En los últimos años hemos escuchado y repetido en muchos foros y en muy distintos lugares que la Unión Europea atraviesa un impasse (Tratado Constitucional), o que vive un período de ensimismamiento (Tratado de Lisboa y crisis económica y financiera). Curiosamente, el modelo más desarrollado para afrontar los desafíos de la globalización vuelve a cuestionarse nuevamente el quiénes somos y dónde vamos...
Quizá, porque los conservadores enfocan Europa desde el prisma exclusivo de la paz y el mercado y, por el contrario, los progresistas lo hacemos desde el estilo de vida: el bienestar; unos y otros estamos de acuerdo en que Europa sigue siendo un proyecto necesario y atractivo, aunque las diferencias, la profundidad de la crisis, los dogmatismos económicos, políticos y burocráticos, y el incumplimiento de los Tratados y los equilibrios y dejaciones del ejecutivo europeo, están en la raíz de la desafección y en la reedición de nacionalismos y post-fascismos.
No resulta coherente que la Europa nacida del Plan Marshall y de la CECA, la segunda economía del mundo, no sea capaz de avanzar en el proyecto político-institucional más interesante y complejo de la modernidad, y que no pueda desembarazarse de las tutelas psicológicas que dificultan su construcción y un liderazgo en la escena internacional. Europa es mucho más que un modelo de éxito y, desde el punto de vista político, no puede permitirse la inmadurez en cuestiones políticas e institucionales. Debe seguir creciendo.
A pesar de lo llamativo del título de este artículo, considero que probablemente el trastorno es sólo apariencia, pues la Unión Europea parece que se ha quedado sin ideas (abstractas y concretas), pero no es cierto. Tanto el colegio de Comisarios como las nuevas instituciones emanadas del Tratado de Lisboa no han tenido, o no han querido, tener otras visiones de Europa y han ignorado su espíritu fundacional. Se han enredado en cuestiones técnico-burocráticas, mientras se han deteriorado nuestras democracias y la calidad de vida de muchos europeos, y no sólo del sur. Europa puede avanzar hacia una mayor integración política, social y económica y, a demás, es la mejor solución para posicionarnos en una globalización que podemos y debemos moldear para que no destruyan nuestros derechos políticos, sociales y económicos, y favorezca sinergias para el desarrollo de una gobernanza global, que vaya más allá de los intereses meramente económicos.
¿Por qué no elevamos las aportaciones del 1% del PIB de los Estados a la UE? ¿Por qué las medidas en los ámbitos financiero y monetario se aprueban para luego prorrogarlas? ¿Por qué no nos dotamos de una agencia de calificación y de un Banco Central que incida en el empleo más allá del control de la inflación? ¿Por qué no hay un criterio armonizador de política fiscal en la zona euro y de normativa laboral? ¿Por qué no aceleramos nuestras inversiones en investigación, desarrollo e innovación? ¿Por qué se antepone la seguridad a la cooperación en materia migratoria? ¿Por qué no desarrollamos un esquema netamente europeo en materia de seguridad y política exterior? Éstas y muchas otras cuestiones apremiantes han quedado en el aire de una campaña diseñada más para criticar las coyunturas nacionales que para informar a la ciudadanía europea, que percibe a la UE como una abstracción de donde comienzan a llegar malas noticias y actuaciones de escaso fundamento democrático.
La desafección (abstención) política no puede atribuírsele a la inmadurez de la sociedad europea, sino al aparente síndrome de Peter Pan que presentan algunos líderes políticos nacionales y europeos, que aún mantienen principios económicos y políticas fracasadas para defender intereses que desenfocan y licuan el futuro europeo.
web Miguel Ángel Moratinos
;@Miguel Ángel Moratinos 2014