El 30 de marzo la oficina de la OSCE en Novi Pazar (Serbia) organizó una conferencia llamada Kosmos?/Gdesmos?/Stasmos? (¿Quiénes somos?, ¿Dónde estamos?, ¿Qué somos?). El objetivo era abrir un espacio de discusión sobre las identidades, al que fueron invitados los embajadores de la OSCE, Austria, Holanda y Naciones Unidas, para luego hacer sus intervenciones Nenad Veličković , Dejan Ilić, Ru¸ica Marjanović y Dragan Ristić, todos ellos provenientes del mundo de la cultura. Iniciativa-reflejo de uno de los desafíos más interesantes del contexto regional balcánico de cara a la futura integración europea: la articulación de una sociedad civil activa y dialogante. La cita terminó con el concierto del grupo de música romaní KAL.
Novi Pazar (Serbia) huele a leña y a café. Esos olores tan característicos que hermanan a las ciudades balcánicas. Ciudades que transpiran vapores, aromas a negocio y a mercado, a montaña y a largos paseos junto a la orilla de los ríos. Novi Pazar es un recoveco de vida tranquila y apacible, donde los ritmos son pausados, en un letargo de rutina, entre joyerías, cafeterías, tiendas de frutos secos y casas de apuestas. Pensionistas tomando café de puchero frente a un televisor encendido, supermercados con las estanterías repletas y, de vez en cuando, algunas tiendas de lámparas y recambios para móviles. El trajín diario de estudiantes y vehículos locales bulle en las aceras. Todos se saludan una y otra vez, así, durante el día entero, en una corriente inagotable que se reproduce a sí misma, hasta sólo disiparse al llegar al korzo, la arteria vital del lugar, la vía lúdica de la ciudad, liberada frente a la plaza central, sobre el río Raška, frente al hotel Vrbak. Es el pálpito diario de una ciudad enclavada en el corazón de la tierra de la mezquita de Altun-Alem, el monasterio de Sopoćanin y la iglesia de San Pedro y San Pablo, en la conocida región del Sand¸ak, la Europa austro-húngara, otomana, socialista, partisana, ortodoxa y musulmana. Paradigma de la transición religiosa y civil de la antigua Yugoslavia a la volatilidad de las sociedades modernas actuales. Un proceso apasionante y al alcance de cualquiera que se quiera acercar a esta membrana de identidades emergentes.
Novi Pazar acogió precisamente una conferencia al respecto. «La identidad es la base de la personalidad, la identidad no puede existir sin la cultura», dijo el embajador de la OSCE para Serbia, Dimitrios Kypreos. La crisis que acompañó a la fragmentación yugoslava dejó tras de sí un reguero de identidades por construir, con dos riesgos en el horizonte: no lograr una sociedad civil que neutralice la efervescencia religiosa del último periodo y no lograr hacer de Europa una idea acogedora que lime las diferencias que dejó como herencia la crisis yugoslava. El embajador holandés en Serbia no fue ajeno a ello: «Tu nacionalidad es un parte de tu identidad, pero no toda ella». Este representa el mayor de los retos, favorecer identidades tales que no se excluyan entre sí, donde el elemento civil se superponga a las tensiones étnicas que puedan instigar algunos sectores de la clase política local. «Hay que evitar que la clase política nacionalista nos usurpe la mitad del cerebro», dijo el escritor sarajevita Nenad Veličković, en un alegato pedagógico muy orientado hacia el público más adolescente. Porque en el evento sí hubo cierto consenso entre los ponentes: estimular un perfil de ciudadano más crítico con su contexto social, que se ocupe de sus propios asuntos, alejado de la movilización colectiva de corte religioso y étnico. «Hay que comprender la identidad como un elemento de socialización, no de diferenciación y separación», dijo Dejan Ilić, azote en la última década de las políticas de la identidad serbias.
Iniciativas como las del festival literario «Na pola puta» (A medio camino), presentado en el evento, emprendido por la activista y profesora de literatura en U¸ice, Ru¸ica Marjanović, dan medida de un exiguo panorama cultural, muchas veces financiado exclusivamente con cooperación extranjera, pero resultado también del tesón de estos particulares. En este caso fue la oficina de la OSCE en Novi Pazar quien organizó el evento, de lo cual dejaron testimonio dos actuaciones para el recuerdo de los asistentes: Snijeg pade na behar na voće (Cae la nieve sobre la fruta que madura), interpretada por dos músicos locales a guitarra y ney (instrumento local), y el concierto del grupo KAL, dedicado en el Centro Cultural de la ciudad a mostrar su repertorio de música más jaranero; como dice su líder Dragan Ristić: «crear una nueva identidad cultural, una forma diferente de hacer música romaní». El público que llenó la sala fue más bien a pasárselo bien, sobre todo a bailar.
La capital del Sand¸ak es un universo juvenil donde convive una mayoría que se declara bosníaca (de ascendencia musulmana), junto con población serbia y otras minorías locales (montenegrina, albanesa,...), con un déficit de oferta académica y cultural ciertamente preocupante a tenor de la numerosa población juvenil que vive allí. Las comunidades locales practican una religiosidad y cultura más abierta y tolerante que la imagen que se transmite de la ciudad al exterior, protagonizada por una clase política resbaladiza en lo civil y muchas veces tan de espaldas a Belgrado, como lo está la propia capital serbia hacia Novi Pazar. Europa se juega mucho en estos terrenos, donde la política hace extraños nada deseables al calor del contexto internacional. La sociedad local por contra parece estar a otras cosas, principalmente a una:«estamos cansados de hablar de inclusión social... queremos trabajo». El 40% de la población menor de 28 años no tiene trabajo, dato que se vuelve si cabe más alarmante cuando la mitad de los lugareños tiene menos de esa edad. Por resumirlo de alguna manera el editor Ilić lo explica así: «Está muy bien querernos... ¿pero en qué podemos trabajar juntos?».