Y otras seis personas, que trabajaban para los medios, estuvieron en el mismo caso en 2012. En realidad, eso hace un total de 141 víctimas, además de un número de casi 900 detenidos, de otros dos centenares encarcelados, de unos dos mil que sufrieron ataques de distinta índole. A ellos se añaden los que tuvieron que partir al exilio, los secuestrados, los autores de bitácoras (blogs) que tuvieron problemas y sufrieron arrestos de distintos niveles. Por su parte, la Federación Internacional de Periodistas (FIP), que hace su lista de manera también muy meticulosa y contando con la ayuda de su amplia red de organizaciones afiliadas en todo el mundo, denuncia 121 asesinados y otros 30 que murieron por enfermedad o accidente relacionados con el trabajo periodístico. Eso nos da la misma cifra inicial de RSF, 141 muertos violentamente por causa del ejercicio de la profesión.
Una cifra enorme que debería hacer reflexionar a quienes chillan estúpidamente en la calle a los profesionales, camarógrafos, periodistas o fotógrafos, culpándoles de las manipulaciones de sus jefes y de los propietarios de los medios. Gritan a esos reporteros sin saber nada de sus duras condiciones de trabajo, de los contratos laborales restrictivos, dañinos, o de la ausencia de toda contratación legal o –desde luego- cada vez menos bajo el amparo de la negociación colectiva.
La información resulta muy cara para los trabajadores de la información y los que reaccionan ante los medios deberían tener en cuenta ese coste humano. Si alguien nos intoxica en un restaurante, probablemente el último culpable posible es el camarero. En los medios de comunicación, sucede algo parecido. Y el cliente del restaurante, como el de los medios, puede tener un cómplice en el camarero; en los medios puede ser el periodista o ese fotógrafo que transmitirá nuestro punto de vista, a poco que le ayudemos a hacerlo. Él siempre tiene una pelea en el interior de su redacción, ante sus editores, para imponer una visión certera ante una línea editorial que puede buscar bloquear el reflejo de la realidad o el análisis más honesto.
No siempre es una pelea perdida, si le ayudamos un poco. Hasta el diario más conservador transmite los movimientos sociales si se ve obligado a ello. Eso ya es positivo. Eso ya es mejor que el silencio. El periodismo sufre una fase de despidos, precariedad laboral, ataques de todo tipo. Si el ciudadano no es consciente de ello y ataca a los profesionales de los medios que están en la calle (que no tienen que ver con el tertuliano manipulador o el comentarista de lujo), con frecuencia no ayuda al periodista que trabaja la verdad, ni al reportero gráfico que la refleja. Ese ciudadano, sin saberlo, está apoyando la falta de calidad informativa, la información manipulada, los despidos colectivos en los medios. Una baja calidad de la información barata que utiliza los medios para llevar el agua al molino de los conglomerados, donde unos jefes eternos (póngase el rostro que se desee) ejecutan esos planes de Antoñita la Fantástica con el lema: «los periodistas no son necesarios en nuestro tiempo».
La democracia, claro, sufre con ese descrédito de todos. Adaptarse a las nuevas tecnologías, a los nuevos tiempos, no consiste en destruir la información de calidad, la que explica la realidad social en sus entresijos. Esa información de calidad no sólo cuesta dinero, como dicen los manipuladores: cuesta la sangre de los trabajadores de la información, sobre todo en sus niveles menos estridentes. En su comunicado de hoy, la FIP define 2012 como uno de los años «más sangrientos» del último período histórico del periodismo. Y el presidente de la FIP, Jim Boumelha, lo señala así: «No hay duda de que este nivel elevadísimo de periodistas asesinados se ha convertido en un rasgo constante de la última década, durante la cual la reacción habitual de las Naciones Unidas y de los gobiernos apenas ha consistido en unas pocas palabras de condena, una investigación somera y un indiferente desdén».
Ante ello, la FIP ha logrado que –al menos- haya una legalidad internacional de protección de los periodistas en situaciones de conflicto (esencialmente, la resolución 1738 y el Plan de Seguridad para Periodistas de la ONU). Pero las buenas palabras sirven de poco si no persistimos en la denuncia.
«Ahora miramos hacia el Plan de la ONU sobre seguridad de los periodistas y contra la impunidad para que se cumpla ese mandato», añadió Beth Costa, Secretaria General de la FIP: «La situación es tan desesperada que la inacción no es posible».
En la lista, el país más mortífero para los periodistas fue Siria, seguido de Somalia. En el listado, sigue apareciendo tan mal situado como en años anteriores México. Allí, las víctimas son casi siempre periodistas de medios locales; aquellos en los que basan su relato informativo los grandes medios. Esos periodistas caen por la forma más primaria de censura: por las balas que los convierten en objetivo de los sicarios, a su vez pagados por políticos corruptos o clanes mafiosos. ¿Alguien es consciente de que culpar a esos periodistas cuando están en la calle es ayudar a los que pagan a quienes aprietan el gatillo?
Tanto la FIP (que publicará su informe completo dentro de pocos días) como RSF luchan permanentemente contra la impunidad de esos crímenes. No olvidarlos es esencial. Echen ustedes un vistazo a los listados de víctimas, lean unos cuantos casos. Y aunque les parezca inútil, nunca lo es. Podríamos citar casos concretos de lo útil que resulta recordar los detalles en la lucha contra la impunidad. Por eso, quiero recordar aquí a esas víctimas, a todas ellas, cuando termina este maldito 2012.