Los 13 pasos que se acordaron en 2000, en una conferencia del Tratado sobre la No Proliferación de las Armas Nucleares (TNP), y los 64 puntos de un plan de acción, así como el acuerdo de 2010 para crear una zona libre de armamento de destrucción masiva en Medio Oriente, constituían un buen augurio, señala el ex secretario general adjunto de la ONU para Asuntos de Desarme, Jayantha Dhanapala.
Un tratado clave El TNP
Firmado en 1970, entraña el único compromiso internacional obligatorio de desarme nuclear. Tiene 190 Estados parte, incluyendo las cinco grandes potencias atómicas: China, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y Rusia.
Otros países con estos arsenales –India, Israel y Pakistán—se han negado a participar del TNP. Y Corea del Norte lo firmó, pero se retiró en 2003.
Pero, a pesar de estos logros, «el retorno de Estados Unidos y Rusia a la mentalidad de la Guerra Fría y la conducta negativa de todas las potencias nucleares han convertido la meta de un mundo libre de bombas atómicas en un milagro». «A menos que el Comité Preparatorio revierta estas tendencias ominosas, la conferencia del TNP de 2015 está condenada al fracaso», advierte Dhanapala, presidente de las Conferencias sobre Ciencia y Asuntos Internacionales de Pugwash.
Está previsto que el Comité Preparatorio de la conferencia que revisará el año próximo el cumplimiento del TNP se reúna entre el 28 de abril y el 9 de mayo.
Un resultado positivo depende en gran medida de Estados Unidos, Rusia y otras potencias nucleares declaradas, como China, Francia y Gran Bretaña, que son además los miembros permanentes, y con derecho a veto, del Consejo de Seguridad de la ONU.
Ni Estados Unidos ni Rusia, los países con mayores arsenales nucleares, han cumplido su obligación de negociar la eliminación de esas armas y, de hecho, han gastado miles de millones de dólares para modernizarlos y alargar su vida útil, apunta la experta Ray Acheson. «Las armas nucleares son peligrosas por naturaleza, y el riesgo de que se empleen, sea por accidente o a propósito, merece una acción de desarme urgente», añade la, directora de Reaching Critical Will, un programa de la Liga Internacional de Mujeres por la Paz y la Libertad.
Recuerda que durante este año, los Estados nucleares que son parte del TNP deben informar de las actividades concretas que han desarrollado para cumplir con las acciones de desarme previstas en el plan de acción de 2010. El alcance de esas acciones de desarme que puedan reportar estos Estados será un indicador claro de la intención que tienen para conducir y protagonizar este proceso, deduce Acheson. Pero «ninguna de las manifestaciones públicas hechas hasta ahora da razón para creer que se toman en serio estos compromisos».
Alice Slater, representante en Nueva York de la Fundación para la Paz en la Era Nuclear, añade que «hay un alarmante ruido de sables en vísperas de la reunión del Comité Preparatorio». Señala que la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) está acumulando fuerzas militares para «proteger» a Europa oriental.
Los medios de comunicación cuentan solo parte de la historia, justificando los juegos de guerra de la OTAN, basándose en los acontecimientos en Ucrania; la exsecretaria de Estado norteamericana, Hillary Rodham Clinton, compara al presidente ruso Vladimir Putin con Adolf Hitler y la portada del diario The New York Times proclama «En un eco de la Guerra Fría, Obama neutraliza a Putin», describe Slater. «Pero hay muy poca cobertura sobre los temores que despierta en Rusia la expansión de la OTAN hasta sus mismas fronteras y la invitación a Ucrania y a Georgia a unírsele», añade.
Y esto sucede a pesar de que dos presidentes estadounidenses, Ronald Reagan (1981-1989) y George Bush (1989-1993), prometieron, poco después de la caída del Muro de Berlín en 1989, al entonces líder soviético Mijaíl Gorbachov, que la OTAN no se expandiría más allá del territorio de Alemania oriental. Tampoco se informa cómo Estados Unidos se retiró en 2001 del Tratado sobre Misiles Antibalísticos y desplegó estos armamentos en Polonia, Rumania y Turquía, agrega Slater.
En el discurso que pronunció en 1995, durante una conferencia que extendió indefinidamente la vigencia del TNP, Dhanapala indicaba que «la permanencia del tratado no representa la permanencia de obligaciones desequilibradas ni la permanencia de un apartheid nuclear entre los que tienen y los que no tienen armas atómicas». «Lo que representa es nuestra dedicación colectiva a la permanencia de una barrera legal internacional contra la proliferación nuclear para que podamos avanzar hacia un mundo libre de este armamento», añade.
Para Slater, incluso antes de los incidentes entre Estados Unidos y Rusia, el TNP venía incumpliendo las muchas promesas de desarme efectuadas en 1970. Pero esta nueva crisis puede motivar a otros países a presionar con más vigor a favor de un proceso que comenzó en Oslo el año pasado, con la primera conferencia sobre el impacto humanitario de las armas nucleares, para exponer las catastróficas consecuencias de este armamento y exigir su prohibición total. Ante un arsenal de 16.000 ojivas atómicas en manos de Rusia y Estados Unidos, los países no nucleares deben multiplicar sus esfuerzos para conseguir la prohibición, añade Slater.
Las cinco grandes potencias nucleares boicotearon tanto la reunión de Oslo, que tuvo 127 países participantes, como la de México, que en febrero de este año atrajo a 146. Austria celebrará una tercera, también en 2014. En cambio India y Pakistán, dos países que cuentan con armamento nuclear, se sumaron a este nuevo proceso.
Para Slater, esto expone una contradicción creciente dentro del club nuclear. Estos países, aclara, apoyan públicamente el desarme y deploran las catastróficas consecuencias de una guerra nuclear en esta nueva conversación global sobre sus efectos humanitarios, pero siguen aferrados a su presunto, y letal, efecto disuasor. El artículo VI del TNP establece que todos los países parte son responsables de su cumplimiento.
Acheson señala que, al contrario de otras armas de destrucción masivas (químicas y biológicas), las nucleares no están sujetas todavía a ninguna prohibición legal explícita. «Es momento de poner fin a esta anomalía que hemos permitido durante demasiado tiempo». «La historia muestra que las prohibiciones legales de sistemas armamentísticos, de su posesión y de su uso facilitan su eliminación».
Cuando se ilegalizan, las armas también pasan a ser crecientemente percibidas como ilegítimas, abunda. Pierden su estatus político y, junto con él, el dinero y otros recursos para su producción, modernización, proliferación y perpetuación. En un escenario de diferencias cada vez más amargas entre dos países con arsenales nucleares, se vuelve imperativo que los Estados que no los tienen encabecen la lucha para prohibirlos, subraya Acheson.