muestra preocupado: «Nadie vive allí. Es un lugar hermoso para pasar una semana acampando de vacaciones, pero el clima es duro. No es adecuado para solicitantes de asilo».
Aunque el centro de Lago della Sella solo se utilizará en verano, no es raro que nieve allí, incluso en julio y agosto. «Un lugar alejado estaría bien y alegraría a los ciudadanos que temen la presencia de solicitantes de asilo, pero eso es demasiado lejos de un área civilizada», acota Pedrini. La organización Solidarité sans Frontières se opone radicalmente a los centros remotos para alojar a los inmigrantes. «Son seres humanos, no vacas que se llevan en verano a la montaña», explica su secretario general Moreno Casasola.
Casasola añade que «la OFM solo se apoya en el DDPS para el alojamiento. Debería ampliar sus relaciones e incluir, por ejemplo, a instituciones clericales, que poseen bastantes inmuebles adecuados. André Durrer trabaja para la organización Caritas, y tampoco está de acuerdo con ubicar a los inmigrantes en la montaña. «Durante 20 años tuvimos lugares en zonas pobladas sin vallas ni guardia privada, y funcionó».