Mientras tanto, los «sorianos» de Aznar (90 por ciento de la ciudadanía) se oponían a la desgraciada aventura para derrocar a Saddam Hussein, estrategia luego convertida en el plan para derrocar al presidente sirio Bashar al Assad.
En cualquier caso, el consejo en cuestión se ha instalado en la agenda de los líderes europeos con el ataque terrorista en París el 13 de noviembre,y la respuesta de los más destacados al llamamiento Hollande, el presidente de Francia, para la aplicación del artículo 42.7 («ayuda y asistencia») del tratado de la Unión Europea (UE).
Aunque no es tan drásticamente explícito como el artículo 5 de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (un ataque contra uno es un ataque contra todos), lo cierto es que el compromiso es claro en este caso, en el que Francia declara que ha sufrido una «agresión armada» y por tanto sus socios deben apoyarle «con todos los medios a su alcance».
Pero el procedimiento no es colectivo, sino que depende de las negociaciones bilaterales. Es uno de los defectos de la incompleta soberanía común de la UE.
Además, el contexto más amplio de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) convierte en más complejas las decisiones a tomar. Por un lado, el Consejo de Seguridad aprobó una resolución que cubre «cualquier acción contra el Estado Islámico», pero no alude al Capítulo VII de la Carta que autorizaría «el uso de la fuerza».
De ahí que Francia deba pedir a cada uno de sus socios qué tipo de ayuda espera. Gran Bretaña ya ha puesto a disposición de Francia buques de escolta para apoyar al portaviones francés Charles de Gaulle, y el uso de la base británica en Chipre. Alemania ha ofrecido aumentar su modesta presencia en la zona, la nueva «AfrikaKorps».
Pero al tocarle el turno a España han surgido los «sorianos», los habitantes de una pequeña provincia y ciudad castellanas, situadas en el centro del país, que representan el sentir mayoritario de su ciudadanía.
El ministro de Asuntos Exteriores español, José Manuel García Margallo, se apresuró a sugerir que España podría relevar a las tropas galas en Malí y República Centroafricana. De ese modo Francia podría intervenir más directamente (incluso con sus «botas sobre el terreno») contra el terrorismo yihadista en Siria e Iraq. Pero la vicepresidenta del gobierno español, Soraya Sáenz de Santamaría, negó que esa oferta se hubiera hecho.
¿Cuál fue la causa de este desmentido? Es el papel de los «sorianos», los partidos políticos (no solamente de la oposición, sino también en el gobernante Partido Popular). Están estudiando con lupa por donde se mueven los hilos de la acción exterior y cómo pueden ser la percepción y la reacción del electorado que generalmente se expresa con un bostezo o indiferencia por todo lo que ocurre lejos de sus fronteras.
El impacto del terrorismo y el erróneo tratamiento de sus consecuencias pueden marcar la diferencia en las elecciones del 20 de diciembre, ya en un ambiente convulso por el problema» catalán, el estado de la economía y el nuevo panorama partidario.
De ahí que el presidente Hollande no haya visitado Madrid en su periplo de peticiones, como lo ha hecho en Londres, Washington, Berlín e incluso en Moscú. Rajoy contestará por Navidad, demasiado tarde para Hollande.
En cualquier caso, no se puede cuestionar la prudencia del gobierno español, ya que el record de la contribución española a misiones de paz bajo la cobertura de la ONU es notable. En los últimos 25 años ha participado en 50 misiones con 140.000 tropas y policías en el Líbano, Afganistán, Somalia y Malí, además de la peligrosa recomposición de la antigua Yugoslavia, y en la pacificación de América Central. El coste humano de estas operaciones incluye 130 muertos.
Pero la aventura de Iraq y la irresponsable manipulación de los atentados de Madrid en 2004 (en que el gobierno de Aznar culpó tozudamente a la organización separatista ETA), con más de dos centenares de víctimas (todavía el acto terrorista más grave desde el del 11 de setiembre de 2001 en Nueva York) han convertido la participación de tropas españolas en el exterior en un tema extremadamente sensible.
Aunque el balance de la lucha contra el terrorismo islamista es, en su dimensión policial, impecable, gracias a la colaboración ciudadana, todavía está pendiente la aceptación del electorado en la actuación exterior.
Los partidos reclaman un estricto control de cualquier operación exterior, que al mismo tiempo se convierte en problemática por la drástica reducción de fondos destinados a defensa, el adelgazamiento del número de efectivos y la eliminación de buques (España ha desguazado el único portaviones).
Con una «Soria» del 24 por ciento de desempleados (50 por ciento entre los de edad militar), la asistencia exterior se convierte en un lujo.