Tras la liberación de tres funcionarios y ocho soldados vinculados con los asesinatos, en el puesto de control militar de Kweikhat, del jeque sunita Ahmed Abdul Wahed y de sus acompañantes, varios hombres armados organizaron una protesta bloqueando calles y disparando al aire, en una obvia muestra de fuerza. «La situación se está saliendo de control debido a la falta de acuerdo en el gobierno para un enfoque unificado sobre la seguridad. Las instituciones del Estado están perdiendo su credibilidad», admite un alto funcionario.
El constante ingreso de las fuerzas de seguridad sirias en el territorio de Líbano, cuya diversa población se encuentra dividida entre los que apoyan al rebelde Ejército Libre de Siria y los que respaldan al régimen del presidente Bashar Al Assad, no tiene condena en Beirut, lo que está socavando la soberanía del país. Las tropas sirias han realizado varias redadas dentro de ese país, desde que comenzó la rebelión contra Assad, en marzo de 2011.
En la región fronteriza de Wadi Khaled, las fuerzas sirias secuestraron a un funcionario de aduanas y a dos agentes de seguridad libaneses de la aldea de Buqaiaa. La semana pasada, 30 soldados sirios ingresaron a la región oriental libanesa de Masharii al-Qaa y abrieron fuego contra los residentes. Ersal, una aldea sunita, respalda a los combatientes rebeldes sirios, a los que por el contrario los habitantes de Qaa, de mayoría cristiana) ven con recelo. La zona se ha convirtió en escondite para refugiados sirios y es atacada con frecuencia por las fuerzas de Assad.
Este mes, tres personas murieron y otras siete resultaron heridas cuando las tropas sirias dispararon proyectiles de artillería y granadas propulsadas por cohetes contra la zona libanesa de Wadi Khaled en enfrentamientos con rebeldes. «No entendemos por qué el Estado (libanés) duda tanto en enviar militares a la frontera. No es normal que una nación se niegue a proteger su propio territorio», dijo Rateb Ali, residente de la frontera. Otros habitantes de la zona admitien haber perdido la fe en las instituciones libanesas, incluyendo la policía, el ejército, el sistema judicial y el propio gobierno. Ahora, los residentes depositan su confianza en líderes locales y en organizaciones benéficas.
El sociólogo Talal Trissi, explica que «nadie quiere que la crisis siria se derrame en Líbano. Quieren evitar el surgimiento de movimientos radicales, que fácilmente podrían explotar la ausencia del Estado en la región», en referencia a los varios grupos salafistas (integristas) que se instalaron en el norte de Líbano. La desconfianza en el gobierno ha aumentado por otros incidentes de seguridad no resueltos, como el intento de asesinato contra el parlamentario libanés Boutros Harb, integrante de la coalición proiraní y antisiria «Alianza del 14 de Marzo». Ciudadanos libaneses impidieron el atentado, forcejeando con tres sospechosos que instalaban un artefacto explosivo en la residencia de Harb, aunque al fianl, lograron escapar.
Muchos temen que Líbano se convierta en un «estado fallido», condición generalmente definida por la presencia de tres elementos: pérdida de control y del uso de la fuerza dentro del territorio, poca presencia de las estructuras de poder y de la autoridad, y colapso del imperio de la ley. La crisis siria empuja inexorablemente a Líbano a estos tres problemas. «Líbano es un estado débil. Hubo una decisión internacional para construir el país de manera que el Estado siempre tuviera un poder limitado, para así impedir que prevalecieran las diferentes comunidades», dice el politólogo Hillal Khashan, de la American University de Beirut.
Desde su independencia en 1943, Líbano es una democracia, donde «conviven» de 18 diferentes comunidades religiosas. El problema es que «este sistema no funciona. Sufre fases de funcionalidad y de disfuncionalidad, sin colapsar totalmente nunca, una situación que estamos viviendo ahora», explica el analista Karim Makdessi, profesor asociado del Instituto Issam Fares. Además, dice, las instituciones todavía funcionaban, pero su credibilidad estaba afectada. Los expertos coinciden en que cuando el Estado se debilita y el poder de las instituciones públicas disminuye, aumenta el poder de las sectas religiosas.
No obstante, «el caos es una forma de vida en Líbano. La gente está acostumbrada», matiza el politólogo Hillal Khashan. «Aún creo que estamos muy lejos de ser un estado fallido, como Afganistán. A pesar de los preocupantes indicadores, no creo que el país alcance un estado de colapso total».