La expulsión de Rusia del G-8 no tuvo mayores trámites, pues fue una decisión de los demás miembros del selecto club: Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, Italia y Japón, con el apoyo de la Unión Europea (UE) como bloque.
Pero el G-20 es una coalición integrada tanto por naciones del Norte industrializado como del Sur en desarrollo, y en la que tienen gran peso las potencias económicas emergentes del BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). Australia habría advertido a Rusia que podría ser excluida de la próxima cumbre del G-20 prevista para noviembre en Brisbane, en ese país. Pero eso es más fácil de decir que de hacerse.
Reunidos en forma paralela a la Cumbre de Seguridad Nuclear realizada en La Haya la semana pasada, los cancilleres del BRICS respondieron a la amenaza australiana. En una declaración divulgada durante la cumbre, los ministros dijeron que «la custodia del G-20 pertenece a todos los estados miembro por igual, y ningún estado puede determinar unilateralmente su naturaleza y su carácter».
El G-20 agrupa a Alemania, Arabia Saudita, Argentina, Australia, Brasil, Canadá, China, Corea del Sur, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, India, Indonesia, Italia, Japón, México, Rusia, Sudáfrica, Turquía y la UE. Cuenta además con algunos invitados fijos. Cuando se votó el 28 de marzo en la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas una resolución implícitamente crítica a la actitud de Rusia frente a la crisis en Ucrania, los cuatro socios de Moscú en el BRICS se abstuvieron, junto a otros 54. La resolución finalmente obtuvo 100 votos a favor, 11 en contra y 58 abstenciones.
Chakravarthi Raghavan, editor emérito del South-North Development Monitor, con sede en Ginebra, relativiza el impacto del G-8 y del G-20. «En el mejor de los casos, son agrupaciones informales autoconformadas sin ninguna legitimidad, con meros ejercicios anuales costosos donde ocasionalmente se producen reuniones paralelas de alguna utilidad». Además explica que el G-8 nació (en realidad como G-7, sin Rusia) para atender problemas económicos comunes y afrontar la crisis del petróleo de 1973, cuando los países árabes se negaron a exportar el crudo a las naciones que habían apoyado a Israel en la guerra de Yom Kippur.
Pero pronto quedó claro que el proceso dentro de la agrupación no era efectivo, y el objetivo inicial de estimular un franco y espontáneo intercambio de ideas entre sus líderes había fracasado. «La propia burocracia y los ministerios de los gobiernos no querían que el proceso avanzara», explica Raghavan, veterano periodista, ex editor en jefe de Press Trust of India que ha cubierto temas de la ONU durante varias décadas para IPS, en Nueva York y en Ginebra.
Pero en vez suspender sus encuentros anuales, los líderes del grupo continuaron reuniéndose, aun cuando perdieron su enfoque original en la economía y cuando los resultados de esas cumbres siempre estaban decididos de antemano. El entonces G-7 poco a poco comenzó a pronunciarse sobre todo tipo de temas, pero ninguno de sus líderes aseguraba que las decisiones fueran cumplidas en sus propios países.
Vijay Prashad, autor del libro «The Poorer Nations: A Possible History of the Global South» (Las naciones más pobres: una posible historia del Sur global), explica que el proceso que ha regido a la agrupación desde 1998, cuando se sumó Rusia, ha sido tan opaco como el que llevó a la virtual expulsión de Moscú.
El G-7 nació en 1974, en palabras del expresidente estadounidense Gerald Ford, «para asegurar que la crisis económica mundial no sea vista como una crisis del sistema democrático o capitalista», recuerda Prashad. La crisis «debía ser vista como un shock momentáneo, no con un desafío sistemático», añade.
La nueva dispensación neoliberal, tras el colapso de la Unión Soviética, permitió el ingreso de Rusia, a quien se le prometió que la Organización del Tratado del Atlántico Norte no avanzaría más allá de la frontera alemana, explica Prashad, de la American University de Beirut. En tanto, Raghavan cree que el G-20 se pronuncia sobre una amplia gama de temas políticos, económicos y de otras arenas, pero cada vez con menos efecto, como cuando ha llamado sin éxito a concluir la ronda de negociaciones de la Organización Mundial del Comercio.
Algunas de sus posturas sobre la situación financiera mundial se diluyeron y no se tradujeron en decisiones o normas debido a la fuerte presión de los grandes grupos financieros de Nueva York y Londres, explica el analista, autor del libro «Third World in the Third Millennium» (El Tercer Mundo en el tercer milenio). Los expertos consideran poco probable una expulsión de Rusia del G-20. Y en caso de que se produzca, tendrá limitadas consecuencias.