Hungría tiene un 1,5 % de población extranjera, la mayoría son refugiados procedentes de Kosovo, Siria, Afganistán e Irak que, no tienen intención de permanecer en el país, sino continúan su camino para intentar llegar a Austria o Alemania. «El ministerio del Interior ha recibido las indicaciones para preparar [la valla]», ha declarado desde Budapest el ministro de Exteriores, Péter Szijjártó.
De 4 metros de altura y en mitad del espectacular paisaje que separa Serbia de Hungría, los más críticos con el presidente Viktor Órban, que ya el pasado mes de mayo habló sobre la posibilidad de instaurar la pena de muerte en Hungría, explican que el líder del partido Fidesz-Unión Cívica Húngara quiere construir su propio «muro de Berlín» con Serbia como una forma tajante y radical de acabar con un problema que afecta a casi todos los países de la UE.
«La inmigración es uno de los mayores problemas al que debe hacer frente la Unión Europea. Los países de la Unión buscan una solución (...) pero Hungría no puede esperar más», ha añadido Szijjártó. Ya hay una fecha próxima en el calendario, el próximo 1 de julio para que representantes del gobierno húngaro se reúnan con la administración de Serbia, país que no forma parte de la UE, para informarle de su proyecto.
Aleksandar Vucic en rueda de prensa en Belgrado. Vucic añade que Serbia se ha encontrado en una situación muy difícil por la oleada de refugiados que escapan, en su mayoría, de las guerras en Libia y Oriente Medio e insiste en que su país "respeta los derechos humanos de esas personas, más que algunos países de la Unión Europea".
Según la Oficina de Inmigración Húngara, 57.000 personas han entrado ilegalmente en el país en lo que va de año. Esta es una cifra superior a la de 2014 cuando lo hicieron 43.000 personas o solo las 2.000 de 2012.
La posición estratégica de Hungría en la tradicional ruta de los Balcanes occidentales, hace que sea una de las puertas de entrada de inmigrantes de Asia. Durante el pasado año, se sumó una ola migratoria desde Kosovo y de refugiados de Afganistán, alcanzando una cifra récord en diciembre de 2014 que acabó con la detección de más de 12.000 personas en dicha frontera.
Ante las críticas recibidas, Hungría defiende su proyecto de levantar la valla alegando que no supone ninguna violación de la ley internacional, y pone como ejemplo a Bulgaria, que lanzó un proyecto similar a principios de año levantando una barrera de 160 kilómetros con Turquía, pese a las críticas de Naciones Unidas y asociaciones humanitarias. Y también a España, con las vallas en el norte de África «para defenderse frente a la presión migratoria».
Este no es más que otro capítulo de las disputas del gobierno de Viktor Orbán con la UE por sus posturas enfrentadas con gran parte de los valores atribuidos a la Unión. En los últimos tiempos la inmigración se ha convertido en otro punto de fricción básico donde Orbán se ha opuesto a las tasas de redistribución entre los países socios de migrantes y refugiados establecidas por Bruselas.
La posición de Orbán con los extranjeros siempre ha sido polémica. Ha remitido a los ciudadanos un cuestionario sobre la inmigración, algo que sus opositores nacionales y diversas ONG extranjeras consideran una táctica más del gobierno para fomentar la xenofobia, ha declarado que quiere evitar el multiculturalismo en su país, y además ha lanzado campañas controvertidas contra la población inmigrante.
Entre las más llamativas, la colocación de carteles por todo el país que llaman a los recién llegados a respetar las leyes locales y a no «arrebatar» puestos de trabajo a los húngaros.